La Santa y el Profeta de Durango: «Y chocarán entre sí los montes Oiz y Anboto»
1878. ·
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1878. ·
Las autoridades mandaron detener a dos predicadores que «inquietaron a las gentes sencillas» con sus anuncios del fin del mundoLa historia de la Santa y el Profeta ni siquiera habría llegado a convertirse en noticia de no ser porque, allá por diciembre de 1878, las autoridades decidieron cortar por lo sano y meterlos a los dos en la cárcel, a ver si así se ... les pasaban las ganas de seguir asustando a la gente. Uno de los periódicos que contaron aquel episodio con más pormenores, dentro de una extrema brevedad, fue 'La Correspondencia de España'. En once líneas, el diario madrileño anunciaba la puesta a disposición judicial de la joven Nemesia Larrinaga junto a su madre y un individuo llamado Francisco Urribarri. De la chica especificaban que se la conocía como La Santa, y de Urribarri aportaban su apodo, Manzanero, y también el detalle de que se titulaba a sí mismo como Profeta. El iluminado trío se dedicaba a predicar en Durango que el fin del mundo iba a llegar «dentro de breves días», un augurio que había dado lugar a «la consiguiente inquietud entre ciertas gentes sencillas e ignorantes».
Era el periodo inmediatamente posterior a las guerras carlistas, un momento de confusión social, apuros económicos y porvenir incierto que resultó particularmente propicio para este tipo de heterodoxia religiosa. En un estudio publicado en el 'Anuario de Eusko-Folklore' de 1924, el sacerdote y antropólogo José Miguel de Barandiarán mencionaba la existencia de «varios adivinos» que, en los años 70 del siglo XIX, habían gozado de «mucha popularidad» en distintos puntos del País Vasco. Su análisis de estas prácticas nos permite saber algo más sobre aquel misterioso grupo de Durango, que en su versión no coincide plenamente con lo publicado por la prensa. Aita Barandiarán ni siquiera menciona como tal a la Santa, pero brinda mucha información sobre el Manzanero, que procedía de Mallabia y recibía ese sobrenombre por haberse dedicado a la venta de manzanas.
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Carlos Benito
El Manzanero, casado (¿quizá con Nemesia?) y padre de un niño, inició sus prédicas apocalípticas en su propio pueblo, pero parece que a sus paisanos no les sentó muy bien la actividad de aquel visionario tan cenizo y tan latoso, convencido de que el Juicio Final era inminente y de que urgía desprenderse de los bienes terrenales. Expeditivos, lo echaron de Mallabia a pedradas. El Manzanero se trasladó con su familia a Durango, y ahí es donde Barandiarán difiere de la versión publicada por la prensa, ya que identifica al Profeta como otro personaje que para entonces ya ejercía de adivino en la villa. En vez de enfrentarse, los dos hombres establecieron una sólida alianza, que llevó al Profeta a proclamar que el Manzanero era San José y su esposa, la Virgen, mientras que el niño, tuerto según la mayoría de las fuentes, era nada menos que Jesús, capaz de prodigios (o de juegos de prestidigitación) como pescar un besugo en un riachuelo de la comarca.
Esta singular y herética Sagrada Familia sostenía que el fin de los tiempos estaba a la vuelta de la esquina y que había que prepararse mediante el abandono de las posesiones, el ayuno y la mortificación. El último día llegaría precedido de signos temibles: de Urkiola bajaría un río de sangre y los montes Oiz y Anboto chocarían entre sí. «Algunos aldeanos abandonaron sus bienes y haciendas para seguir su imaginada vocación de peregrinos y 'profetas'», relata Barandiarán: se formó así una comunidad sectaria de dieciocho miembros en un segundo piso de Artekale. Los líderes y sus discípulos vivían juntos, atendían las consultas de los ciudadanos sobre enfermedades y objetos extraviados y rezaban el rosario en fila por la calle, aunque eliminaban el gloria del repertorio habitual de oraciones.
Cuenta el antropólogo que El Profeta restableció lazos con la Iglesia cuando tuvo necesidad de extremaunción. «Pidió que un sacerdote católico le administrara los últimos sacramentos, mas no se accedió a sus deseos hasta que hubo sido sacado de la casa de Artekale y trasladado al hospital del pueblo, donde murió reconciliado con la Iglesia. A la muerte del 'profeta' intervino el poder civil en el asunto a petición de la autoridad eclesiástica y fue expulsada de Durango la familia del Manzanero y, ante la persecución, se dispersaron sus discípulos, volviendo los campesinos a labrar sus tierras y a apacentar sus rebaños».
El trabajo de Aita Barandiarán también presta atención a otro profeta, el de Mendata, que se llamaba Hilario de Intxausti y recibió su don de una desconocida a la que se topó por los caminos, una noche que regresaba del caserío de su hermana en Kortezubi. Algunas de sus predicciones no dejan de causar cierta inquietud e incluso algún escalofrío cuando se leen desde este lado de la historia: desde la apertura de tiendas y tabernas en los bajos de todas las casas (un signo del apocalipsis que, según Barandiarán, era popular en muchos lugares de Euskadi) hasta la guerra civil en la que iban a tomar parte «los moros», pasando por otro enfrentamiento entre «muchos pueblos» del mundo en el que no iba a involucrarse España.
La singular comunidad de Durango aparece en un relato de Pío Baroja, 'Los herejes milenaristas'. «Un día, al anochecer, al pasar por delante de una ermita, vi una fila de hombres con la cabeza descubierta, que iban rezando el rosario a grandes voces. Al frente marchaban una mujer, un niño tuerto y un hombre de barba larga y melenas», los presenta el narrador, que también cita que «uno de los signos del cataclismo sería que en todas las casas de todos los pueblos habría una tienda».
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