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La Temeraria, la primera torera en Vista Alegre
Tiempo de Historias

La Temeraria, la primera torera en Vista Alegre

La moda de las mujeres matadoras llegó a la plaza bilbaína con esta logroñesa «decidida y valiente» que no acababa de acertar con el estoque

Carlos Benito

Domingo, 2 de octubre 2022

Las corridas de toros eran un espectáculo muy importante en el Bilbao de finales del siglo XIX y principios del XX. Es más, la antigua plaza de Vista Alegre, inaugurada en el verano de 1882, tenía mucho de recinto multifuncional, como si prefigurase de alguna manera los diversos usos que se les han acabado asignando a los cosos taurinos: allí se organizaban funciones de circo y combates de lucha, despegaban globos aerostáticos e incluso se podía asistir a audaces vuelos en monoplano, como los que protagonizó la intrépida aviadora Emilia Alcalde en 1920, en una sesión que incluía también «el sensacional número del círculo de la muerte en automóvil». En aquella villa pujante e inquieta, los caminos del ocio popular acababan pasando una y otra vez por Vista Alegre.

Bilbao, 1886

  • Dos reales Era el precio mínimo de las localidades para ver a la Temeraria en Vista Alegre (las más caras costaban seis reales). Otros espectáculos de aquel día eran la ópera 'Rigoletto' en el Teatro Circo de la Gran Vía y las zarzuelas 'La cola del diablo' y '¡Eh! ¡A la plaza!' en el Gayarre.

Pero, pese a la variedad de propuestas lúdicas, lo que reinaba en las carteleras de la época eran las corridas, un poco diferentes a las que conocemos hoy en día. Hay dos características de aquellas tardes de toros que resultan particularmente chocantes desde nuestra perspectiva actual. La primera eran las numerosísimas muertes de caballos, ya que las pobres monturas de los picadores salían al ruedo sin peto de protección y acababan a menudo corneadas. En 1913, los vecinos de las calles cercanas a la plaza bilbaína dirigieron un escrito al gobernador civil para denunciar que el empresario «dejaba los caballos muertos al aire libre». Un año más tarde, la junta administrativa de Vista Alegre encargaba a un arquitecto «la construcción de la tubería para recoger la sangre de los caballos muertos en la lidia». Otro imprevisto muy habitual en las corridas era la repetida irrupción de espontáneos en la arena, porque eran tiempos en los que cundían las vocaciones taurinas, a menudo avivadas en el último momento a base de alcohol.

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Cundían, sobre todo, entre los hombres, porque la mujer se veía tradicionalmente excluida del oficio de matador, con excepciones esporádicas y más bien anecdóticas. Sin embargo, allá por la década de los 80 del siglo XIX se desencadenó en toda España una moda de chicas toreras que acabó alcanzando a Vista Alegre. La responsable última de aquella 'generación' de diestras fue la sevillana Dolores Sánchez, la Fragosa, que cosechó bastante renombre (fue pionera en torear con traje de luces, como los hombres, y no con falda corta) y dio lugar a la proliferación de colegas más o menos voluntariosas como la Garbancera, la Rubia o la Frascuela.

Perro contra hiena

En una sociedad fundamentalmente machista, las faenas de estas mujeres solían contemplarse, en el mejor de los casos, con paternalismo, aunque desde luego no contribuían mucho las carencias técnicas de muchas de ellas, que a veces daban lugar a lances cercanos a la tauromaquia bufa tan popular en aquella época. Los periódicos recogían situaciones como la registrada en Almería, donde tuvieron que sujetarle el becerro a la Frascuela y ella culminó el último tercio clavando el estoque en la muñeca de uno de los 'ayudantes'. Otras veces, las esforzadas mujeres no tenían culpa del rumbo absurdo que tomaba la tarde: a la Fragosa, en Sevilla, le saltó al ruedo una espontánea «con su vestido de faralaes» que dio lugar a «una juerga monstruo», como la describió la prensa.

La primera mujer que toreó en Vista Alegre, según el recuento del historiador Manuel Basas, fue una riojana llamada Josefa Blanco y bellamente apodada la Temeraria. Fue el 24 de octubre de 1886, como parte de unos festejos de otoño que dos semanas antes habían incluido un exótico programa de lucha de fieras: perro contra hiena y toro contra «pantera de Senegal» (en ambos enfrentamientos a muerte, por cierto, se impusieron los representantes 'locales'). La Temeraria, nieta de un alcaide de la cárcel de Logroño, lidió un torito de Los Arcos con poco aprovechamiento: «Hizo lo que pudo, aunque no consiguió matar el novillo que le correspondía. Uno de los picadores se cayó del caballo al ir a la plaza, resultando contuso de una pierna», comentó 'El Noticiero Bilbaíno' sobre la «nueva y desdichada torera».

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Quizá la Temeraria, además de estar falta de práctica, fuese un poquito gafe. En la hemeroteca solo aparece otra actuación suya, en agosto de aquel mismo año y en la plaza de su Logroño natal. Aquella vez, otro diestro del cartel tuvo que pedir permiso al presidente para despachar la becerra que toreaba Josefa. «Si bien fue una joven decidida y valiente, no pudo matar a la novilla, ni aun siquiera hacerle sangre, y por la aprendiz matadora la novilla se hubiera muerto de vieja», hizo constar 'La Ilustración de Logroño'. Ocurre que también en esta ocasión se registró un herido accidental: el joven aficionado Áureo Martínez se lanzó al albero, se fracturó una pierna y estuvo a un paso de la amputación.

La crónica de 'La Ilustración' concluía con una frase que nos permite comprobar que también en 1886 había antitaurinos, en Logroño y en Bilbao: «¡Cuándo será el día –planteaba el autor– que desaparezcan esas funciones que tan reñidas están con la cultura y adelantos de los pueblos modernos!».

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