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En las páginas dominicales de 'El Noticiero Bilbaíno' del 23 de agosto de 1931, Roger de Juval – seudónimo de Rogelio de Juanes Valdés, sargento de ... infantería pasado al periodismo– describía la demostración realizada días antes en San Diego por la Marina de los Estados Unidos de un sistema de control remoto con el que se gobernó desde la costa un destructor y comentaba el asombro que el logro había producido.
A Rogelio de Juval le asombraba este asombro. Es más, le molestaba porque creía que no venía a cuento en Bilbao, cuyo puerto había sido –«¡hace más de veinte años!», bramaba indignado– escenario de una demostración del funcionamiento perfecto de un sistema similar, el Telekino, creado por el ingeniero Leonardo Torres Quevedo (1852-1936). Así que el reportero sargento dedicó página y media a recordar el logro del genio cántabro criado en Bilbao. «Sí, Torres Quevedo; el mismo, el ilustre inventor español que hizo un autómata ajedrecista que juega todas las combinaciones imaginables (...) y no solo gana, sino que avisa a su contrincante si se equivoca». El problema es que, en su furor reivindicativo, De Juval confundió el Telekino, probado con éxito en El Abra en 1906, con otra creación de Torres Quevedo posterior y, esta sí, exclusivamente bilbaína: el primer catamarán autopropulsado comercial moderno.
Torres Quevedo era un inventor consagrado y célebre cuando desarrolló su idea de lo que llamó binave. Hijo de bilbaíno y cántabra, creció a cargo de unas parientes, las hermanas Concepción y Pilar Barrenechea, marquesas de Vargas, de las que acabó siendo único heredero en 1864, lo que le permitiría dedicarse a «pensar en sus cosas». Estudió en París y en Madrid, en cuya Escuela del Cuerpo de Ingenieros de Caminos culminó su carrera académica en 1876. Sus logros e innovaciones se sucedieron y para cuando se interesó por el diseño de las embarcaciones de casco múltiple, era una autoridad en matemática aplicada, automática y mecánica que gozaba del reconocimiento internacional.
Mientras disfrutaba del éxito de sus proyectos aeronáuticos y su hijo Gonzalo había terminado la construcción de su transbordador sobre las cataratas del Niágara –que sigue en funcionamiento hoy día–, Torres Quevedo empezó a trabajar en su laboratorio de Madrid en lo que todavía no se conocía como catamarán: la «embarcación de dos flotadores», «binave» o, como figura su creación en la patente inglesa, «twin ship», cuyos antecedentes preindustriales, que el inventor conocía, existían en la Polinesia.
De estos modelos tradicionales valoró Torres Quevedo la ventaja de la estabilidad en la navegación, sobre todo en aguas tranquilas, un factor al que le dio muchas vueltas porque consideraba el inventor que el «exceso de estabilidad bien puede ser un defecto en un barco mayor de este tipo». En su opinión «este tipo de embarcaciones es más a propósito para aguas tranquilas que para el mar», un dilema que resolverían las pruebas de navegación.
El prototipo se completó en los Astilleros Euskalduna de Bilbao. Tenía un peso «de 18 toneladas y una eslora de 20 metros de punta a punta de los flotadores», precisa Francisco A. González Redondo, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad Complutense de Madrid y experto en la figura del genio cántabro. La cubierta del barco, de forma rectangular, medía 14 metros de largo. La rueda de los dos timones –uno por cada flotador– estaba sobre una cabina instalada en la popa. La planta motriz del barco eran dos motores Hispano Suiza de 30 caballos cada uno. La binave fue puesta en el agua por primera vez a finales de 1917, pero un error de los obreros del astillero causó desperfectos que hubo que reparar. En febrero de 1918 la nave estaba lista para las pruebas de mar.
De supervisarlo todo se encargó Gonzalo, hijo del inventor, que informaba a su padre por carta: «El barco está a flote. El arreglo que hay que hacer en los flotadores es poca cosa; lo está haciendo un carpintero de Euskalduna en las bajamares. Para arreglar lo demás habrá que llevarlo a Euskalduna. (...) Es casi todo trabajo de enderezar hierros calentándolos primero con el soplete».
Parte de los informes y documentos del proyecto de la binave de Torres Quevedo, así como varias fotos del mismo, pueden verse estos en la exposición que ha dedicado al inventor el Itsasmuseum de Bilbao. La muestra, que permanecerá abierta hasta el 24 de noviembre, incluye un modelo a escala del barco, desaparecido en los años 30.
Las pruebas se sucedieron en marzo y abril de 1918, con algunos problemas porque el agua entraba en uno de los flotadores. Al mando del patrón Zenón Azpiazu, los días 14 y 16 de septiembre «se hizo un recorrido de algunas millas con mar muy bella». No hubo incidentes y la embarcación navegó con normalidad. El día 28, «se llevó a cabo una excursión a Santoña, con algo de mar tendida y viento en contra en el viaje de ida, y con mar muy bella en el de vuelta. No ocurrió en este viaje ningún incidente debido a las condiciones especiales de la embarcación, pero uno de los motores no funcionó bien, retrasando esto el viaje, sin que hubiera que detenerse en ningún momento ni reclamar auxilio de ninguna clase», dice el informe de la travesía.
Pero el proyecto no prosperó. Como lamentó Roger De Juval, el barco quedó «arrinconado en Axpe». Y también en la historia, solapado por todos los otros grandes logros de su creador, como el transbordador del Niágara, sus dirigibles y, por supuesto, el Telekino.
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