La presión estética es un fenómeno que no se ve, pero se siente. En situaciones, además, muy comunes y de maneras muy sutiles. Imagínese ir a una tienda y no encontrar la talla que necesita. «O comprar en una determinada marca y que la que ... le quede bien sea siempre una más de la que usa habitualmente», explica José Ortiz Gordo, psicólogo experto en consumo, marketing y publicidad. En este último caso, puede incluso que nos «enfademos y no compremos» ni en esa ocasión ni en ninguna.
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En Cataluña, el Govern ha decidido meter mano a este asunto y ya estudia cómo tramitar una nueva normativa de consumo que obligue a los establecimientos a tener, al menos, ocho tallas diferentes, es decir, un muestrario amplio para que todas las personas, independientemente de su morfología y características físicas, encuentren la suya. ¿Una maravilla? «En realidad esto ya lo dice el Real Decreto 1979/1999», señala Ortiz. Lo que ocurre es que no se cumple.
«Ampliar el abanico de tallas en las tiendas es una medida acertada porque lo qu enos encontramos son cuerpos que se quedan fuera y eso genera problemas de autoestima y bienestar emocional», detalla Sara Bujalance, directora de Asociación contra la Anorexia y la Bulimia de Cataluña y psicóloga experta en trastornos de la alimentación. No encontrar la talla, acaba generando un impacto negativo, sobre todo en el público más vulnerable, que son los niños y los adolescentes: «Creen que no encajan, que el problema está en su cuerpo porque no es normal y tienen que esforzarse en llegar a ello». Y esto «es un factor de riesgo» para sufrir problemas relacionados con la comida.
Ahora bien, la propuesta de la Generalitat solo será de obligado cumplimiento para quienes tienen tres o más locales en la comunidad. ¿La razón? Tiene un coste económico importante para las firmas. «Hacer más tallas es más caro», apunta Ortiz. Y también supone mayor desperdicio. «Hay que tener en cuenta que muchas firmas tiene la venta concentrada en tres o cuatro tallas. Saben que las otras apenas las venden y el hecho de tener que ofrecerlas supone más inversión, menos rentabilidad y mas sobrante».
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«La moda no es uniforme», explica María Martín-Montalvo, directora de Relaciones Internacionales de Isem Fashion Business School, la primera escuela de negocios en España especializada en empresas de moda. «Cada cadena se dirige a un público objetivo en concreto y diseña y produce para él». Es decir, que también ajusta sus patrones a ese grupo en concreto. Es eso lo que explicaría, por tanto, «que en algunas tiendas más juveniles, las tallas son más pequeñas. Luego, también depende del estilo y del 'fitting' de cada prenda. Pero no es malintencionado», defiende la experta.
Uniformar las tallas o rehacer los patrones es un tema en el que ya se ha intentado actuar. En 2008,hace la friolera de 15 años, se elaboró el 'famoso' Estudio Antropométrico de las Españolas porque cuatro de cada diez mujeres tenían problemas para encontrar su talla. En 2013, la UE retomó este asunto y propuso estandarizar el tallaje. En 2017, la Organización Internacional de Normalización fijó un nuevo sistema. Pero todo queda en papel mojado cuando visitamos las tiendas.
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«Ese punto de partida no tiene sentido», prosigue Martín-Montalvo. Al final, cada fabricante ofrece su propio sistema en función de cosas como las ventas o los datos de marketing. Otro asunto es ampliar el tallaje más allá de la 44 o la 46: «Ahí sí creo que se han hecho y se están haciendo avances importantes. Ahora es más fácil ir a la moda independientemente de la talla».
Los trastornos de la alimentación se han disparado desde 2020. «2021 supuso un récord de casos y aunque el año pasado y este la curva se está suavizando, se atienden más casos que antes del Covid», explica Bujalance. Según los datos de la agrupación que dirige, el 47% de las chicas de entre 12 y 16 años quieren adelgazar, y el 41% ha hecho alguna vez dieta por su cuenta . Estas enfermedades afectan a alrededor de 28.000 adolescentes y jóvenes en Cataluña, aproximadamente el 5% de las chicas.
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«Decir la talla da miedo porque hay una sobrevaloración de la mirada de otros, falta de seguridad personal y alta dependencia de las expectativas externas», explica la psicóloga clínica Constanza Fernández de Gamboa. Lo que necesitamos, por tanto, es «madurez» para interpretarlas sin venirnos abajo. «Si somos padres, lo que tenemos que hacer es sembrar en los niños y jóvenes que su satisfacción venga por el convencimiento personal, no de un número». Y como clientes poner en práctica eso mismo: «Tras las tallas hay imagen. Lo ideal sería comprar ropa no por la talla, sino porque nos siente bien y nos sintamos bien con esas prendas», señala Ortiz. Lo otro es «un juego que hemos aceptado» y contra el que habría que rebelarse.
Las tallas son un invento surgido en el siglo XIX. Antes, los ricos se hacían la ropa a medida y los pobres se vestían como podían. Las grandes guerras fueron esenciales para establecer un sistema de tallaje, puesto que fue necesario producir uniformes militares en masa. Primero fue el masculino y luego llegó el femenino. Aunque no fue hasta 1996 cuando se diseñó una norma europea para designar las tallas y acabar así con la confusión.Es lo que hoy se conoce como EN13402. Lo siguen todos los países de la UE menos Alemania, Francia e Italia, que tienen sus propios sistemas. Estados Unidos tiene otro tallaje, aunque parecido al europeo. Y en Asia hay cuatro sistemas diferentes: el de China, el de Japón, el de Corea del Sur y el de Tailandia. Por si fuera poco en este rompecabezas, luego está el tallaje por letras (XS, S, M…).
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