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Cuando Vitoria quiso prepararse para un ataque nuclear
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Durante la Guerra Fría, las autoridades franquistas elaboraron planes detallados de defensa en Álava ante un posible bombardeo atómico de la URSSAhora que Estados Unidos, con Donald Trump, y Rusia, con Vladimir Putin, amenazan con una nueva escalada de armas nucleares, bien está recordar que hubo un tiempo en el que la guerra atómica era mucho más que preocupantes titulares de prensa. En los años sesenta (recuerden la crisis de los misiles de Cuba) todos los gobiernos del mundo prepararon planes de defensa ante una guerra inédita y destructiva y más inminente de lo que podemos imaginar. El cine nos hizo poner la mirada en los Estados Unidos y en la obsesión de muchos directores de películas por el tema, pero también la neutral Suiza obligó por ley a toda la población a construir un refugio en cada casa.
Vitoria y Álava también se tomaron las cosas muy en serio durante la Guerra Fría. Realmente hubo quien se creía que algún día caería un misil en la Virgen Blanca y se promovió con planes específicos la construcción de refugios subterráneos en ese período. Así al menos lo testifica la documentación conservada actualmente en el Archivo Histórico Provincial de Álava. Según esta, el Gobierno Civil de la época elaboró multitud de informes y proyectos de defensa relacionados con guerras convencionales y con un hipotético ataque nuclear de la Unión Soviética.
Aparte de las medidas específicas ante una posible guerra, un temor siempre presente en una dictadura que se sentía amenazada desde todos lados, el Gobierno Civil, siguiendo las instrucciones del Ministerio de Defensa, elaboró un extenso programa de construcción de refugios nucleares en Vitoria y repartió folletos sobre cómo debían actuar los ciudadanos Incluso se creó un servicio de propaganda en la que colaboraban los periódicos y radios de la época. Se organizaron diversas charlas sobre la guerra nuclear. Sin embargo, los planes concretos nunca se hicieron públicos, aunque hubo una discusión sobre la oportunidad de dárselos a los periódicos para que se escribieran crónicas divulgativas de ellos. El encargado de elaborarlos apeló la necesidad de mantenerlos en secreto y esa opinión prevaleció.
En estos planes realizados por altos oficiales del Ejército adscritos al Gobierno Civil ya no se contemplaba la construcción de los grandes refugios públicos habituales en la Guerra Civil española y comunes en la II Guerra Mundial como consecuencia de los bombardeos aéreos sobre la población civil. Por el contrario, se piensa más en la creación de refugios individuales o familiares. En el Madrid de esos años, por ejemplo, en torno a los años sesenta, para cubrir las necesidades de sus habitantes hacían falta 200 búnkeres. De los 2.705 edificios del centro de la capital, por ejemplo, 939 disponen de sótanos, semisótanos o garajes, aptos para un caso de emergencia.
Igualmente, se dice en esos documentos que cada 200 metros habría que habilitar un refugio para transeúntes con un rótulo bien visible. Pero la inversión era tremenda para un país en desarrollo que debía construir viviendas antes que refugios. La mirada se pone en Estocolmo, la capital sueca capaz de edificar un búnker para 10.000 personas con dinero público. Ante la imposibilidad de hacer eso en España, se opta porque los construyan las grandes empresas y las familias, siguiendo la estela de los Estados Unidos.
Pero tampoco hay mucha colaboración. En diciembre de 1962, el Gobierno civil de Álava exige a Telefónica que levante un búnker antinuclear en su sede de la calle General Álava. Una cosa es una directiva administrativa y otra es la realidad. La dirección de la empresa se niega y reclama y el Gobierno Civil acaba admitiendo la protesta de la empresa. Los planes eran más papel que otra cosa. En otro de los documentos se precisa que en caso de guerra nuclear «solo sería un ataque» y se supone que la bomba tendría un megatón, es decir, el equivalente a un millón de kilos de trilita. La destrucción sería de tal calibre que únicamente «un refugio situado cerca de las viviendas o del lugar de trabajo proporcionaría protección suficiente contra la radiactividad, la llamarada inicial de la bola de fuego, contra los efectos indirectos o secundarios, contra cascotes, cristales y contra los escombros y derrumbamiento de edificios».
Como realmente el Gobierno no construye refugios y ante la sensación generalizada de que la Protección Civil (un sistema copiado de otros países) es inoperante porque no lo hace, las autoridades se ven en la obligación de recordar que no es una competencia suya.
El plan básico de preparación para la guerra nuclear incluye un obligado estudio geológico de Vitoria en el que se recuerdan las características del subsuelo de la capital por si pueden condicionar la construcción de refugios. Fundamentalmente, se dice, el terreno se compone de una marga arcillosa de color grisáceo con abundante agua de composición de tacto jabonosa y relativamente blanda. A unos 40 metros de profundidad aparece la famosa roca cayuela con grosores de 5 y 4 metros. Un asunto importante es el nivel freático, que obliga a achicar con pozos las excavaciones de más de dos metros de profundidad especialmente en lo que se conoce como primer ensanche.
La descripción tiene interés porque configura una manera de construir que se ha hecho en Vitoria: «El problema de las aguas freáticas se complica por dos circunstancias: la primera, el terreno sensiblemente horizontal donde se asienta todo el ensanche de la ciudad. La segunda, la red de alcantarillado que salvo en algunos colectores generales es muy somera. Esto implica que cualquier construcción subterránea que se proyecta ha de ejecutarse con fondo de paredes, no solo impermeables, sino lo suficientemente armadas para resistir la presión del agua y sin posibilidad de evacuación por gravedad debiendo recurrirse al empleo de motobombas».
La única zona donde no se presenta este problema es el Casco Viejo, que por la facilidad de acceso y de alcanzar cotas negativas y la ausencia de aguas subterráneas es la más propicia para edificar búnkeres. El único inconveniente es la dureza del suelo, ya que aquí la cayuela casi está a flor de tierra «lo que obligaría a emplear dinamita en una zona de gran densidad de población y con edificaciones muy antiguas», destacan los informes.
Hasta el año 1976, el Gobierno Civil siguió preparando informes sobre cómo defenderse ante ataques convencionales y atómicos. Los detalles son exhaustivos. Se prevén planes de evacuación desde Vitoria hacia otras poblaciones de la provincia, servicios de transporte, vigilancia y control de la población, organización de la asistencia sanitaria de urgencia, el papel de los médicos, de los bomberos, de la policía y de una organización paramilitar de civiles seleccionados entre los más afines al régimen. En este aspecto, los movilizados deberían contar a las autoridades cómo reacciona la población y qué comentarios hace por si puede influir en la moral del resto de los ciudadanos. Ante tanta calamidad llovida del cielo, el régimen franquista no quería protestas de nadie.
Hay un aspecto llamativo que retrata sin duda el pensamiento oficial de la época. Hay un servicio de reclutamiento de 'voluntarios' para el servicio de orden, dividido en sectores y manzanas con sus jefes y sus agentes, «personas trabajadoras y decididas, desde millonarios a empleados, pero todos con interés», se decía. Ahí se citan los apellidos más conocidos e influyentes de la ciudad. Pero hay una zona de casas del Casco Viejo que el reclutador define así. «En estas manzanas se encontraban hasta hace poco las casas de lenocinio. Actualmente no existen pero sí fondas de moralidad algo sospechosa, por ello ha resultado difícil encontrar jefe y los que pudiesen ser no lo desean. Si en un plazo breve no se encontrasen dos personas se encargarían otros de manzanas limítrofes».
Se ha perdido entre la documentación el mapa que distribuía los refugios previstos de Vitoria, tanto los del Casco Viejo, como los del Ensanche y el resto de la ciudad. Hoy en día, muchas viviendas españolas, especialmente las de lujo, tienen en el subsuelo una habitación de pánico, otra manera de llamar a los refugios nucleares, y existen empresas especializadas que las construyen con todo tipo de equipamientos. Lógicamente, el palacio de la Moncloa tiene el suyo, utilizado por cierto durante el anunciado cataclismo informático del efecto 2000 que quedó en nada. El búnker más grande de España es el de la base militar de Torrejón de Ardoz con 10.000 metros cuadrados y habilitado para 600 personas durante 8 días.
Si la escalada nuclear vuelve a los tiempos de la Guerra Fría es posible que alguien desempolve toda esta documentación, aunque la mayor parte se ha quedado completamente trasnochada.
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