Quinielas mucho antes del 1X2: los pioneros del bar Chechu de Bilbao
En 1929. ·
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En 1929. ·
La capital vizcaína fue una de las primeras ciudades en contar con apuestas futbolísticas, que entonces se organizaban en locales hostelerosAbrieron camino los santanderinos, o quizá sería más bonito decir que ellos pusieron el balón en movimiento. Allí, en la capital cántabra, se organizó la primera quiniela futbolística de la que se tiene constancia en España, según ha recogido en un estudio el profesor José ... Antonio Gómez Yáñez, de la Universidad Carlos III. Ocurrió en una taberna llamada La Callealtera (por el gentilicio de la Calle Alta), que también era uno de los reñideros de gallos más renombrados de todo el país, y se trató de una iniciativa más o menos simultánea al arranque de la Liga de Primera División, que nació en la temporada 1928-29. Sus promotores bautizaron la novedad como La Bolsa del Fútbol, pero los parroquianos se inclinaron por otro nombre: «Lo llamaron 'quiniela', como la apuesta cruzada de cinco partidos de pelota vasca», relata Gómez Yáñez.
Y ahí ya se deja entrever esa costumbre tan vasca de transformar cualquier competición en una excusa para jugarse los cuartos. Parecía culturalmente inevitable que la quiniela futbolística se expandiese a toda prisa hacia este lado del Cantábrico, y en efecto así fue: en la temporada 1929-30, los bilbaínos ya contaban también con este juego tentador y adictivo. El local pionero en poner en marcha un sistema de apuestas fue el bar Chechu, en el número 6 de la calle Jardines, al precio de una peseta y con una mecánica idéntica a la de Cantabria: entonces todavía no se había implantado lo del 1X2 (para eso habría que esperar hasta finales de los años 40) y el ganador se decidía según un sistema más complejo, en el que había que pronosticar resultados. En el escrutinio, se asignaba un número de puntos por adivinar el marcador exacto y otro algo inferior si se acertaba solo el vencedor del partido –o, en su caso, el empate–, pero esa cantidad se reducía cuanta más distancia en goles hubiese entre el pronóstico y el desenlace real. Al final, concluida la aritmética, se llevaba el premio el boleto que hubiese obtenido más puntos.
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Al Chechu se fueron sumando en meses y años posteriores otros bares, como el Logroñés de Portugalete, La Concordia, el Amaya o La Esponja, que pertenecía a un jugador del Athletic, Bata. Esa constelación regional de apuestas fue haciéndose un hueco en el corazón de los aficionados y también en las páginas deportivas de la prensa, que en ocasiones difundían la identidad de los ganadores (con nombres propios, con apodos o a través de explicaciones como «un chófer», «un grupo de delineantes de talleres de Zorroza» o «el pinche del garaje de La Merced») y recogían anécdotas.
Está, por ejemplo, la vez que un joven de Gernika entregó su papeleta a un amigo para que se la depositase en el bar Chechu y a este se le olvidó el encargo: resulta que el boleto acumulaba 128 puntos, uno más que el ganador de la semana. O cuando en el bar Logroñés se impuso como máximo acertante Rafael Cejudo: «Se da el caso de que dicho señor no siente la menor atracción por el fútbol, como lo demuestra el hecho de no haber presenciado nunca ningún partido», se asombraba 'El Pueblo Vasco'. O cuando Gorostiza, delantero del Athletic, probó suerte en la única quiniela existente en Valencia y logró un pleno de aciertos: «Todavía no ha cobrado, porque tuvo que salir para Sevilla a jugar», puntualizaba el diario.
La quiniela del Chechu llegó a recoger 8.765 boletos en la última jornada de la temporada 1930-31, según detalla el profesor de la Carlos III, pero los periodistas especializados no parecían muy partidarios de esta vertiente del deporte y a menudo se referían a ella con condescendencia e ironía. «Las papeletas que me han enviado no las he llenado yo jamás. No tengo fe en los vaticinios del fútbol –escribía en 'El Pueblo Vasco' el cronista Pivolo–. ¡En fútbol! ¡Acertar en fútbol!». Su compañero Monchis criticaba la deriva desde el fútbol original, que implicaba acudir en persona al campo para ver el partido, hacia lo que llamaba «fútbol de periódico» y «fútbol de quiniela»: según argumentaba, muchos aficionados con «hastío de balón» prescindían ya de seguir el juego en vivo y solo se desplazaban hasta los puntos donde se colgaban las pizarras de resultados, para comprobar cuántos habían acertado. Y, encima, solían atinar poco: «Si se publicaran todos los resultados, quedarían en evidencia muchos que pasan en tertulias y peñas por conocedores y catadores expertos».
En marzo de 1932, la prensa local informó de que la quiniela del bar Chechu había renovado su licencia, con el compromiso de destinar un 5% de la recaudación a los obreros en paro, pero un mes más tarde el Ministerio de Gobernación prohibió esta modalidad de apuestas. La Diputación trató de restablecerlas para la temporada 1932-33, elevando la donación benéfica hasta el 20% (el 72% era el premio para el ganador), pero el Gobierno no cedió y las quinielas futbolísticas pasaron a una clandestinidad no muy disimulada. «Hay quinielas 'de contrabando' –confirmaba Pivolo–. En cada tertulia de España, y España es un país de tertulias, se juega semanalmente una quiniela».
Según repasa el profesor Gómez Yáñez en su estudio, tras la Guerra Civil se autorizaron quinielas a beneficio de instituciones como la Santa Casa de Misericordia, el hospital de Basurto o el asilo municipal de Rebonza, en Sestao. En 1946 se creó el Patronato de Apuestas Mutuas Deportivo-Benéficas y dos años más tarde se implantó el modelo de catorce partidos con 1X2, copiado a Suecia.
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