El otoño de hace 150 años fue en Bilbao extremadamente tenso. Los últimos meses de 1873 los bilbaínos presenciaron el creciente dominio militar de los carlistas, que poco a poco fueron tomando posiciones en el entorno de Bilbao. Estaba ocurriendo lo que un año antes ... se consideraba imposible. La villa quedaba a expensas de la acción del enemigo. Las tropas liberales destinadas a Bilbao eran insuficientes para impedir que los carlistas ocuparan los lugares estratégicos en las márgenes de la ría y en los montes de los alrededores. La guarnición, ayudada por los voluntarios de la República y los auxiliares -vecinos de la villa prestos a defenderla y sostener el liberalismo- podía impedir la ocupación de la villa, pero no que ésta quedara rodeada.
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Fueron meses tensos para los bilbaínos, cuya normalidad cotidiana se convirtió en un recuerdo, al tiempo que sus negocios y transacciones mercantiles quedaban alteradísimos o interrumpidos. Todos lo sabían: como cuarenta años antes, Bilbao era el inmediato objetivo militar de los carlistas. Por eso los sucesos de octubre, noviembre y diciembre afectaron profundamente a Bilbao, que, efectivamente, quedó aislada al terminar el año, iniciándose el sitio más largo de su historia. Lo que ocurrió los tres meses anteriores resultó crucial desde el punto de vista militar.
Seguramente tenía razón la prensa liberal cuando afirmaba que parte de los carlistas había sido movilizada a la fuerza, y no tenía grandes entusiasmos ideológicos: «los mozos que han sacado los carlistas de varios pueblos de Vizcaya … han dejado sus casas tan disgustados que lloraban muchos amargamente». Sin embargo, la fuerza militar del carlismo era en otoño del 73 verdaderamente notable. La prensa aseguraba que tenía ya 33 batallones organizados (8 en Bizkaia), lo que venía a suponer más de 25.000 hombres. Además, la tropa estaba bien armada con los modernos fusiles Remington y se estaba dotando de artillería, bien consiguiendo los cañones dispersos que había en el país, bien fabricándolos en las metalurgias locales. Lo describe Delmas: «Los viejos y abandonados cañones de hierro que Andéchaga había desenterrado en Santurce, Algorta y Olaveaga, y utilizado a fuerza de perseverancia sobre Portugalete y el Desierto, iban a ser sustituidos por otros de bronce fundidos en Arteaga». En las ferrerías que allí había elaboraban también «morteros, balas, armones, cureñas y pertrechos necesarios». Además, trasladaron a Arteaga maquinaria de las siderurgias del Nervión y disponían de «torneros, ajustadores, moldeadores y [los] operarios más aptos de estas industrias».
El afianzamiento militar del carlismo coincidió con cierta indecisión de las tropas gubernamentales. No había de momento una estrategia definida y todo parecía confiarse a la acción de marchas de columnas militares, que fueron poco eficaces y no lograron asentar el dominio liberal sobre el territorio vasco. Se comprobó el 9 de noviembre en la acción de Montejurra. Fue presentada por los carlistas como una victoria extraordinaria, que se celebró con volteo de campanas en los pueblos donde dominaban. No tuvo la importancia que le adjudicaron, pero evidenció el fracaso de la estrategia de las tropas de la república, que no lograron hacerse con Estella.
En estas condiciones, no extraña que en Bilbao estuviesen «los ánimos intranquilos, que habían esperado, aunque en vano y durante un largo periodo, ver realizadas promesas que no se cumplían y que de día en día comprometían más y más la suerte de Bilbao». Los bilbaínos estimaban que tenían pocas tropas en la guarnición de la villa y que estaba mal desplegadas las defensas. Decían que eran excesivas para un ataque de fusilería, pero escasas si el enemigo desplegaba la artillería. Criticaban que no se hubiesen protegido adecuadamente Artxanda y Artagan, alturas clave con los nuevos tipos de armamentos. Al final, se optó por fortificar Miribilla, la campa próxima a la iglesia de San Vicente de Abando y Artagan, junto a Begoña: sin embargo, pese a construirse un blocao de madera, no llegó a instalarse allí ninguna guarnición. Sí se fortificó adecuadamente Mallona, Solokoetxe y Larrinaga. En realidad, la villa quedó fortificada más o menos como en 1835, sin tener en cuenta los cambios derivados de la mayor potencia de fuego de la artillería. No se corrigió la deficiencia de 40 años antes, cuando las defensas a la altura de Begoña habían sido débiles. Tampoco se acometió debidamente la protección de Portugalete, en particular al no desplegar tropas en el promontorio de San Roque.
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«Los habitantes de Bilbao, de genial alegre y bullicioso, … no dejaban de comprender qué situación se hacía cada día más penosa y grave». Habían quedado incomunicados por tierra, sin correos; sólo recibía la correspondencia por mar cada cuatro o cinco días. Los carlistas podían disparar desde las alturas vecinas, por lo que los paseos podían ser peligrosos. «No era de extrañar que su corazón altivo y fuerte por naturaleza desmayase algún tanto dentro del encierro a que se les había reducido. Que nada hay más triste para pueblos laboriosos e inteligentes como privarles de su libertad y de sus afanes, y arrancarles de cuajo sus inveterados hábitos y costumbres». Tenían un efecto fatal noticias como la siguiente: «Del fuego de los carlistas de alrededor de Bilbao resultaron el lunes una lavandera muerta y una muchacha herida».
Los desastres se sucedían. Se sabía que en Bermeo desembarcaba un bergantín goleta 600 cajas de munición y equipos para los carlistas; éstos inutilizaban el puente de Bolueta, derivando uno de sus arcos; quedaba así interrumpido el tráfico ferroviario con el interior; los carlistas bombardearon durante varios días Portugalete desde Campanzar, San Roque y Molino de Viento, promontorios de Sestao. Hubo además un enfrentamiento en Santo Domingo, que los carlistas tildaron de «brillante combate». Ante la extrañeza bilbaína, no se fortificó adecuadamente el alto de Artagan. Paulatinamente, las dos orillas quedaron atrincheradas por los carlistas, que hostigaban a los buques que cruzaban la ría.
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Desde Bilbao «llaman la atención del Gobierno sobre las fortificaciones que hacen los carlistas, que tanto por la orilla derecha del área como por la izquierda, como en todo su curso, está levantando parapetos capaces de poner a las tropas una seria resistencia». Tales consideraciones fueron proféticas.
Andéchaga, el general carlista, entendía que la clave para el dominio del Nervión era hacerse con Portugalete y preparó un bombardeo desde Sestao, Lamiako y Lejona, en donde instaló cañones de hierro. El 11 de noviembre entró en Bilbao el nuevo comandante general de Bizkaia por la parte liberal, Ignacio María del Castillo. «Al subir el martes la ría el vapor Óscar, que conducía al general Castillo, dispararon los carlistas y mataron a un buey e hirieron a otros tres que iban sobre cubierta».
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A finales de este mes el Gobierno tomó conciencia de la gravedad de la situación. «por el movimiento que se notan las facciones del norte, se cree que los carlistas tratan de dar un golpe de mano sobre Bilbao». Se confirmaban los augurios bilbaínos de los meses anteriores.
En diciembre, los carlistas optaron por bloquear Bilbao para proceder después al sitio. Se hicieron con las inmediaciones de Bilbao: la Cava, Perla (la zona actual de Barrainkua), Cristo, Bolueta, Artagan y La Peña, y situaron fuerzas en las dos orillas a lo largo de la ría. Los liberales se hicieron fuertes en Begoña y procuraron introducir vituallas en la villa por lo que pudiera pasar.
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Aún no se había cerrado el acceso a Bilbao, cuando desde el muelle de Deusto los carlistas mataron al capitán de un mercante, Ramón Múgica, dejándole tendido sobre cubierta. Se encendieron «los ánimos de los bilbaínos, no acostumbrados a ver perecer todos los días a honrados industriales e indefensas mujeres y niñas, y asaltadas quintas de pacíficos ciudadanos». Muchos bilbaínos, de familias pudientes, habían marchado de la villa, a Santander o a Bayona. Los que se quedaron iban a conocer el sitio: el 29 de diciembre la ría quedó cortada a la altura de Zorroza.
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