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Así vivió el País Vasco la dictadura de Primo de Rivera

El apoyo del rey al golpe de estado del 13 de septiembre de 1923 facilitó que se recibiera sin grandes hostilidades un régimen que se presentó como transitorio

Miércoles, 13 de septiembre 2023, 20:46

El 13/14 de septiembre de 1923, hace cien años, el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera, admitido por Alfonso XIII, liquidó el sistema de la Restauración. Instauró una dictadura, que suspendió la vigencia de la Constitución de 1876. Se presentaba como ... un régimen transitorio, que regeneraría España, tras la ineficacia política de los años precedentes. «Bajo el Directorio Militar. Este tiene carácter provisional, es turnante y lo formará un militar de cada región y Arma», se publicaba en Bilbao, pero los periódicos advertían que estaban sometidos a la censura. El nacionalista 'Euzkadi' lo dejaba bien claro: «Este número está sometido desde la primera línea a la última a la censura militar».

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«Como protesta contra la sedición militar, se declarará hoy en Bilbao la huelga general»: estas fue la primera reacción de los socialistas. Decían que «nadie puede desconocer el propósito que anima a los militares». No podemos «esperar otra cosa que no sea o una dictadura militar o un poder seudocivil entregado, atado de pies y manos, a los militares». Sin embargo, la huelga tuvo escaso seguimiento.

En general el golpe fue recibido sin grandes hostilidades. Según se publicó en Bilbao, «la opinión pública, el verdadero pensamiento del pueblo, ha permanecido ausente, o, mejor dicho, no ha existido frente al movimiento militar. Acaso sea éste el mayor mal en estos momentos». «Los promotores del alzamiento consideran que este callar de las gentes, esta indiferencia, son aquiescencia y aprobación y conformidad». Sin embargo, muchos vieron en la dictadura un periodo excepcional que sanearía la vida política.

En esa actitud influyó el apoyo del rey al golpe de estado. «Nuestro intenso amor a España, nuestra leal adhesión a la monarquía, representada por Don Alfonso XIII; nuestro profundo respeto a toda autoridad constituida, han sido hasta ahora normas de nuestra conducta», justificaba la prensa monárquica augurando «una incansable era de trabajo, de paz y de justicia».

Hubo sectores en el País Vasco que apoyaron la dictadura. Así lo hicieron la jerarquía eclesiástica y sectores de la gran burguesía. En particular, los «mauristas» –enarbolaban la idea regeneracionista de «la revolución desde arriba» de Antonio Maura–, durante los años anteriores a la derecha de los monárquicos conservadores. Fueron quienes participaron en la gestión local durante los años de Primo de Rivera. También colaboraron algunos carlistas –apoyó la dictadura Vázquez de Mella–, si bien no el grueso del carlismo.

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Maura venía proponiendo una reforma administrativa descentralizadora. La inspiración maurista dio pie a propósitos reformistas en ese sentido. Declaraciones de este tipo animaron a la Diputación de Gipuzkoa a solicitar del Directorio Militar la reintegración foral, el servicio militar autónomo y el apoyo al euskera. Consiguió una declaración común de las tres diputaciones pidiendo que se restaurasen los fueros o, al menos, la autonomía.

La evolución fue por vías muy distintas. Disueltos los ayuntamientos constitucionales y las diputaciones, las ilusiones autonómicas quedaban al margen del régimen dictatorial. Eso sí, se esbozó un proyecto de autonomía vasca, que desarrollaba la dependencia foral de las diputaciones respecto a los ayuntamientos.

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La positiva acogida que tuvo por parte de Primo de Rivera, que verbalmente les encargó presentar un proyecto de Estatuto, dio lugar a rápidas y entusiastas gestiones en Álava y sobre todo en Gipuzkoa, con el convencimiento de que las autonomías regionales podían estar en el programa reformista de la dictadura. Sin embargo, la unanimidad duró poco. La Liga Monárquica de Bilbao, que dominaba la Diputación de Bizkaia, quebró cualquier posibilidad de un frente común. Alegó que la idea se desplazaba hacia el separatismo y que por tanto era inoportuna.

La dictadura tuvo cierto éxito al resolver los problemas coloniales en Marruecos o restablecer el orden público. No sucedió lo mismo cuando quiso institucionalizarse y crear un nuevo régimen político, que quería incluir una nueva Constitución, una asamblea consultiva y un sistema autoritario. El fracaso se produjo también cuando quiso eliminar el régimen de partidos y la conflictividad social. La propuesta dictatorial, de corte corporativo y conservador, buscaba unir a todas las fuerzas nacionales, sustituyendo la pluralidad por la ficción de la participación colectiva en una empresa nacional común.

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'Euzkadi' solo en castellano

Se gestó a tal fin la Unión Patriótica, un partido organizado por los gobernadores civiles. Muchos vascos ingresaron en tal partido o en el Somatén (una especie de milicias urbanas en la que confiaba el régimen autoritario para encuadrar a la sociedad, en lo que imitaba al fascismo): Primo de Rivera «reconoce la semejanza que tiene nuevo régimen con el fascismo italiano», apreciaron los nacionalistas vascos poco después del golpe de estado. Y acertaron cuando inmediatamente auguraron: «los camisas negras serán llamados aquí somatenistas».

El Somatén integraba a distintos sectores urbanos y su élite procedía de la derecha monárquica. Incluyó a miles de afiliados, que realizaban grandes manifestaciones de adhesión cuando llegaban al País Vasco el rey o el dictador.No se toleraron más partidos, aunque sí actividades sindicales y culturales de signo diverso.

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«Gibel egiak ekatxari», «da la espalda a la tormenta»: tal fue el lema que recomendó a los nacionalistas el 'Euzkadi', cuya publicación se permitió, pero sólo en castellano. Desde 1923 los delitos contra la seguridad y unidad de la patria quedaron sometidos a los tribunales militares. El PNV del grupo Aberri, una escisión radical, fue declarado ilegal. Comunión Nacionalista Vasca -el nombre que había adoptado el Partido Nacionalista Vasco- acordó retirarse de la vida política. Impedidas sus actividades públicas se refugió en las empresas culturales.

Para mantener la unidad de sus juventudes, recibió gran impulso su organización de montañeros, los mendigoizales. En 1927 celebró en Mondragón el día del euskera, una movilización en defensa del idioma. El clero joven, con frecuencia de procedencia rural, se convertiría, a su vez, en uno de los difusores del nacionalismo, en discrepancia con la jerarquía eclesiástica. En 1928 se nombraba obispo de Vitoria a Mateo Múgica, lejano al nacionalismo, pero que era el primer obispo vascoparlante de la diócesis vasca.

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Estaban, de otro lado, las actividades. Siguiendo la tónica general en España, con algunas excepciones, los socialistas vascos colaboraron con la dictadura. Su política laboral, que implicaba cierto compromiso, levantó serias críticas de otros grupos obreros y la UGT perdió posiciones, en beneficio de anarquistas y, sobre todo, nacionalistas: Solidaridad de Obreros Vascos optó por una política reformista, pero sin comprometerse con la dictadura. A partir de 1927 las huelgas mineras pedían aumentos salariales. No se sumaron los socialistas. En 1928 Solidaridad promovía con los Sindicatos Católicos un frente único contra la UGT en las elecciones metalúrgicas a los comités paritarios y denunciaba que los socialistas se habían hecho con estos órganos de arbitraje, creados durante la dictadura.

El crecimiento económico de los años veinte -ensombrecido en el País Vasco por la quiebra en 1925 del Crédito de la Unión Minera- permitió a Primo de Rivera gobernar sin gran oposición social, pero a partir de 1928 la peseta se desplomó. Se incrementó entonces la agitación contra el régimen. Creció la subversión estudiantil y la oposición intelectual que encabezaba Unamuno, desde el primer momento contrario a la dictadura. Los socialistas, a inspiración de Prieto, optaron por aliarse con los republicanos. En enero de 1930 Alfonso XIII despidió a Primo de Rivera. Pensaba que así podría salvar la corona. En realidad, perdía su último apoyo, tras su implicación con la dictadura.

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