«La noticia circuló a última hora de la tarde de ayer, produciendo sensación en Bilbao. El Crédito de la Unión Minera se había declarado en suspensión de pagos». Así amaneció el 1 de septiembre de 1914. Un mes antes había estallado la Primera Guerra ... Mundial y llegaban las dificultades económicas. La suspensión de pagos del Crédito era una noticia de calado. El Banco de Bilbao, el Banco de Vizcaya y el Crédito de la Unión Minera eran los tres principales bancos vizcaínos. La suspensión de pagos del Crédito era un acontecimiento sin precedentes. La sorpresa fue general, según la prensa. ¿Se sospechaba algo el día anterior? Algo había, a juzgar por la insistencia de los periódicos del 31 de agosto: «Los negocios de la plaza marchan normalmente, aunque algo paralizados, los bancos locales siguen trabajando con absoluta normalidad», «el público no se deja arrastrar por noticias pesimistas, y carentes de fundamento».
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El pánico se apoderó del público, numerosos imponentes del Crédito se lanzaron a la calle, reclamando sus fondos. En las ventanillas de los demás bancos se agolparon también los ahorradores. Se temió que la crisis se generalizase. La conmoción fue enorme. Los bancos, en colaboración con la Cámara de Comercio, iniciaron una campaña, con folletos en euskera y castellano que explicaba que los demás bancos seguirían funcionando, que todo era un problema burocrático, excepcional, que sólo afectaba a una entidad. Todos los bancos vizcaínos estaban en peligro, de extenderse la desconfianza sobre las instituciones crediticias. Fue un momento crítico, hasta entonces el más delicado que habían vivido las finanzas vizcaínas, y la solución que le dieron se consideró durante décadas una de sus grandes gestas colectivas.
Los consejos de administración del Banco de Bilbao y del Banco de Vizcaya, reunidos en la Cámara de Comercio, decidieron salvar la situación recurriendo a medidas extremas: garantizaron con sus fortunas personales (unos 200 millones de pesetas, en total) todas las operaciones que el Banco de España efectuase con sus entidades. Esto y la publicación de sus respectivos balances consiguió templar los ánimos. Se contuvo el pánico y la banca vizcaína se salvó.
Los grupos empresariales alabaron después «la honestidad, brío y sentido de la responsabilidad» con que los componentes de los consejos de administración del Banco de Bilbao y del Banco de Vizcaya hicieron frente a la crisis de agosto-septiembre de 1914, comprometiendo sus capitales personales. En el edificio matriz del primero se colocó una placa que honraba el nombre de los consejeros que habían comprometido sus capitales con el siguiente texto: «En homenaje de gratitud que tributa la Cámara de Comercio de Bilbao y clases mercantiles de Vizcaya, por el patriótico desinterés con que ofrecieron, en primero de septiembre de MCMXIV, nombres y fortunas para asegurar el funcionamiento de la empresa que regentaban y contener el desconcierto que en toda la vida de la provincia se había producido con ocasión de la crisis general derivada del conflicto europeo».
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En la decisión de dichos consejeros no fue todo patriótico altruismo, pues actuaron también por instinto de supervivencia, en el momento crítico en que peligraban los negocios financieros. Marcaron distancias con el Crédito de la Unión Minera, un banco diferente, en manos de un grupo no integrado en le élite bancaria. No era sólo su diferente raigambre social lo que marcaba las diferencias, sino sobre todo su distinta concepción de la política financiera, que optaba por competir a cualquier costo y disputar la clientela ofreciendo mejores intereses… Con la contrapartida de asumir operaciones de más riesgo.
¿Por qué suspendió pagos el Crédito de la Unión Minera, al margen de su desencuentro con el Banco de España? El detonante fue, el comienzo de la Primera Guerra Mundial, que hizo cerrar muchas bolsas europeas, enturbió las perspectivas económicas y puso en peligro la estabilidad financiera del viejo continente. Pero las cosas venían de atrás, y tenían que ver con las peculiares prácticas del Crédito. Los pequeños y medianos mineros que dirigían el Crédito de la Unión Minera emprendieron una vertiginosa carrera financiera, parar abrirse un lugar en la dirección de la economía vizcaína. Se metieron en operaciones un tanto peligrosas, habida cuenta las dudas de la situación que, por aquellos días, vivía Europa.
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En el segundo semestre de 1913 más de un síntoma indicaba ya cómo las cuentas del Crédito no estaban tan claras como parecían mostrarlo sus cotizaciones bursátiles, su alto dividendo (repartió un 12%) y la confianza que en él depositaban los ahorradores y capitalistas que les confiaban sus fondos y el depósito de sus valores. Más de uno alude a «la especulación que venía realizando el Consejo de Administración en los últimos meses». La compra de deuda extranjera -rusa y japonesa, posiblemente- fue, al parecer, su mayor error económico. De hecho, y como confirmaría el director gerente de la entidad, la guerra impidió «la realización de valores en las bolsas de Londres y París». La deuda rusa y japonesa se había convertido en valores de difícil realización en agosto del 14, con la conflagración europea.
En 1914, además, los negocios mineros y navieros se retrajeron: la petición de numerario por los afectados por tal crisis no pudo ser cumplimentada por el Crédito, por las dificultades que encontraba en vender su cartera en las bolsas europeas. ¿Precipitó la crisis el que, tal y como apuntaban los rumores, los consejeros del banco hicieran efectivos sus depósitos? Quizás no sólo fueron rumores, Sea como fuere, todo confirma lo ajustado de la política financiera del Crédito, que, por tener un activo de difícil realización, no pudo hacer frente a la acometida de sus impositores. El Banco de Vizcaya se encargaría de recalcar cuál era el recto camino de una entidad crediticia, al menos desde la perspectiva de una burguesía para la que la seguridad de un banco era tanto o más importante que sus beneficios. «Obrando con prudencia y previsión, y merced a una situación sólida y diáfana -declaraba su Consejo en 1915- pudo vencer nuestro establecimiento todas las dificultades».
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La solución de la crisis del Crédito era compleja, y a buscarla se aprestaron accionistas, diputados y economistas. Un crédito del Banco de España -que así comenzaba a jugar su papel de banco nacional de asistencia a los bancos en dificultades-, el desembolso de un dividendo pasivo, a pagar por sus accionistas, la modificación de sus estatutos y la renovación de sus directivos consiguió que, en marzo de 1915, el Crédito de la Unión Minera volviese a abrir sus puertas.
La superación de la crisis de 1914 disipó las tensiones producidas en los bancos vizcaínos, que se prepararon a aprovechar al máximo la beneficiosa influencia que, como pronto se dejaría ver, tuvo la Guerra Europea en toda la economía española. Comenzó entonces un ciclo expansivo de las finanzas vascas. El desarrollo de las exportaciones derivadas de la guerra permitió que en el País Vasco se produjera el gran «boom» de las navieras, y una inusitada elevación de los beneficios de la siderurgia y de las minas. La banca vizcaína se sirvió, como ninguna otra, de tan beneficiosa situación: capitalizándose, redondearon sus recursos. Los beneficios del Banco de Bilbao, que en 1914 no habían llegado aún a tres millones, eran, en 1918, de cerca de ocho millones: y la tendencia no haría sino consolidarse en los años siguientes. Otro tanto podemos decir del de Vizcaya, que de 1,3 millones pasó, en los mismos años, a 5,6. Ni siquiera el Crédito escaparía a tan acentuada expansión. Tras superar su crisis, recuperaría rápidamente sus posiciones. Si en 1913, antes de la suspensión de pagos, sus beneficios se cifraron en 1,5 millones, para 1918 obtenía 5,5.
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