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Con las Navidades a la vuelta de la esquina, los aficionados a la repostería viven uno de los momentos más dulces del año. Las numerosas fiestas y reuniones familiares en torno a una mesa son la excusa perfecta para sacar la artillería pesada y elaborar ... todo tipo de postres. Pero también para pasar una tarde de entretenimiento con los más pequeños de la casa o por el simple placer de preparar algo rico sin demasiadas complicaciones. Magdalenas, galletas y bizcochos son un clásico de estos días. Preparas la mezcla, la echas en un molde... y al horno. Sin embargo, el segundo paso de todo este proceso, probablemente al que menos tiempo dediquemos, resulta más importante para nuestra salud de lo que pensamos: el material del recipiente (hojalata fuerte, aluminio, acero inaxidable, porcelana, cerámica y... silicona).
«Estos últimos gustan mucho porque son coloridos, fáciles de lavar, de tamaños y formas muy variadas... pero tienen un problema. La mayoría de los que se comercializan liberan durante su uso sustancias químicas potencialmente nocivas que terminan en el alimento», alertan los expertos de la OCU después de analizar junto a otras organizaciones de consumidores europeas el comportamiento de 44 moldes de silicona después de pasar por el horno. Solo cuatro de los 23 recipientes que se pueden comprar en nuestro país –en tienda física o plataforma online– salieron airosos de la prueba y «dos de ellos directamente superaron el límite de migración globlal establecido para cualquier tipo de material en contacto con alimentos», especifican los técnicos de la OCU. Se trata de un pack de 12 magdalenas individuales de Amanzon Basic (5,55 euros) y el pack de dos bandejas para 4 magdalenas de Ionegg (10,99 euros en Amazon).
«Ningún material de la naturaleza es químicamente inerte, por lo que es de esperar que los materiales en contacto con los alimentos tampoco lo sean y puedan liberar una mínima parte de sus componentes a la comida, que es lo que se conoce como migración», explican en la OCU. Los materiales plásticos de uso alimentario y algún otro como la cerámica y la celulosa regenerada deben fabricarse según una normativa que fija los límites máximos de migración para determinadas sustancias y garantizar así un margen de seguridad para el consumidor. «Lo que ocurre es que el resto de materiales, la silicona entre ellos, no dispone de normativa propia que los regule: tan solo deben respetar el reglamento que regula aspectos generales para los materiales y objetos en contacto con los alimentos», lamentan los técnicos en seguridad alimentaria.
En el test de migración realizado por la OCU «se han encontrado varias sustancias químicas que, ingeridas en pequeñas cantidades, lo más probable es que no representen peligro alguno para la salud. Ahora bien, si se hace un uso intensivo de los moldes podrían tener un efecto tóxico a largo plazo y suponer un riesgo, sobre todo para los más pequeños».
En el análisis han aparecido fragmentos compuestos de siloxano procedentes de una fabricación imperfecta de los moldes, además de aditivos (plastificantes, antioxidantes...) en concentraciones muy bajas y algunos compuestos clasificados como cancerígenos, mutagénicos o tóxicos a nivel reproductivo. «Necesitamos una normativa clara y completa sobre el uso alimentario de la silicona que establezca qué tipos de sustancias pueden usarse en su fabricación y limite las cantidades en las que puedan encontrarse», reivindican en la OCU.
Antes de usar un molde de silicona por primera vez –que es el momento más delicado porque es cuando se desprenden más sustancias residuales del proceso de fabricación– los expertos en seguridad alimentaria aconsejan llenar el recipiente con una mezcla de agua, harina y aceite. Después meterlo en el horno durante una hora a 220 grados y tirar la mezcla a la basura. «Para utilizar estos moldes de la manera más segura posible, los fabricantes suelen incluir recomendaciones de uso que conviene seguir. De hecho, nuestro primer consejo sería no comprar recipientes que no traigan instrucciones de uso», alertan en la OCU.
1. Compruebe que pueden utilizarse en el horno: algunos moldes no soportan temperaturas demasiado altas.
2. No sobrepase la temperatura máxima recomendada, que puede variar entre 200 y 260 grados según el modelo.
3. No use el grill y aleje el molde de las paredes del horno.
4. No ponga el recipiente sobre una llama, una placa eléctrica u otra fuente directa de calor.
5. Algunos fabricantes recomiendan untar el interior con mantequilla para que la masa no se pegue y se pueda desmoldar con más facilidad. Sin embargo, teniendo en cuenta que la grasa favorece la migración de sustancias es mejor no hacerlo.
6. No use cuchillos ni otros utensilios punzantes.
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