«Los españoles sin humor seríamos franceses»
Risas con calor ·
Estudió derecho y teatro, y prefirió ser payaso a letrado. Tras recorrer toda la España cómica, cree que vivimos una Edad de Oro del humorRisas con calor ·
Estudió derecho y teatro, y prefirió ser payaso a letrado. Tras recorrer toda la España cómica, cree que vivimos una Edad de Oro del humorEn 'Un país para reírlo', Goyo Jiménez (Albacete, 1970) ha recorrido la piel de toro tomado el pulso al humor ibérico. Somos un país tragicómico, dice, que desmonta a sus héroes y sabe reírse de la muerte.
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–Ha sentado al humor patrio en el ... diván. ¿Cuál es su diagnóstico?
–Que vive un gran momento, como el Siglo de Oro de la comedia con Lope, Tirso, Calderón. Hoy con fabulosos humoristas nuevos y veteranos. Incluso en tiempos como estos en los que los que humor es una práctica de riesgo, la calidad es fantástica.
–¿La pandemia no ha minado nuestro sentido del humor?
–Nos ha demostrado cuánto lo necesitamos. La vida es un valle de lágrimas, como sabemos. Carece de sentido, y la única forma de dárselo es una bromita de vez en cuando. A veces es tan recomendable visitar al humorista como al terapeuta.
–¿Tenemos mejores humoristas que políticos?
–Cuesta distinguirlos. Los políticos y la sociedad funcionamos a golpe de 'likes', más pendientes del postureo que de otra cosa. Los políticos están más atentos al qué dirán que del cómo lo dirán.
–Si se enseñara risología en las escuelas ¿nos iría mejor?
–España tiene una visión humorística. Podemos sacar pecho por ser un país de desmontaje y deconstrucción a través del humor. Hemos aportado algo único, la tragicomedia, un invento español que no existía hasta 'La Celestina'. No tenemos héroes, como los ingleses, los franceses y los alemanes. Los desmontamos con chistes y cancioncillas. Les bajamos del pedestal. Los españoles sin humor no somos nada. Seríamos franceses.
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–Hablando de clásicos ¿es más quevedesco o quijotesco?
–Qujosimpsonesco. Con perdón. Igual que conocemos el pasado a través de Don Quijote, en el futuro, nos conocerán a través de Homer Simpson, qué es Don Quijote y Sancho al tiempo.
–Estudió derecho y teatro pero el payaso se impuso al letrado.
–No soy el único. Molière estudió leyes y luego se convirtió en payaso. En clase de teatro me cansaba tanto de tanto arte que me daban ganas de estudiar algo concreto. 'Actio' es un término entre actor y acción, común al arte dramático y al derecho, que tiene mucho de puesta en escena, como la liturgia religiosa.
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–Las humoristas dicen que en el sector hay machismo ¿Es así?
–Pues sí, como en todas partes. Donde haya un solo machista hay machismo. No se cuantificarlo, pero la gracia y el talento están el cerebro, no en el sexo. Rosa María Sardá y Lina Morgan hicieron partirse de risa a todo el país.
–¿Humor e inteligencia van siempre unidos o hay tontos muy graciosos?
–Una cosa es tener gracia y otra hacer humor, que es algo que se hace entre dos, como el amor. Sin el receptor no hay humor. Exige un acabado en un golpe de horno del cerebro del receptor. Es cómo hacer el amor: si el otro no llega al clímax, solo hay onanismo.
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–¿Tenemos la sabiduría de reírnos de la muerte?
–Sí. Para eso está el humor, que es la salida de emergencia en la habitación de la angustia. Todos enemos fecha de caducidad. La pandemia nos ha dado una bofetada de realidad. Nos costará recuperarnos y la única forma de hacerlo será con la risa. No hay otra. La muerte es el final de lo que somos capaces de percibir. Conforme te acercas más al final de la peli, más humor necesitas y lo aplicas a todo.
–Se define como un océano de sabiduría con un dedo de profundidad. ¿Ha ganado calado con los años?
–No. La sabiduría es dudar de ti mismo, descubrir tus errores e intentar enmendarlos. Sócrates, el tío más sabio de la historia, solo sabía que no sabía nada. Es la base de la mayéutica. Saber que no sabemos nada es el principio de la sabiduría. Debería ser el lema de una Europa que se dice fundada sobre la cultura.
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«En Fuente-Álamo (Albacete), de chaval, en una actuación penosa, fingía un secuestro con una pistota y no me hacían ni caso. Caminaba para atrás y de pronto todo el mundo empezó a mirarme. Pensé que lo estaba haciendo de fábula.
De repente choqué con algo. Era un elefante anunciando un circo en la plaza del pueblo. Todos se descojonaban pensando en mi muerte, la de un muchacho aplastado por el paquidermo. La sonrisa tiene siempre una miaja de crueldad».
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