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En principio, el mus parece una actividad de poco riesgo. Uno ve a los jugadores sentados, absortos, enredados en esa cadena de síes y noes que tanto desconcierta a los no iniciados, y podría pensar que la única amenaza para la salud se agazapa en ... la ingesta masiva de patxaran. Pero, en realidad, todos sabemos que el intercambio de envidos y órdagos es una cosa muy seria, que altera el ritmo cardiaco y puede dar lugar a enemistades para toda la vida, a batallas campales y, sí, a muertes violentas. Quizá en estos últimos tiempos hemos perdido parte del apasionamiento de antaño, quizá sea que los pasatiempos a nuestra disposición se han multiplicado tanto que nos los tomamos menos a pecho, pero el caso es que sorprende ver la frecuencia con la que aparecía el mus en las páginas de sucesos de finales del siglo XIX y principios del XX. Una jugada dudosa o unas señas prohibidas podían abrir fácilmente el camino hacia la casa de socorro o el cementerio.
Lesiones a terceros No siempre los heridos en estas peleas de mus eran los jugadores: en junio de 1910, Petra Eguíluz, camarera de una taberna de Cortes, se llevó una cuchillada en el muslo por tratar de poner paz.
La mayoría de aquellos incidentes tenían poco que contar y se resumían en unas cuantas líneas, que han servido para preservar en las hemerotecas los nombres de los jugadores pendencieros y la ubicación de los locales donde medían sus fuerzas, primero con los naipes y después con los puños, con navajas o con pistolas. Sabemos así que, en abril de 1899, Pablo Corral atacó con un cuchillo a Crisanto Quintanilla en una taberna de Hurtado de Amézaga; que, en enero de 1908, Celestino Guerra y Francisco Galba 'el Sastre' salieron a la calle, delante de la cantina del barrio de Las Muñecas, en Sopuerta, para dirimir con armas blancas su disparidad de criterios musísticos; que, en abril de 1911, un adversario fue persiguiendo a Fortunato Martínez por la calle Cortes hasta clavarle la navaja en el costado; que, en mayo de 1913 y en el bar El Retiro, de Barakaldo, Cándido de Diego dio un buen tajo a Dimas Sierra; y, por ir acabando con los ejemplos, que en diciembre de 1935 y en una taberna de Ortuella, Manuel Cobos y Cobos puso fin a una discusión de cartas abriendo fuego con su pistola.
Algunos de aquellos enfrentamientos eran objeto de atención más detallada en la prensa por su inusual grado de agresividad. En septiembre de 1913, a eso de las ocho de la tarde, unos hombres echaban la partida en el barrio ortuellano de Urioste. De pronto, surgió el desacuerdo entre el sereno Juan José Goicuría, de 48 años y natural de Santurtzi, que estaba haciendo tiempo para empezar su turno de vigilancia media hora después, y un obrero llamado Francisco Aldama, de 43 y procedente de Amurrio. Al parecer, el mus sirvió como chispa final del conflicto, ya que existían resentimientos anteriores entre los dos, de modo que pasaron rápidamente de los gritos y los insultos a las bofetadas y los mamporros. Aldama sacó un cuchillo y se lo clavó profundamente al sereno, pero este logró arrebatarle el arma y, antes de caer desplomado a causa de la gravísima lesión que sufría, le cortó una oreja a su rival y le provocó, en general, una buena escabechina en la cara, con heridas en la frente y el pómulo.
A veces, las acaloradas broncas de mus se convertían en un órdago definitivo que alguien perdía. En abril de 1891, también a eso de las ocho, un empleado del Ayuntamiento de Durango acudía a recoger el correo cuando escuchó «voces y palabras fuertes sobre una jugada de mus» que provenían de una tienda de comestibles, vinos y licores cercana al Café de la Paz. Momentos después, salieron del establecimiento dos individuos «bastante incomodados» y se encaminaron «como desafiados» hacia las afueras del pueblo, según recogió 'El Noticiero Bilbaíno', pero el operario municipal medió entre ellos y logró que hicieran las paces. Cuando regresaba con su correspondencia, volvió a toparse con los dos hombres «enredados en la misma cuestión», y de nuevo fue capaz de aplacar sus ánimos y evitar la pelea.
Al tercer intento de dirimir sus diferencias, ya no andaba por allí el providencial funcionario, pero sí un sereno que se llevó detenidos a los dos. No sirvió de nada: «Los conducía a la casa de ayuntamiento, llevando agarrado del hombro al más díscolo y al otro por delante, pero, a los pocos pasos que habían dado en Artecalle, se le escapó al citado sereno, quien solo puede hacer uso de una mano, por tener enferma la otra, y asestó por detrás semejante navajazo a su contrario que a los cuatro pasos cayó muerto», relató el corresponsal de 'El Noticiero'. El fallecido se llamaba Telesforo Urrechu, procedía de Álava, era viudo y trabajaba de curtidor.
En mayo de 1910, una partida se torció y dio lugar a otra reyerta en la cantina de Las Muñecas, en Sopuerta, donde parece que se tomaban el juego muy a la tremenda. «Un nuevo crimen brutal, tabernario, en el que la víctima y el agresor, enloquecidos por el amílico, dan ocasión al 'reporter' para estampar el consabido cliché: 'Ayer y por una partida de mus...'», decía la introducción de la crónica en 'El Noticiero'. Pedro Larrínaga, de 31 años y natural de Dima, había acudido al bar a mediodía, «después de cobrar sus jornales», y estuvo «jugando y bromeando» con varios compañeros que «libaron copiosamente».
«Uno de ellos creyó ver que el Larrínaga hacía señas a sus amigos. Cruzáronse gruesas palabras y asquerosas blasfemias», continuaba la noticia en el diario local. Balbino Cuedo, un barrenador leonés de 23 años, esgrimió una navaja y «la hundió repetidas veces» en la espalda de Pedro, hasta matarle.
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