

Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Los periódicos de 1912 no encontraban una forma certera de reflejar el sufrimiento que había dejado en la costa vizcaína la galerna del 12 de ... agosto. Hablaban de «hecatombe» y decían que Bermeo, la localidad donde fallecieron más pescadores, había «perdido su juventud». Según los estudios más recientes, aquella noche el Cantábrico se llevó 143 vidas: fueron 116 arrantzales de Bermeo, dieciséis de Lekeitio, ocho de Elantxobe y tres de Ondarroa. Solo tres tripulantes de las txalupas afectadas lograron sobrevivir: dos bermeanos, a los que rescató una misma embarcación, y un lekeitiarra, Juan Daniel Eskurza, que pasó 56 horas a la deriva, agarrado a unos palos y peleando con olas como casas que se habían tragado a sus compañeros. Su angustiosa historia, una apuesta que parecía perdida desde el inicio y que exigió una dosis casi inhumana de tesón, aportó la única gota de esperanza en aquel mar de dolor.
El propio Juan Daniel relató sus vivencias veintiún años después, en una entrevista con el periodista Melchor Alegría que publicó el diario 'La Tarde'. Gracias a aquella pieza podemos reconstruir con detalle aquellas jornadas de espanto. El marinero de Lekeitio era patrón de la lancha bermeana 'San Nicolás', una de aquellas boniteras a vela que, tras cada jornada, trasbordaban las capturas a un vapor para que las llevase a puerto y se quedaban a hacer noche en la mar. En aquella jornada, recordaba el pescador, habían atrapado catorce bonitos y estaban a la altura de Castro. «A eso de las nueve, después de cenar, unos se acostaron, otros quedamos fumando y hablando alegremente, pero a las once notamos fuerte viento, acompañado de lluvia». Fue un visto y no visto. «Enseguida un golpe de mar llenó de agua la cubierta. Un segundo golpe tumbó la embarcación».
Noticia relacionada
Juan Daniel se agarró a un palo desprendido de la lancha, que había quedado hundida, con la popa hacia el fondo. En una oscuridad impenetrable, zarandeado por un mar salvaje, oía los gritos de sus siete compañeros. «Tropecé con uno apellidado Laca. Después se acercó mi primo Pascual Bengoechea (...). En esto vino a nosotros otro palo que tenía una cuerda. A fuerza de grandes trabajos, conseguimos amarrarlos en forma de cruz». Y allí se quedaron los tres. «Poco a poco se apagaban los gritos y las llamadas. La corriente nos separaba y los amigos desaparecían», continuaba su relato el arrantzale, que en el momento del naufragio tenía 39 años y era padre de cinco hijos. Pasaron la noche aferrados a su providencial cruz de madera. Al día siguiente, el temporal no amainaba y Laca se dio por vencido.
–Juan Daniel, ya no puedo más.
–Sí, hombre. Apriétame bien. Vendrá alguna bonitera y nos recogerá. ¡Ánimo!
–No, no... Di adiós a los míos.
Un golpe de mar se lo llevó y quedaron los dos primos, pero Pascual también flaqueaba. Su mente empezaba a extraviarse: le hablaba a Juan Daniel de la pesca portentosa que iban a llevar a puerto. «Había enloquecido. Una ola enorme le arrojó a más de veinte metros de mí y otra, que tendría la altura de una casa, me lanzó por alto y pasé sobre Pascual, abrazado a la cruz, de la que no me soltaba. Nos unimos de nuevo y mi primo no se agarraba. Un tercer golpe lo tiró al fondo y ya no salió», contaba el superviviente en 'La Tarde'.
La mar no se apaciguó en todo el día 13, ni tampoco por la noche. El 14, el capricho del viento y las corrientes paseó a Juan Daniel por delante de su pueblo: «Pensé: 'Ahí enfrente me creerán ahogado, como a los otros'». A las once de la mañana vio tres vaporcitos: «Un grupo de gaviotas se posaba en mí, en mi espalda. Yo las dejaba estar y, cuando creía que miraban desde los vapores, sacudía el cuerpo y lanzaba un fuerte '¡eup!'. Revoloteaban a mi alrededor y volvían. Yo decía para mí: 'Alguna vez se fijarán'». Pero la ingeniosa estrategia no dio resultado. En otro reportaje, publicado en 1937 en la revista 'Fotos', también se refirió a las aves, pero con menos afecto: «Esperaban a que me muriera para comerme los ojos».
Avistó otro barco, tan cerca que lo identificó: era el 'Antigua'ko Ama', de su pueblo. «Grité de nuevo y no me oyeron». Afrontó su tercera noche, cada vez con menos confianza: el 15 de agosto, fiesta de la Virgen, saldría menos flota a faenar. «Los días me parecían años y las noches se hacían interminables». Pero, por fin, la suerte le sonrió: al amanecer, divisó los palos de una pareja de arrastreros y se incorporó cuanto pudo. El 'Mamelena nº 12' arrió un bote y lo salvó.
Había recorrido más de 60 millas en su cruz de palos. A bordo le dieron café y una mezcla de ron y vino caliente y, aunque se prestó a acompañarles en la pesca, lo trasladaron a San Sebastián. «Está bastante bien. Ha dicho que quiere ir hoy a los toros», recogió el periódico 'España Nueva'. Tenía los brazos y las piernas en carne viva, pero se negó a ir al hospital y se horrorizó cuando un médico le recomendó comer poco, un vasito de leche cada tres horas. «Ahora es cuando me matan», pensó. Así que, en cuanto se marchó el doctor, se metió entre pecho y espalda una buena chuleta y un cuartillo de vino. Alfonso XIII y su madre, María Cristina, lo invitaron al palacio de Miramar. «Muchacho, ¡eres un valiente!», le saludó el monarca. Lo nombró patrón de su embarcación 'Fa-Kun-Tuzin', con un jornal de diez pesetas en verano, que era cuando navegaban, y cinco en invierno, y Juan Daniel conservó ese empleo hasta 1931, cuando se proclamó la República.
El pescador quiso quedarse los maderos que le habían salvado. «En casa estuvieron algún tiempo, pero los quemaron –explicó en 'La Tarde'–. Cada vez que los veían, mis familiares se ponían tristes, muy tristes, y los tiraron al fuego».
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Noticias recomendadas
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.