El mejor día de las fiestas
relato de humor ·
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La megafonía del Ayuntamiento anunció la muestra de artesanía local con un volumen disparatado, como si se tratara de una información imprescindibleLa megafonía del Ayuntamiento anunció la muestra de artesanía local con un volumen disparatado, como si se tratara de una información imprescindible para el mundo occidental. El aviso me espabiló y, aunque yo pasaba bastante de las fiestas porque estaban pensadas para carcamales, decidí salir. ... Diego el Palancas y el Junco se habían apostado en mitad del paseo con una pancarta en la que se podía leer 'El sector del metal se merece un convenio digno'. Les encantaba manifestarse, por lo que fuera. Lo malo es que como la industria siderometalúrgica se situaba muy lejos del pueblo, que era serrano y recóndito, las consignas caían en saco roto. El día anterior, en el tradicional encierro de vaquillas, se les había visto en la plaza portátil sosteniendo una pancarta en la que habían escrito 'No a las redes pelágicas'. Los saludé con desgana, dejé atrás el paseo y la plaza, las barracas y la caseta municipal, y me dirigí a la cantina de la estación del tren, donde iba a actuar una chirigota. Al llegar solo vi caras largas entre el público. Por lo visto, uno de los chirigoteros no encajaba bien las bromas y el de la cantina, que era un bocazas, le había soltado alguna perla. De hecho, los gaditanos estaban a punto marcharse cuando llegó a la estación un tren de media distancia, envuelto en humo.
—¡Fuego!—gritó alguien.
En efecto, se había originado un pequeño incendio en los bajos del vagón de cola, que el jefe de estación logró apagar enseguida con un extintor. De todas formas, el tren se tuvo que quedar allí. En el andén, se agolparon turistas extranjeros, familias, viajeros solitarios, unos cuantos hombres con unas bandas del color del arcoíris cruzadas en el pecho, algunos ejecutivos, un grupo de cazadores. La chirigota, animada quizá por el inesperado éxito de público, se arrancó con unos cuplés, y los vecinos que aún no se habían acercado a la cantina, terminaron por hacerlo, atraídos por el gentío. Llegó también el alcalde, acompañado de la corporación municipal, y en el descanso de la actuación, denunció que era inadmisible que los llamados 'trenes rana', que tantas incidencias habían protagonizado en Extremadura, hubieran sido recolocados en la línea Bobadilla-Algeciras. En un principio, sus palabras no provocaron reacción alguna, pero a medida que el alcohol fue circulando, la desafección de los vecinos por el Ministerio de Fomento se hizo evidente. Cuando la chirigota empezó con la tanda de pasodobles, los ánimos ya estaban bastante encendidos. Los pasajeros del tren, por su parte, habían abandonado la frustración inicial para involucrarse en las fiestas del pueblo. Los artesanos locales también decidieron trasladar allí sus creaciones y las colocaron en una mesa no lo suficientemente alejada del escenario. El alcalde, por su parte, embebido de cierto espíritu revolucionario, se colocó en las vías para impedir que el tren saliera. Para angustia del conductor, un hombre joven y guapo, numerosos vecinos se apresuraron a secundar al alcalde, bien pertrechados, eso sí, de bebidas. Retumbó el 'Sobreviviré' de Mónica Naranjo y los chicos de la banda arcoíris se subieron al escenario; uno de ellos se entregó a la coreografía con tanto entusiasmo que perdió el equilibrio y fue a dar de bruces contra la mesa de los artesanos locales. En ese momento, se originó una pelea en la que se vio involucrado, por razones que ignoro, el grupo de cazadores. La Guardia Civil no tardó en personarse, pero como hizo falta tiempo para templar gaitas, también alcanzaron a llegar a algunos fotógrafos de prensa. Para entonces, yo ya me había retirado a un rincón oscuro con el conductor del tren.
Al día siguiente, la noticia de los incidentes salió en casi todos los periódicos y el alcalde se mostró satisfecho por el éxito de las movilizaciones. Además, al cabo de una semana, llegó al consistorio municipal una caja de atún rojo del que dimos buena cuenta en una barbacoa popular. El pueblo de Barbate nos agradecía solemnemente su apoyo. En todas las fotografías aparecían Diego el Palancas y el Junco mostrando una gran pancarta en la que podía leerse 'No al veto de la sardina', una reivindicación que, aquel verano inolvidable, constituyó la principal inquietud de la flota barbateña.
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