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La referencia es breve, pero deja muy clara la gravedad del episodio que recoge. «Los enemigos hacen correr la voz de que han recibido refuerzos; pero sus operaciones lo contradicen. En Eibar han quemado 116 casas y en Ermua solo han dexado cinco. Se llevaron ... los copones tirando las Formas en el suelo, donde permanecieron hasta el día siguiente, que un molinero las levantó y puso sobre el altar. Entre los muertos en Ermua se cuenta á D. Manuel de Ribas, á quien dieron los Franceses ántes de matarle el más horrible martirio».
Esta noticia se publicó el lunes 23 de febrero de 1795 en un medio tan sorprendente como la 'Gazeta de México', aunque hoy está al alcance de todo el mundo –las vueltas que da la historia– en la web del Ayuntamiento de Ermua, en una sección dedicada a recoger la documentación sobre el incendio de esta villa por parte de las tropas francesas el 29 de agosto de 1794, durante la Guerra de la Convención, que enfrentó a la Francia revolucionaria con España de 1793 a 1795.
A pesar de la censura, el desarrollo y las consecuencias de la Revolución Francesa causaron inquietud en los territorios vascos. Según el historiador Joseph Pérez, «Carlos IV estaba preocupado por la suerte de Luis XVI. Se presionó a Francia para que suavizara su suerte». Para salvar al rey de Francia incluso «se trató de corromper a los diputados franceses influyentes y de negociar: a cambio de la vida de Luis XVI, España estaba dispuesta a reconocer la República y a ofrecer su mediación en Europa». Fue inútil. «Aquellas propuestas fueron muy mal acogidas por los revolucionarios franceses, que vieron en ellas una injerencia inadmisible en un asunto que sólo concernía a Francia». Cayó la cabeza del rey francés y la Francia revolucionaria inició las hostilidades en marzo de 1793. «Toda la guerra se desarrolló en la frontera norte de España. En un primer momento, el ejército español ocupó el Rosellón». Pero en 1794 los franceses contraatacaron.
Para agosto, el ejército de la Convención francesa se había apoderado de casi toda Gipuzkoa. Organizar la defensa de Bizkaia dependía del propio Señorío, «no sin tensiones con los mandos del ejército real», como apunta el historiador Manuel Montero. El alistamiento de las tropas, su instrucción y las subidas de impuestos para mantenerlas habían comenzado en 1793, ante el disgusto de la población. No faltaron las protestas ni los conatos de rebelión. Se reforzó la frontera con Gipuzkoa.
Pero el 28 de agosto de 1794 los franceses entraron en Ondarroa, a la que dieron fuego. Al día siguiente llegarían a Ermua. Del ataque a esta villa se tiene el testimonio directo del responsable de su defensa. Es un informe dirigido a la Diputación por Joaquín de Larrínaga, teniente de Guardias Españolas y jefe de la línea de Ermua.
Comienza Larrínaga lamentando la falta de recursos pero reforzando su «celo a la Religión, al Soberano y a mi patria». Al llegar a Ermua el día anterior al ataque francés descubrió que no se habían organizado sus defensas. Los cañones «no se habían montado, ni se habían hecho las obras de fortificación ni la gente se había colocado y distribuido en los puntos que debía».
El problema era doble, porque el enemigo se acercaba desde Ondarroa y desde Eibar. «Creí ser atacado por el frente y por la espalda. Repartí la gente del mejor modo que me permitía el tiempo». Envió una partida por el monte, cincuenta hombres al mando de «Manuel de Iturriaga, capellán de los Tercios de la Merindad de Durango», para intentar impedir el paso de la caballería francesa desde Elgoibar a Eibar. Aquel grupo, que en la documentación francesa es descrito como «de bandoleros armados», impidió, según Larrínaga, «que el enemigo se remontase, como lo intentó, para tomarme por la espalda».
Los franceses trataron de avanzar desde Eibar y se les recibió con un «fuego mui vivo y sobstenido y se les rechazó hasta tres veces». Pero recibieron refuerzos y avanzaron «hasta la ermita de San Lorenzo, aunque con bastante pérdida». La resistencia «que también se hizo después fue tan grande sin embargo de que no se pudieron disparar sino dos cañonazos por no estar montados». Aunque se paró momentáneamente a los invasores, estos lograron entrar en Ermua a las «quatro de la tarde, en que dispuse mi retirada con el Excmo. Sr. Marqués de Baldespina con el mejor orden, y observé que el enemigo había dado fuego inmediatamente a la referida villa».
Las tropas de la Convención llegaron a Durango en junio de 1795. Bilbao, indefensa tras la retirada del Ejército a Pancorbo, fue ocupada el 19 de julio. Los cuatro munícipes que no habían huido lograron que la villa no fuera saqueada abasteciendo a los soldados franceses, que abandonaron Bizkaia en agosto, tras la firma el 22 de julio de la paz de Basilea, que puso fin a la guerra.
Precisa Larrínaga que el ataque duró dos horas y media, «en cuio tiempo fue corta nuestra pérdida, la qual se redujo a veinte y dos muertos y veinte y quatro contusos». Entre los primeros estaba «D. Manuel de Ribas, beneficiado (clérigo) de la misma villa, de edad de setenta años: este se presentó voluntariamente haciendo fuego con indecible valor, y habiéndole hecho prisionero, por haber sido cojo, le mataron con la maior crueldad e inhumanidad».
Las tropas de la Convención se retiraron a Soraluze. Según Larrínaga, al pasar revista hallaron «la falta de unos doscientos hombres, según noticias positivas que adquirí posteriormente, con la advertencia de que los quemaron, cometiendo la crueldad de incluir entre ellos los heridos, sin duda con el objeto de ocultar su pérdida». Las fuentes francesas dan números menores.
En su informe, el jefe del 5º Batallón de Granaderos del Gers reduce sus bajas a «40 o 45 hombres». En Ermua, escribe, «hicimos una gran carnicería de vizcaínos. El pueblo fue saqueado e incendiado y nosotros no nos fuimos más que cuando no quedó vestigio alguno», a las siete de la tarde, «quemando todo lo que encontramos a nuestro paso. Supongo que no debe quedar ni en Ermua ni en Eibar ni una sola casa». Añade este oficial, llamado Cassanne, en su texto dirigido al general Bon-Adrien Jeannot de Moncey, que «cinco o seis» de sus hombres fueron «masacrados por los habitantes del pueblo de Vergara después de haberles dado de comer y beber para retrasarlos de la columna. Ha sido un cazador vasco que consiguió escapar el que nos ha informado. Vengaremos a nuestros compañeros de armas. Salud y fraternidad».
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