Se dio particular importancia en Bilbao al eclipse de sol completo que se produjo el 18 de julio de 1860. «Sublime, majestuoso e imponente ha sido el espectáculo que se presentó a nuestra vista el día de ayer». «Desde el momento en que se acercó ... la luna al sol, cubrióse este de un tinte rojizo y fuerte, que pueda ser comparado al color de la sangre de toro».
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El eclipse de 1860 suscitó en la villa reacciones diferentes: interés científico, curiosidad, lirismo, expectación ante un acontecimiento excepcional y, también, en algunos sectores, temor. «En las gentes del campo se ha producido una consternación difícil de pintar, y personas sencillas había, mujeres sobre todo, que creían ya ha llegado el fin del mundo».
La altanería con que el periodista se refiere al temor de los campesinos y de «gente ignorante» ante el eclipse olvidaba que hasta hacía unas décadas el miedo era la reacción más frecuente. Un fenómeno de este tipo estaba asociado a amenazas apocalípticas y a presagio de desastres.
Así sucedió, por ejemplo, en el eclipse de sol de 1605. «El día 21 de octubre a las 12 del día se oscureció todo el cielo que puso grande temor a la gente. Si fue eclipse o no sea en memoria». Sabemos que fue eclipse, pues la reconstrucción retrospectiva lo confirma, y eclipse total, de los mayores que tenemos noticia en Bilbao.
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Hubo miedo en la villa ese día. No es que los bilbaínos tuviesen alguna tara en esto, sino que compartían la mentalidad de la época. Cometas o eclipses suscitaban temores, azuzados a veces por las predicaciones eclesiásticas, que señalaban estos fenómenos como signo divino para llamar a la penitencia. Apenas fue visible en Bilbao –afortunadamente, dados los prejuicios-, pero el «eclipse de sol del 12 de agosto de 1654 provocó un auténtico pánico europeo», pues se entendió que presagiaba el fin del mundo.
En Bilbao subsistían recelos parecidos el siglo siguiente, a juzgar por la noticia del eclipse parcial de sol del 24 de junio de 1778, que «oscureció bastante pero a Dios gracias no hubo desgracia en Bilbao ni en las cercanías». Los cometas y eclipses se veían como signos de desórdenes cósmicos, que presagiaban guerras o desastres.
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Así, la novedad de 1860 consistía en que el fenómeno era ya bien conocido, estaba anunciado y no quedaba asociado a presagios místicos de catástrofe, si bien quedaban sectores sociales que lo veían como un trastorno incomprensible. El eclipse de 1860 trajo otra novedad. Fue el primero que se estudió colectivamente por diversos grupos internacionales de astrónomos que coordinaron sus observaciones y que, además, lo fotografiaron de forma sistemática. Supuso un hito en la historia de la investigación científica. En Europa afectaba sólo a España, siguiendo una línea entre Bilbao, Valencia y Baleares. Llegaron 30 expediciones científicas de once países. Bilbao jugó un papel importante, pues fue el punto de acceso y lugar de referencia para la principal expedición, la británica, la Expedición Himalaya, que tuvo este nombre por el del buque en que llegó. Traía unos 60 investigadores, encabezados por el matemático y astrónomo más célebre de la época, Sir George Biddell Airy, director del observatorio de Greenwich.
Puede leerse que la expedición Himalaya tuvo como principal referencia a Bilbao debido a que el ferrocarril Tudela-Bilbao permitía el acceso a algunos de los lugares que se habían seleccionado para la observación, pero no pudo ser esa la razón. El ferrocarril había empezado a construirse dos años antes, pero todavía no tenía tramos que pudieran utilizarse. Sin embargo, la preferencia británica por Bilbao estuvo relacionada con dicho ferrocarril: en la villa residía Charles Vignoles, ingeniero inglés de gran prestigio, que a la sazón era el ingeniero jefe de la compañía del Ferrocarril Tudela a Bilbao, con un preciso conocimiento de la zona y de los sitios desde los que cabía estudiar el eclipse.
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La llegada del Himalaya, anunciada semanas antes, fue esperada con expectación. El buque, de 375 pies de quilla, salió de Plymouth el sábado 7 de julio. Muchos bilbaínos quisieron conocer tan fenomenal vapor, además de a los científicos ingleses. Para darles un gran recibimiento prepararon el vapor de la ría Vizcaíno Montañés, que el domingo día 8 marchó a Portugalete. Los excursionistas se vieron defraudados, porque no les dejaron subir al Himalaya; tampoco conocieron a los astrónomos, que se alojaron en las casas bilbaínas donde vivían ingleses. Mister Airy se alojó en la casa de Vignoles.
Cuando llegaron al Abra, sólo pudieron subir al Himalaya quienes iban en el Nervión. Así lo contó el periódico: «una multitud de curiosos, las personas más notables de nuestra villa, que habían salido fuera de barra en el vapor Vizcaíno Montañés, con el anhelo de ver el interior del magnífico buque inglés, sufrieron un desengaño que estaban muy lejos de esperar. Los oficiales del buque, dando en ello una prueba de muy escasa fineza y galantería, no permitieron la entrada más que a sus compatriotas y algunos españoles que habían ido a bordo del Nervión, denegándosela a los demás». Aquello fue interpretado como una gran descortesía.
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La expedición Himalaya traía instrumental científico novedoso, como un fotoheliógrafo, que venía a pesar dos toneladas, buscando las mejores fotografías de sol y del eclipse. Hubo otras expediciones. A Vitoria llegaron dos astrónomo rusos «bien provistos de instrumentos para observar el próximo eclipse». Establecieron su observatorio en una altura cercana y solicitaron «a gente armada para que el pueblo no les interrumpa en sus investigaciones». También algunos ingenieros locales y los catedráticos del Instituto se prepararon para hacer sus observaciones. En Bilbao destacaron las observaciones que realizó catedrático de Física Manuel Naverán desde la parte alta de la huerta del instituto; en su día público un opúsculo «Memoria de las observaciones... [que] efectuó sobre el eclipse de sol de 18 de julio de 1860».
El principal observatorio estuvo en Rivabellosa, Álava, cerca de Miranda de Ebro. Lo dirigía Warren de la Rue¸ científico inglés y especializado en el estudio del sol. Quería averiguar si las protuberancias que se observan alrededor del Sol en los eclipses eran ilusión óptica o pertenecían a la Luna o al Sol. Sus fotografías, comparadas con las tomadas en otros lugares, determinaron que eran solares.
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Por lo demás, el eclipse tuvo gran impacto en Vizcaya. Se suspendió la sesión de las Juntas Generales de Gernika, que estaban reunidas, para poder ver el fenómeno, aunque en la villa foral la visibilidad fue mala. Algunos se tomaron a broma tanta expectación astronómica. «Los profanos vamos comprendiendo que pronto tendremos noticias circunstanciadas de lo que pasa en el satélite; sabremos si los lunáticos viven en llanuras o en montañas... Andando el tiempo podremos llegar a saber si tienen caminos de hierro, buques de vapor». Sería una broma, pero, como resulta característico, en la época imaginaban lugares extraterrestres con las realizaciones más modernas de la tierra, por entonces los ferrocarriles y los vapores. Hubo quienes celebraron el eclipse, que llegó a su máximo a las tres menos cuarto del mediodía, bebiendo alcohol con entusiasmo, de modo que salieron de la obscuridad con alguna alegría. Al mismo tiempo, se decía, «no faltará algún aldeano de Vizcaya, vulgo paicu, que crea cuando menos que el eclipse es una señal sobrenatural que anuncia calamidades».
En conjunto, el eclipse total de sol de 1860 se acogió como un gran espectáculo. Bilbao había dejado atrás las nociones supersticiosas que atribuían grandes males a los fenómenos astronómicos. Desde este punto de vista la villa se había modernizado, pudiendo acoger expediciones científicas y promover investigaciones propias sobre un fenómeno tan sobresaliente.
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