Igor Santos Salazar es doctor en Historia medieval por las universidades de Salamanca y Bolonia, y profesor de la Universidad de Trento (Italia)
Hace ya algún tiempo, trabajé como guía en la catedral de Bilbao. De aquellos días recuerdo especialmente el asombro de quien entraba ... a visitar el templo; turistas que se extrañaban por el reducido tamaño de su arquitectura (¡y eso que tiene claustro!), por la desnudez de su capilla mayor, por ese aire humilde que la iglesia tiene y que tanto contrasta con el título que ostenta. Imagino que muchas y muchos esperaban, visitando el Casco Viejo, encontrar una catedral con las dimensiones típicas de las sedes obispales castellanas, andaluzas, gallegas, aragonesas, valencianas y catalanas, por citar espacios cargados de historia eclesiástica y artística. Pero no. La parte más antigua de Bilbao es tan reducida en sus dimensiones que difícilmente podría acoger las enormes máquinas arquitectónicas de catedrales como Santiago de Compostela y Sevilla. La forma y la trama del edificio bilbaíno son el resultado de una evolución histórica muy especial, completamente diferente a la que caracteriza el resto de capitales de un cierto peso social, económico y político (con la excepción de Donostia, cuyos avatares como sede obispal han sido, en parte, similares).
¿De qué historia se trata? La 'juventud' de Bilbao no explica todo: es cierto que para cuando fue fundada por Don Diego López de Haro sobre una aldea más antigua, en aquella Europa de las catedrales del ultimísimo siglo XIII, la villa no podía mostrar ningún rango episcopal, como tampoco lo hacían los otros núcleos urbanos del Señorío. Es más, los privilegios jurídicos de la tierra llegaban a impedir la entrada de un prelado en sus confines, y ese veto duraría hasta bien entrado el siglo XVI, cuando iniciaron las primeras visitas pastorales (en el claustro de Santiago queda memoria de una de ellas, en la piedra del primer sepulcro de Andrés de Porras, obispo de Calahorra-La Calzada, muerto en 1764 en la villa, mientras estaba de paso…).
Esa anomalía jurídica de un territorio sin prelados se explica por el contexto histórico vivido por el país en el periodo que separa el final del mundo antiguo de los siglos de la Edad Media. Las catedrales fueron surgiendo allí donde existían poderes episcopales, que en la mayor parte de los casos correspondían a núcleos urbanos de tradición romana. Los territorios de la actual Comunidad Autónoma Vasca conocieron sólo una ciudad de tales hechuras, Veleia, que se abandonó en los primeros años del siglo VI. El «caos» creado por las invasiones bárbaras, la fantasmagórica independencia vascona y la expansión islámica han sido tres de los principales clichés (ya abandonados por los y las especialistas) que, autores de las más diversas ideologías, fueron aplicando para explicar las causas del vacío eclesiástico en la fachada cantábrica, cuando los obispos de las ciudades de Pamplona y de Calahorra, incluso de la burgalesa y efímera Oca, llegaban a las crestas de nuestros montes con eco quedo, lejanísimo, filtrado por las nieblas de la primera Edad Media, como una letanía susurrada.
Juegos políticos y retóricas eclesiásticas
A partir de ese momento, los documentos muestran una realidad apasionante: los poderes locales activos en el norte de Álava entre los siglos IX y X crearon la sede episcopal de Valpuesta, en la zona donde iban surgiendo las primeras expresiones de la lengua castellana. La influencia valpostana se dejó sentir por zonas del occidente de Bizkaia en la época de la competición política de los condes activos en Lantarón, Álava (en la actual Llanada surgiría la fugaz sede episcopal de Armentia) y Castilla. Los juegos políticos y las retóricas ideológicas favorecieron, a partir del siglo XI, la consolidación de las diócesis de Burgos y de Calahorra como centros de control episcopal del Señorío. La primera por ser el centro principal de una Castilla ya convertida en reino; el segundo como «restauración» de la vieja sede tardorromana y visigoda de Calagurris, fundamental para los intereses del reino de Pamplona en su pugna por el control de los sectores más orientales de Álava y de Bizkaia. Pero el poder de sus obispos sobre el Señorío, más teórico que real, con la excepción del monasterio de Zenarruza, controlada directamente por el prelado de Calahorra, apenas si dejaba rastro en la vida cotidiana de las gentes vizcaínas…
El río Nervión iba a ser durante décadas frontera entre las dos sedes episcopales, pues esa anomalía fraguó y se fue consolidando, tanto que quedó fosilizada hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando conoció algunos cambios. En 1754, la creación de la diócesis de Santander (villa que había vivido también sin catedral ni obispos hasta entonces) marcó el primero de ellos. La Bizkaia occidental pasó de ser 'controlada' por el arzobispo de Burgos a quedar bajo la jurisdicción del prelado santanderino. Esta modificación duró poco más de un siglo. En 1862 fue erigida la diócesis de Vitoria ('heredera' de aquella tan desconocida de Armentia) con la intención de racionalizar un horizonte de gran complejidad, eligiendo la antigua Gasteiz (que hasta entonces nunca tuvo obispo, obviamente...) como nuevo centro 'capitalino' para asuntos religiosos. Su territorio episcopal acogió entonces a la totalidad de los paisajes alaveses, vizcaínos y guipuzcoanos bajo un único manto jurídico por primera vez en la historia, aunque esa unión estuviese ligada únicamente a asuntos eclesiásticos.
La última modificación del mapa diocesano llegó en época franquista y puede ser entendida como la mayor agresión a la tradición política y religiosa del antiguo Señorío tras las reformas de los regímenes liberales, a pesar de que nadie se percate de ella... El 2 de noviembre de 1949, una bula de Pio XII «inventaba» la diócesis de Bilbao (y también la de Donostia) creando así las condiciones para que la iglesia de Santiago, la principal de sus parroquias, dotada desde principios del siglo XIX del título de basílica, se convirtiera en la catedral desde la que su pastor gobernase las almas de un territorio que no conoce enclaves ni exclaves (esos lugares fuera de sitio, por citar el precioso libro de Sergio del Molino). De hecho, la diócesis incluye el valle de Villaverde y excluye Orduña, que queda para Vitoria (la Iglesia, siempre tan pragmática, podría ser en este caso ejemplo para la política, tan ramplona...)
Turistas y visitantes admiran hoy la fachada de Severino de Achúcarro, con la que la basílica de Santiago intentaba en 1885 marchar al paso de los tiempos, muy neomedievales e industrialísimos, pero en su rosetón neogótico siguen percibiendo una disonancia entre su título de catedral y sus humildes medidas, que concentran en sus arcos, claustro y capillas una historia singular, desconocida, antigua y modernísima a la vez.