La otra tragedia de Ortuella: el alud de barro que engulló a seis personas
En 1964. ·
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En 1964. ·
Un reventón en una balsa minera provocó una avalancha de lodo que se llevó por delante casas y vidasAl hablar de la tragedia de Ortuella, el pensamiento nos traslada de inmediato al 23 de octubre de 1980, cuando una explosión de gas mató a cincuenta niños y tres adultos en el colegio público del pueblo. Fue uno de los sucesos más sobrecogedores de ... la segunda mitad del siglo XX y sus heridas continúan abiertas en el ánimo de la localidad. Pero, unos pocos años antes de aquello, Ortuella ya había sido golpeada por otra fatalidad, de menor alcance pero también estremecedora. El 11 de octubre de 1964, reventó una balsa minera y se produjo una devastadora avalancha de barro que se llevó por delante casas y vidas. Fallecieron tres adultos y tres niñas y el barrio afectado, Granada, acabó desapareciendo como enclave habitado a raíz de aquel desastre.
Eran las siete y veinte de la mañana del domingo 11 de octubre cuando se escuchó «un impresionante estallido», según lo describió en EL CORREO el periodista Juan Buxens. Su origen estaba ladera arriba, en una de las balsas de la compañía Orconera Iron Ore: estas presas retenían el líquido procedente de los lavaderos de mineral, para decantar los lodos y no verterlos a los ríos. En pleno temporal de lluvias, el dique no aguantó la presión, se agrietó y acabó arrojando una riada inconcebible de fango sobre las humildes casitas que había montaña abajo.
En una de ellas residía el matrimonio compuesto por Vicente López, de 37 años, y Concepción Contreras, de 36, con sus tres hijas (María Begoña, María Isabel y María Inmaculada) y la madre de ella, Bonifacia Contreras, de 59 años. Era una casita de una sola planta, de unos sesenta metros cuadrados. «Todos despertaron con sobresalto al oír el estallido. Trataron a todo trance de escapar. Pero no había tiempo. La avalancha penetraba violentamente. Don Vicente trató de sacar de su cuna a la hija más pequeña, de nueve meses, pero, cuando se disponía a hacerlo, el alud se la arrebató de los brazos y la arrojó a varios metros de distancia. Los otros miembros de la familia fueron igualmente empujados por la corriente», recogía este diario. Murieron las tres menores y su abuela.
En la vivienda más cercana se encontraban Pío López, su esposa y su nieta. «Yo estaba acostado. Mi mujer y la nieta también dormían. Pero un estruendo me despertó. Al principio creíamos que eran las máquinas, que estarían empujando el carbonato. Pero no. Algo más grave pasaba. No nos dio tiempo de pensar en más. El alud llegó hasta nuestra casa y el barro, el agua, nos iban cubriendo rápidamente», relató después. A Pío se le ocurrió escapar desde el balcón hasta la casa de los vecinos, Vicente y Concepción. «Pero fue imposible. No estaba». El lodo se la había tragado por completo. En portada de EL CORREO, una imagen panorámica del fotógrafo Elorza mostraba un mar de barro sobre el que se había dibujado una flecha, en mitad de la nada: «En el lugar marcado existía una casa», aclaraba el pie.
Contra todo pronóstico, Pío y su familia sobrevivieron: probablemente les salvó que su vivienda tenía tres plantas y la última emergía por encima del lodazal. «Vino una excavadora y con la pala nos recogieron a los tres. Fue algo tremendo. Yo he vuelto a nacer. A mi vecino, que vive en la planta baja, a la otra mano, no hubo modo de rescatarle. Llegó de trabajar a las seis de la mañana, hora y media antes de la rotura. ¡Si hubiera venido un poco más tarde...!», se dolía Pío. El desventurado vecino era Amador Rodríguez, un guardagujas de Renfe de 36 años. Todavía hubo una víctima mortal más: Amadeo López, un carpintero de 28 años que trabajaba para las minas de la empresa Cavia, fue arrollado por el alud justo cuando salía de su vivienda.
El guarda de una mina avisó a la Guardia Civil y al lugar también acudieron numerosos vecinos de los barrios más cercanos: La Ralera, Golífar, Cadegal... No daban crédito al contemplar el paisaje apocalíptico. «Un área de unos dos kilómetros se encuentra cubierta totalmente por el lodo. En algunas zonas, la altura del barro llega a cinco o incluso más metros», hizo constar Buxens. Se estimó que unos cincuenta mil metros cúbicos de fango fueron a depositarse sobre el arroyo Granada, que alimentaba los lavaderos y daba nombre al barrio. La avalancha penetró en las instalaciones de la Sociedad Franco-Belga y causó allí daños cuantiosos. Las labores de búsqueda de dos de los cadáveres, en las que participaron hombres-rana de los Bomberos de Bilbao, fueron muy penosas, bajo una lluvia incesante.
El director general de Minas, Joaquín Targhetta, se desplazó a Ortuella y explicó a la prensa las primeras tesis sobre lo ocurrido en la balsa de la Orconera: «Después de una época de sequía de tanta duración y unos temporales de agua inmediatos suelen surgir estas catástrofes. Lo más probable es que, como consecuencia de la sequía, se produjeran corrimientos de tierra y grietas en el subsuelo. Al sufrir unos temporales como los que estamos padeciendo estos días, se han producido desbordamientos. Las presiones anormales producen erosiones en los muros de contención y surgen este tipo de siniestros». En 2014, con ocasión del cincuenta aniversario, el Ayuntamiento de Ortuella y el Museo de la Minería rindieron homenaje con una exposición a las víctimas de aquella tragedia, cuya dolorosa memoria también sigue viva en el pueblo.
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