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Iratxe Bernal
Sábado, 25 de marzo 2023, 00:08
Con los pisos pasa un poco lo que con los hijos, el nuestro siempre nos parece el más guapo. De ahí que, al calcular su precio de venta, tendamos a pensar que podemos pedir más de lo que logró el vecino por el suyo. «Hay ... gente que se convence tanto del supuesto valor de su vivienda que da la vuelta a los criterios que maneja el mercado para argumentar, por ejemplo, que es mejor un primer piso que un octavo porque así te importará menos que un día se estropee el ascensor», relata la anécdota César Escobar, de la tasadora Tinsa. «Nuestra casa tiene un gran valor sentimental, pero ese vínculo afectivo puede hacernos caer en el error de fijar un precio superior al que realmente tiene», coincide Alicia Aragón, del portal inmobiliario pisos.com.
Empeñarse, por tanto, en fijar el precio de acuerdo a nuestros propios criterios no sólo alargará el proceso –obligándonos incluso a rebajar nuestras expectativas–, sino que además puede que ayude a vender pisos del entorno frente a los que el nuestro no resulte competitivo. ¿En qué debemos fijarnos y en qué no al poner el precio?
«Lo que más pesa es la ubicación del inmueble, el distrito o barrio en que se encuentre. Aunque las necesidades cambian en función de cada de familia, como norma general se valora la proximidad a colegios, centros de asistencia médica, comercios y, cada vez más, a redes de transporte público porque hay más gente que quiere prescindir del coche.
También tienen mucha importancia los espacios verdes y crece el interés por tener cerca instalaciones deportivas», explica Escobar, codirector del departamento de Visado de Tasaciones.
Acotando más el terreno y comparando entre las calles de un mismo barrio, suman factores que aporten seguridad o comodidad, como el alumbrado o la anchura de sus aceras. Para terminar de afinar la influencia del entorno hay que tener en cuenta que a muy poca distancia entre sí puede haber portales mejor orientados o menos expuestos que otros a molestias como el ruido del tráfico o el generado por determinados negocios.
Si pasamos a fijarnos ya en el propio edificio hay que valorar si cuenta con servicios comunitarios atractivos como garaje, portero o incluso piscina. «Pero, ojo, porque esto también puede restar competitividad a nuestro piso si implica pagar mucho en el recibo de la comunidad, algo que si te acabas de meter en una hipoteca puede resultar un coste excesivo», aclara Escobar.
Por el mismo motivo, mantener a raya los gastos que hay que sumar a la cuota del préstamo, es por lo que también hay que evaluar la calidad constructiva, la antigüedad y el estado de conservación del inmueble, clásicos «a los que cada vez se unen más la eficiencia energética del edificio e incluso su capacidad para autoabastecerse», añade Escobar a la lista. «En los viejos restan aquellos elementos que puedan suponer una gran derrama para el comprador al poco de adquirir el piso, mientras que en los nuevos o con obras de rehabilitación ya hechas debemos sumar las mejoras que aporten ahorros en consumos energéticos».
Seguidamente, hay que poner precio a la ubicación de la vivienda comparándola con otras similares en tamaño del mismo inmueble. «Hay factores que suman casi siempre, como que el piso sea alto, exterior y orientado al sur. Pero también hay excepciones si, por ejemplo, nuestras ventanas dan a un patio de manzana muy amplio. Además, hay elementos que no siempre añaden tanto valor como cabría pensar. Pasa con el ascensor. Subir andando no importa lo mismo en un segundo que en un sexto ni tampoco si queremos estar lo más cerca posible de la playa o tener terraza», matiza Escobar.
Finalmente, una vez traspasada la puerta de entrada de la vivienda, hay que fijarse en las reformas que se hayan hecho. «Si llevas años en tu casa es lógico que hayas realizado alguna mejora, como sustituir el suelo de terrazo por tarima, quitar el gotelé, forrar los armarios o actualizar cocina y baño. Si estas obras tienen unos años no te van a suponer un retorno de la inversión realizada, pero pueden haber revalorizado tu piso, y más si son recientes», explica Alicia Aragón.
«El valor de una reforma en realidad lo pone quien compra –matiza Escobar–. Hay veces que no hay más remedio que realizar una rehabilitación y eso lastra la venta. Otras, en cambio, no habría necesidad de tocar nada, pero el nuevo dueño decide hacer de todo. Cada quien es muy libre de hacer la obra que quiera en un piso que acaba de comprar, así que una reforma no siempre sube el precio», advierte e insiste, además, en los riesgos de las «adaptaciones demasiado personalizadas». Si, por ejemplo, eliminamos un dormitorio para tener un salón más grande o elegimos unos acabados ajustados a un estilo muy peculiar también tenemos que ser conscientes de que estamos reduciendo nuestro mercado potencial. «Puede que esos elementos nos costaran un dineral, pero si se alejan de las necesidades o gustos más o menos estandarizados de los compradores que buscan un piso de las características del tuyo, restringirán tanto tu mercado que incluso restarán valor porque obligarán al nuevo dueño a adaptar el piso a sus propias necesidades o gustos», explica.
Tampoco aportan nada a la tasación los muebles, aunque estén hechos a medida. «Hay quien cree que un armario o una librería que resultaron carísimos deben influir en el precio de venta, pero la verdad es que al nuevo dueño pueden no interesarle en absoluto», subraya Escobar.
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