Ya lo decía la escritora Anaïs Nin: «En el caos siempre hay vida». Y otra referencia menos culta, pero con idéntico significado, procedente de 'Parque Jurásico':'La vida siempre se abre camino'. Quizá nos parezcan manifestaciones demasiado optimistas en una época cargada de oscuros presagios ... debido al cambio climático, pero lo cierto es que la Naturaleza, cuando la dejamos sola, es muy eficaz en eso de la resiliencia: tiene mecanismos para 'aguantar' y resurgir de manera espontánea. Eso sí, los humanos debemos mantenernos alejados para que el 'milagro' ocurra. Pasa en viviendas abandonadas, ciudades deshabitadas, extensiones de cultivos dejados de la mano de Dios, parajes solitarios castigados por la guerra o por desastres ecológicos... En este tipo de enclaves, «nos encontramos ante un enorme experimento de retorno a la vida silvestre», anuncia Cal Flyn, autora de 'Islas del abandono' (Capitan Swing), donde explica que «cuando un lugar ha sido alterado hasta quedar irreconocible y toda esperanza parece perdida, aún podría albergar el potencial para otro tipo de vida». ¿Cómo sería nuestro vecindario si nadie viviese en él durante décadas? ¿Y nuestra casa?
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Cuesta imaginarse qué plantas y animales colonizarían las zonas donde ha habido personas y, sobre todo, cuesta calcular la rapidez con que tomarían posesión del terreno. Pues bien, sería algo visible en muy poco tiempo. Y tenemos pruebas de ello: durante el confinamiento debido a la pandemia, las zonas verdes se convirtieron en 'selvas' y se llenaron, por ejemplo, de mariposas –para emoción de los entomólogos–, había pájaros que nunca habíamos oído cantar y en algunos puntos del planeta hubo escenas insólitas, como ciervos en los andenes del metro de Japón o canguros en centros comerciales de Australia.
«Las primeras investigaciones de los llamados ecosistemas espontáneos se realizaron en el Berlín de posguerra», explica Flyn. En aquel lugar devastado por los bombardeos, en unos años, los abedules se abrieron hueco en las traviesas del ferrocarril e incluso inhabilitaron vías. Y cuatro décadas después, en zonas donde no había habido intervención humana se registraron 300 clases de helechos y plantas en flor, además de zorros, halcones e insectos de otras latitudes.
Para los humanos, el muro de Berlín y la frontera interalemana (desde el Báltico hasta Checoslovaquia) fue un drama, pero para los animales, una oportunidad. Hasta en las torres de control había cigüeñas negras y cárabos. Florecían orquídeas y las nutrias vivían en fosos antivehículos. Durante 45 años, esta zona fue colonizada «por más de mil especies incluidas en la 'lista roja' de animales amenazados de Alemania», destaca la experta.
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La desintegración de la URSS en 1991 dejó vacías casi un tercio de las tierras cultivables soviéticas (granjas colectivas), una zona equivalente al tamaño de Francia. ¿Qué ocurrió? El proceso es el siguiente: primero salieron flores silvestres y hierbajos (plantitas anuales), luego, salieron arbustos espinosos y, actualmente, abundan los árboles finos de madera blanda y crecimiento rápido (serbales, abedules, enebros, sauces) y una hierba fina que ha dejado el terreno con aspecto de prado arbolado, donde hay... ¡hasta alces! Es, según la experta, un claro ejemplo de lo que se llama sucesión ecológica (cuando el suelo desnudo, con el tiempo, se convierte en bosque). Este modelo se repite en todo el mundo. Tenemos como ejemplo la España vaciada, esos 3.000 pueblos abandonados junto a sus sus tierras de labranza que se han ido convirtiendo en bosques. «España ha triplicado su área forestal desde 1900», indica Flyn, quien pone como ejemplo, «la pintoresca Galicia», donde la población de lobos y grandes mamíferos ha ido creciendo a la par que las zonas boscosas.
¿Y qué hay de las poblaciones deshabitadas o con zonas vacías? Una de ellas es Detroit, una ciudad prácticamente fantasma desde que la industria del automóvil la vació de habitantes, donde hay 80.000 propiedades, casi todo casas, abandonadas. En estos casos, primero actúan los 'carroñeros humanos', que se llevan «calderas, calentadores, tanques de agua, cableado y tuberías» y queda el esqueleto de los edificios. En medio del proceso, los pequeños árboles colonizan estos espacios y las calles se convierten en praderas de hierba alta donde viven zorros, faisanes y zarigüellas. Los halcones anidan en los tejados, los castores reclaman la ribera del río y los coyotes aúllan por la noche en la zona oeste de la ciudad... «En Detroit se ha producido una 'resalvajización'», apunta la investigadora. Otro gran enclave (antes) urbano abandonado –esta vez no por razones económicas, sino por el desastre nuclear de 1986– es Chernóbil, concretamente lo que era la población de Prípiat y que ahora es, en un 70%, bosque. «Pasados 10 años, todas las especies animales, como mínimo, habían duplicado su número en la zona. En 2010 la cifra de lobos se había multiplicado por siete –indica Flyn–. Y en 2014, por primera vez en un siglo, se vieron osos pardos en Chernóbil».
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