Todos tenemos miedo a que se rían de nosotros. Decir lo contrario sería muy prepotente... y, seguramente, muy falso. Porque, salvo algún ciborg que pueda haber por ahí con el corazoncito de titanio, todos somos más o menos sensibles a las burlas sobre nuestra persona. ... Por muy alta que tengamos la autoestima, por mucho sentido del humor que apliquemos a la vida..., ¿por qué a veces nos mostramos tan vulnerables ante las burlas? ¿Es normal?
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La psicóloga Valeria Sabater, de la publicación 'Una Mente Maravillosa', considera que vivencias traumáticas en la infancia –acoso escolar, educación autoritaria, desprecio parental, chanzas constantes de los progenitores hacia el niño, haber recibido un trato emocionalmente frío– pueden desencadenar, en la edad adulta, miedo a que se rían de nosotros, algo que puede ser 'normal', pero que también puede acabar minando nuestra calidad de vida y convirtiéndose en gelotofobia. Es decir, en el «miedo patológico a que se rían de uno, cuando cualquier risa o comentario se malinterpreta, hasta el punto de dar por sentado que la otra persona se está burlando de nosotros». Esto, que puede no parecer un problema, sí lo es. ¡Vaya que sí! Es un estrés constante y un sufrimiento totalmente gratuito. Según explica, aunque la mayoría de las personas aprendemos a lidiar, más o menos, con la posibilidad de desatar unas risas o de que nos critiquen, «en algunos casos puede llegar a impedir la socialización e incluso puede llevarnos a rehuir cualquier forma de relación afectiva».
Tal y como detalla Sabater, hay estudios –como los realizados por el doctor Michael Tize, uno de los grandes expertos en esta cuestión– que han revelado que los gelotofóbicos temen de manera casi obsesiva que otros los examinen en busca de signos de su ridiculez. Es decir, les da la sensación (tan desagradable) de estar siendo escrutados y juzgados continuamente. «Aver, todos nos sentimos incómodos si nos damos cuenta de que se ríen de nosotros», aclara la psicóloga Dafne Cataluña, fundadora del Instituto Europeo de Psicología Positiva (IEPP).Sin embargo, para ella, en condiciones más o menos 'normales' (de andar por casa) no es un «síndrome», ya que la gran mayoría de las personas compartimos ese temor. «Somos seres sociales que dependemos mucho de las opiniones externas». Para ella, el concepto que tenemos de nosotros mismos va a marcar nuestra sensibilidad a las bromas y las risas que podemos tolerar sin sentirnos mal o enfadarnos.
¿Y esas personas que dicen que 'pasan' de todo y que no les afecta nada que se rían de ellos? Cataluña se muestra escéptica al respecto.Invulnerables al 100% hay pocos. Ella asegura que hay personas que, de forma natural, reaccionan bien a las burlas y las críticas. Y otras, la mayoría, activamos nuestras defensas para no salir escaldados. Para afrontar el miedo a que se rían de nosotros, lo que vulgarmente se conoce como 'sentido del ridículo', Dafne Cataluña subraya que «hay que potenciar ciertas fortalezas» que todos tenemos, como el humor. «Hay gente que se ríe hasta de sí misma», apunta. Una persona que logra pasar por el filtro del humor las cosas que le llegan está muy blindada y es muy poco vulnerable. Pero esta capacidad hay que entrenarla, claro, no se trata de darle a un botón y ya está.
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«El humor nos valdría si la intensidad de la vergüenza que sentimos es media y no nos afecta al día a día (que es lo que marca la gravedad).En adolescentes y niños es sumamente útil que ellos mismo encuentren el lado divertido a las bromas que se puedan hacer sobre ellos, para transfrormar lo que les puede hacer daño en algo que hace gracia –apunta la fundadora del IEPP–. Si, por el contrario, la intensidad de la vergüenza es importante, además de humor necesitamos reforzar la autoestima».Y, ante todo, repasar nuestra biografía (de la mano de un profesional o con nuestros propios recursos) para dar con la explicación de por qué nos sentimos tan vulnerables ante cualquier broma.
¿No es vergüenza pura y dura? ¿Gelotofobia o vergüenza pura y dura de la de toda la vida? ¿Es lo mismo? La gelotofobia es «una forma de vergüenza mucho más patológica y que invalida», diferencia Valeria Sabater. Tal y como explica la psicóloga, el doctor Wilbald Ruch, de la Universidad de Zúrich, realizó un exhaustivo trabajo para demostrar «que es una realidad más compleja». Para ello, esbozó un perfil de las personas que sufren este miedo profundo a hacer el ridículo: suelen ser discretos e intentan pasar desapercibidos, «lo que suele conseguir lo contrario, llamar más la atención». También son muy autocríticos, tímidos y con dificultades para establecer relaciones de cercanía. Se muestran distantes y fríos y presentan síntomas físicos que evidencian la ansiedad que les produce la posibilidad de ser el blanco de las miradas o de las risas: temblores, movimientos rígidos y torpes (petrificación de la mímica), tendencia a ponerse rojo, sudoración, boca seca cuando se sienten expuestos…
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