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Pocas cosas nos afectan más que hacernos ilusiones con algo y darnos el gran tortazo con la realidad. Y esa brecha entre nuestros sueños y ... en lo que se convierten al llevarlos a la práctica nos enfurece, nos decepciona, nos frustra..., ¡nos hunde! Pasa en muchas ocasiones, pero hay una muy típica que todos los padres conocen muy bien: planear un viaje con los peques, invertir dinero, tiempo e ilusión... y que todo acabe en desastre total. Los peques se cansan, se quejan y no parecen disfrutar de las maravillas que ven, no comen lo que hay, se aburren en los trayectos y demandan más atención que nunca... ¿A alguien le suena todo esto, que suele acabar con la frase 'por qué diablos no nos habremos quedado en casa'?
Pues bien, con la Semana Santa a la vuelta de la esquina, conviene analizar por qué a menudo nuestras expediciones terminan así. Y, ojo, quizá debamos realizar algo de autocrítica, porque no siempre tienen la 'culpa' los peques (o no toda). De la mano de expertos de la plataforma de viajes Evaneos («¡hemos visto de todo»!) vamos a explicar qué errores cometemos los padres al viajar con los críos.
1
Ya que nos gastamos pasta, queremos ver muchos sitios y no perdernos ningún museo ni monumento, no vayamos a volver a casa sin tachar eso de la lista.Si no, nos enfadamos o nos frustramos (¿quién es aquí el crío?). Y este es el primer error. Antes de salir de viaje, debemos saber que no vamos a llegar a todo. «Hay que ser organizado pero flexible y cambiar la agenda si los niños están cansados o necesitan una actividad distinta en un momento dado», apuntan los responsables de Evaneos. «El cansancio es el primer paso de la rabieta, y nadie quiere 'cargar' con niños cansados o enfadados (lo que, por otro lado, enfada y agota también a los adultos) –aseguran–. Mejor elegir rutas y destinos accesibles y cómodos, de cuatro horas máximo, así como actividades ligeras y relajadas según la edad de los más pequeños».Por ejemplo, visitas a lugares emblemáticos que no superen los 45 minutos (no quieras que estén 5 horas en el Louvre).
2
Dejar a los chavales al margen de la organización del viaje es un error.Si todo lo hemos hecho nosotros –aunque creamos que pensamos en ellos–, «puede que empiecen ya enfurruñados y a disgusto». Sus aportaciones previaje (y las nuestras) nos van a dar pistas sobre lo que unos y otros esperamos de los demás. «Hacerles formar parte de todo desde el principio hará que vayan contentos y que la gestión sea más sencilla», indican.
3
«No viajamos a la otra punta del mundo para dormir hasta mediodía, pero, si les obligamos a madrugar mucho todo el tiempo sin haber descansado, volveremos al círculo vicioso de cansancio-rabieta-agotamiento-enfado que nadie quiere. Es importante que puedan dormir sus horas», señalan. ¿Queremos levantarnos para ver cómo sale el sol en ese acantilado maravilloso? Pues eso puede lastrar el resto del día...
4
Los adultos nos ponemos muy pesaditos con que tomen la comida autóctona.Y ellos se estresan y hasta hacen un esfuerzo por complacernos, pero presionados, llorando... «Obligarles a comer 'lo que haya' puede acabar en tragedia. La gastronomía local es una parte importante de los viajes, pero seamos más permisivos, aunque coman todos los días patatas fritas o espaguetis».¿Un consejo poco ortodoxo? Puede, pero eficaz.
5
A los críos les enfada lo mismo que a nosotros. Por eso muchas broncas de viaje empiezan porque los chavales se quejan de que los padres estamos todo el rato haciendo fotos y vídeos con ellos. Quieren atención, no que inmortalicemos todo, porque se sienten figurantes. Lógico, ¿no?
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