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La proclamación de la República el 11 de febrero de 1873, hace 150 años, fue aceptada por el liberalismo bilbaíno pero no suscitó entusiasmos, salvo entre los grupos que se decían 'republicanos', minoritarios dentro del ámbito liberal. El desenvolvimiento en Bilbao de la República del ... 73 --en 1874 había una dictadura republicana y la villa vivó un sitio militar- estuvo condicionado por el enfrentamiento con el tradicionalismo y por la situación de guerra, pues la sublevación carlista fue aislando a Bilbao. Aun así, la experiencia republicana se dejó sentir en la vida local, dando lugar a algunas tensiones dentro del liberalismo, en el que había distintas sensibilidades.
Tras la revolución de 1868 se acentuó la presión del carlismo. Bilbao era el principal enclave liberal del País Vasco, pero también albergaba a sectores carlistas. Esta tensión se dejó sentir en las elecciones. En las de diputados a Cortes, con circunscripción provincial, sacaron mejores resultados los tradicionalistas, mientras las elecciones municipales daban en Bilbao un neto triunfo a los liberales, divididos entre la mayoría moderada y los republicanos, los más radicales.
El Ayuntamiento que recibió la noticia de la proclamación de la república era de mayoría liberal moderada. Lo presidía Francisco Mac Mahón y entre sus miembros encontramos miembros de las principales familias bilbaínas -Mazas, Azaola, Guardamino, Rochelt, etc.-, vinculadas al comercio y el mundo empresarial. Según Delmas, liberal, la opinión bilbaína, preocupada por el avance carlista, no recibió con entusiasmo el cambio de régimen, que disgustaba a «sus instintos pacíficos», pues podían aumentar las tensiones. Los republicanos dieron por supuesto que les correspondía la hegemonía política, al margen de la opinión electoral.
Sin duda, los liberales del Ayuntamiento recelaban de la república, pero el consistorio se apresuró a comunicar al vecindario el cambio de régimen, expresando su apoyo. Aseguraba que iba a que era una «corporación protectora del sosiego y seguridad del vecindario», por lo que se ponía a disposición del Gobierno, afirmando que velaría por el orden y respeto a las leyes. No había entusiasmos republicanos, pero sí lealtad a la República como régimen legítimo.
Sin embargo, había tensiones. Delmas asegura que «algunos alardes» de los republicanos crearon alarmas, cabe suponer que al liberalismo moderado. Más significativo: el Ayuntamiento envió a Madrid una comisión que representaba al Batallón de Auxiliares para que explicara que «no tiene color político» y «que su misión no es otra que la de mantener el orden y que no reconoce más enemigos que los carlistas». Era una cuestión crucial. El Batallón de Auxiliares se había formado el año anterior, cuando estalló la sublevación carlista, para crear una fuerza para defender la villa. Era también la fuerza armada del liberalismo local, que se hacía cargo del orden y la seguridad cuando las tropas regulares tenían que marchar de operaciones. Buscaban en Madrid que la República la reconociese como la fuerza cívico-militar de Bilbao, alegando su anticarlismo y su lealtad al Gobierno, aunque sin profesar entusiasmos republicanos.
Las cosas empezaron a cambiar muy pronto. Después de que saliesen de la cárcel algunos republicanos detenidos, el comité republicano de Bilbao propuso un nuevo Ayuntamiento y, efectivamente, fue designado unas semanas después. No era fruto de elecciones, sino decisión gubernamental, comunicada por el gobernador civil. De hecho, se sucedieron los alcaldes republicanos: Bernabé Larrínaga, Eusebio García, José Aguirre… Al principio, los ayuntamientos tenían republicanos y liberales moderados. Desde abril, cuando dimitieron estos últimos, fue un ayuntamiento íntegramente republicano, cuya composición varió según lo hacía en Madrid la posición del gobierno.
El principal síntoma de las divisiones dentro liberalismo tuvo que ver con las fuerzas cívico-militares. Se mantuvo el Batallón de Auxiliares, pero, contra los criterios del liberalismo moderado, se creó el Batallón de la República, una nueva fuerza cuya misión era, en principio, defender la República. También participó en labores de tipo militar, en los meses en los que acuciaba la beligerancia carlista. Fue objeto de una detenida atención, con recursos financieros, nuevos uniformes y armamento (se compraron fusiles Remington para armarlos). El Batallón de la República tenía 612 hombres, poco más de los 605 miembros de los Auxiliares.
Sorprende esta convivencia de dos fuerzas armadas alternativas, ambas liberales, que recelarían entre sí. Según Delmas, el batallón de la República cometió excesos, que no detalló, y eran «gente nueva y forastera», pero esto último no es creíble. Seguramente eran artesanos y trabajadores, además de miembros de los grupos intermedios de la sociedad bilbaína. Entre los líderes de liberales moderados y republicanos no había gran diferencia social, salvo que los primeros pertenecían a familias asentadas. Eran tenderos, oficinistas, profesionales, algún capitalista, etc. De otro lado, sabemos que los republicanos -lo estudió Rafa Ruzafa- procuraron trabajos para los obreros, intentando contrarrestar «la gran crisis de trabajo». Tenían una mayor sensibilidad social. Impulsaron un hospital general que atendía «sin distinción de vecindad y nacionalidad».
El Ayuntamiento republicano protestó por la falta de colaboración de los moderados y «la actitud hostil de los capitalistas de la plaza». De otro lado, decidió (11 votos contra 5) no asistir a las procesiones de Semana Santa. Anticipaba las posturas laicas del liberalismo bilbaíno, que alcanzaría fuerza las siguientes décadas.
En los momentos críticos, el Ayuntamiento de Bilbao se dirigió al Gobierno apoyándole, como cuando expresó su respaldo a «las enérgicas medidas» adoptadas por el Gobierno «para salvar la patria, la libertad, el orden y la república», ofreciendo su apoyo moral y militar. Tiene interés cómo repudió la insurrección cantonal de Alcoy y la sublevación de Cartagena. Consideraba «liberticidas» a sus promotores, por mucho que fueran republicanos. Si querían combatir, les invitaba a «venir aquí a combatir denodadamente la reacción clerical, que amenaza acabar con las libertades políticas y con la civilización de que nos enorgullecíamos».
La corta vida de la República del 73 estuvo condicionada en Bilbao por la insurrección carlista, que seguramente limitó las disensiones entre liberalismo moderado y republicanos. Desde marzo los carlistas habían interrumpido el tráfico ferroviario. La partida carlista de Ollo logró destruir las estaciones de Areta y Arrigorriaga, así como quemar con petróleo el túnel de Miravalles y el puente de Arrankudiaga. Bilbao se estaba quedando aislada, rodeada por un entorno alzado en armas. Esta circunstancia, cada vez más dramática, quitó importancia a las disensiones liberales bilbaínas.
Tras el golpe de estado de Pavía, el 2 de enero del 1874 se designó en Bilbao un nuevo Ayuntamiento, con dominio del liberalismo moderado y Felipe de Uhagón como alcalde. Continuó el cambio de nombres. En 1869 la Plaza del Mercado había sido bautizada como «Plaza de la Constitución». En febrero del 73 pasó a ser «Plaza de la República» y después «Plaza de la República federal». En enero de 1874 cambió otra vez de nombre: «Plaza de la República». Por poco tiempo.
El Batallón de la República quedó disuelto en enero de 1874. Sus miembros fueron admitidos en el batallón de Auxiliares, que alcanzaron importancia histórica unos meses después, cuando el sitio de Bilbao. En este, el reclamo ideológico aseguraba que se defendía el liberalismo, no la república, pese a que este era el régimen vigente.
Años después Bilbao votaría habitualmente a los republicanos, pero en 1874 éstos eran una fuerza minoritaria. El Bilbao histórico era radicalmente liberal, pero no liberal radical.
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