Borrar
Pantano Los Bermejales. Rosa Palo
Un lugar en el mundo... O de finlandesas

Un lugar en el mundo... O de finlandesas

CON LA CASA A CUESTAS ·

Ha sido ver la carretera para subir a Las Alpujarras (sinuosa, retorcida en mil curvas y colgada sobre un barranco) y mi menda lerenda ha dicho que no, que ni loca, que por ahí no pasa ella en 'La Temblorosa'

Jueves, 29 de julio 2021, 00:04

Lo siento, jefe, pero me ha entrado miedo. Bueno, para qué utilizar eufemismos: me he cagado viva. Ha sido ver la carretera para subir a Las Alpujarras (sinuosa, retorcida en mil curvas y colgada sobre un barranco) y mi menda lerenda ha dicho que no, que ni loca, que por ahí no pasa ella en 'La Temblorosa', que mi santo aún le está cogiendo el tranquillo y que no estamos dispuestos a arriesgar nuestras vidas por el periodismo 'verité'. Eso es lo que pasa cuando, en lugar de mandar a una reportera de raza, mandas a una mindundi.

No siempre he sido así de cobarde, que conste. A los 14 años me bañé en el Amazonas entre pirañas y caimanes, a los 16 hice parapente y a los 17 salí con un tipo tan feo que haría vomitar a una cabra. Una fue valiente hasta que dejó de serlo y se convirtió en una señora mayor con vértigo. Así que, con todo el dolor de mi corazón, hemos tenido que cambiar los planes y olvidarnos del plato alpujarreño, del jamón de Trevélez y del Centro de Retiro Budista. Esto último me preocupa especialmente: me pregunto si no habré dejado escapar la posibilidad de que mi hijo fuera la reencarnación de algún lama. Ya que no se va a casar con la princesa Leonor, algo habrá que hacer con el chiquillo.

Ponemos rumbo hacia el interior de Granada, al pantano de Los Bermejales, situado en el curso alto del río Cacín. En sus aguas se refleja el perfil de las sierras de alrededor. Tras instalarnos en el camping, y fascinados por el azul celeste que hemos visto desde la carretera, recorremos el perímetro del pantano en bicicleta, protegidos del calor sofocante por los pinos que lo rodean y acompañados por un silencio que solo interrumpen el sonido de las cigarras y el arrullo de las palomas.

La autocaravana de los holandeses, y un baño en el pantano. R. Palo

Hoy no hay nadie en esta playa de agua dulce que visitan todos aquellos que no quieren bajar hasta la costa. Por no haber no hay ni cobertura, pero sí sorpresas. Primero nos topamos con un dolmen, una necrópolis megalítica que se encontró a orillas del pantano y que fue trasladada piedra a piedra hasta su ubicación actual para evitar ser engullida por las aguas. Después, a unos pocos metros, nos encontramos con una autocaravana aparcada bajo la sombra de los árboles. En ella vive una pareja de holandeses que, en un inglés traducido por el heredero (Dios bendiga a las clases particulares que recibe desde los 3 años), nos cuenta que son artesanos, que llevan seis meses recorriendo el sur de España y que no están de vacaciones, sino que esa es la forma de vida que han elegido. «Lo peor -me dice ella, pelirroja y pecosa- es tener que vaciar el depósito de las aguas negras cada dos días». Hija mía, qué me vas a contar a mí. El autoconocimiento intestinal es un mal universal.

Aprieta el calor y acabamos bañándonos en el pantano. Al salir vemos un pequeño kiosco atendido por una chica rubia de ojos claros clavadita a Marisol. Habla castellano con un acento entre andaluz y no se sabe dónde. «Tú no eres de aquí, ¿verdad?», le pregunto. «¡Qué va, yo soy de Helsinki. Pero estoy en Andalucía desde el 97, que me vine a pasar un año y fíjate. Vendían esta caravana y la parcela, me dio una 'revolá' y me la compré. Y no he vuelto. ¡Que los finlandeses son unos 'esaboríos'!». La Marisol del Báltico, parlanchina, simpatiquísima y capaz de venderle hielo a sus paisanos de Helsinki, nos sigue contando su vida mientras salpica la conversación con expresiones como 'ojú', o 'qué pechá de reír'. Definitivamente, ha encontrado su lugar en el mundo.

Los críos campan a sus anchas, los padres están tranquilos. La gente parece feliz y aclimatada

Otros también lo han encontrado. En este camping, en concreto: lo vendían en la web como un sitio con carácter familiar y lo es, tanto que uno de los parroquianos pide una copilla en el bar y, sin preguntar, la camarera le sirve un Ponche Caballero. Incluso hay gente que tiene aquí sus autocaravanas estacionadas todo el año o sus bungalows en propiedad y vienen a pasar los fines de semana. Los críos campan a sus anchas, los padres están tranquilos. La gente parece feliz y aclimatada.

Pero, desafortunadamente, y a pesar del amabilísimo trato del personal del camping, este no es mi lugar: si dentro de la caravana hace un calor infernal, fuera cae el fuego eterno. La parcela no tiene toldo y 'La Temblorosa', tampoco. Mi santo y el heredero buscan un árbol bajo el que cobijarse; yo busco otro, saco la mesa plegable e instalo la oficina sobre el césped. Escribió Raúl del Pozo que su oficio consiste en ir desangrándose por la mano derecha a lo largo de la vida; si hubiera estado aquí diría que nuestro oficio consiste en ir deshidratándonos por la mano derecha, por la izquierda, por la frente y por la espalda, que estoy sudando como una posesa. Para colmo, me comen las moscas. Echo de menos mi silla, mi mesa, mi café de cápsula, mi aire acondicionado. Echo de menos mi mundo; pequeño, sí, pero climatizado.

Un baño en el pantano. R. P.

Empapada, rezo para que no haga calor por la noche. Y, contra todo pronóstico, mis plegarias son atendidas. Demasiado bien atendidas: al caer el sol hace una rasca tremenda. Acabamos echándonos toallas de baño sobre las sábanas porque no hemos tenido la precaución de traernos unas mantas. Lo único bueno de todo esto es que vuelvo a tener motivos para quejarme. Nunca hay que perder las buenas costumbres.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Un lugar en el mundo... O de finlandesas