Óscar beltrán de otálora
Martes, 18 de agosto 2020, 00:10
Uno de los consensos culturales del siglo XXI es lo perjudicial que ha sido Walt Disney para el amor. Se puede discutir sobre si los Beatles son mejores que los Rolling o sobre si Spielberg es un moñas, pero que las animaciones que comenzaron con ... el ratón Mickey son tóxicas ya no hay muchos que se atrevan a ponerlo en duda. Incluso los propios dirigentes de la compañía parecen haber asumido el mensaje. En los últimos años, figuras como Frozen o Brave –mujeres valientes y con ideas y agenda propias– están acabando con el cliché de las princesas Disney. Pero esto es algo reciente. Lo interesante es que su halo dañino se extendió a otras películas con las que los rivales pretendían competir con la gran factoría de la fantasía. Es lo que sucedió con 'Shrek'. Fue presentada en 2001 por DreamWorks, un estudio alumbrado, entre otros, por Steven Spielberg, para hacerse un hueco en la animación cinematográfica. Se trataba de matar al padre en su propio terreno.
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'Shrek' fue uno de los primeros torpedos dirigidos contra el portaviones rival. Y jugaron fuerte: subvirtieron todo el orden creado durante medio siglo por Walt Disney y sus herederos al recrear un mundo en el que los príncipes son malos y feos; los ogros, buenos; los personajes del universo de las hadas se reinventan –un dragón que se enamora de un burro– y las chicas son fuertes. Pero sus creadores dejaron una mina cargada en la historia.
La película narra las peripecias de un ogro que vive feliz en su ciénaga hasta que el señor que rige el condado, Lord Farquaad, inicia una persecución de las criaturas míticas que perturba a nuestro monstruo. Shrek negocia con el noble, que se compromete a mantener el 'statu quo' del territorio si rescata a la princesa Fiona y se la entrega. El ogro acepta la misión y, acompañado de un burro hablador, emprende viaje.
Pero la princesa resulta ser una mujer de armas tomar, luchadora, valiente... y en posesión de un misterioso secreto. Durante el día sí, es una bella princesa, pero por la noche se transforma en una ogra tan repugnante como el propio Shrek, que solo podrá recuperar su ser original cuando le bese su amado. Ambos se enamoran, Lord Farquaad sale de escena devorado por el dragón y, cuando los protagonistas finalmente juntan sus labios... ella se convierte en ogra. Esa era su identidad real.
«Es un final muy tramposo. Lo que nos está diciendo el filme es que, para que una relación funcione, tenemos que ser como la otra parte de la pareja. En este caso, la mujer se tiene que convertir en fea y ser como el ogro. Encierra un punto de sexismo, casi de racismo, porque no acepta la diferencia –interpreta el psicólogo Jaime Burque–. El mundo de la animación vuelve a caer en los errores tradicionales a la hora de contemplar las relaciones y el papel de la mujer que había establecido la filmografía de Disney».
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Porque al bueno de Walt se le atribuye, precisamente, el papel de haber marcado los estándares modernos del amor romántico, una visión idealizada de la relación de pareja que, por irreal y fantasiosa, ha sido cuestionada por psicólogos, sociólogos... y todos los que han sobrevivido al sufrimiento que provoca. «El amor romántico se basa en suposiciones inciertas. Se exige intensidad, exclusividad, que sea incondicional, suceda lo que suceda, y un grado de apego que da pie a expresiones como 'te querré más que a mi vida'. La misma figura del príncipe azul, idealizada por Disney, es perversa, porque condena a las mujeres a un rol pasivo», precisa Burque. Y, además, en el caso del creador del emblemático Mouse, el amor siempre surge entre parejas de idéntica condición social, racial o económica. «La diversidad no ha existido en ese universo», sentencia el experto.
na relación insana en la que se han roto los equilibrios. El amor romántico, tal y como se ha construido en la cultura occidental, supone la exageración de determinadas emociones, como la intensidad, hasta convertirlas en insanas. Una frase que resume esta desviación: «Te amaré hasta la locura». También son características de este tipo de relación expresiones como «Te necesito más que a mi vida» –revela un apego patológico– o «Te amaré pase lo que pase», indicadora de una incondicionalidad irracional. «El amor romántico define una relación en la que ya no existe ningún equilibrio emocional», resume el psicólogo Jaime Burque.
Consecuencias que generan dolor. Desde su perspectiva, el amor romántico da pie a dependencias afectivas malsanas y a que las relaciones se alarguen en el tiempo aunque sean dañinas. «Se establece un patrón inalcanzable del amor, y eso genera una frustración tremenda en los protagonistas. Esa fe en una especie de amor milagroso hace que la gente tenga miedo a romper con su pareja; supondría poner en tela de juicio sus ideales sobre cómo ha de configurarse una relación», agrega. La alternativa, receta Burque, debe ser un amor «sano, consciente y equilibrado».
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