Guardias civiles, carabineros, sacerdotes y médicos acudieron al lugar del suceso.Klaus/La Unión Ilustrada
El naufragio de La Arena: ocho ahogados durante una excursión en gasolino
Tiempo de historias ·
La lancha volcó a escasos metros de la playa y no sobrevivió ninguno de sus ocupantes, que venían de presenciar cómo salía de El Abra el barco de los Reyes
CARLOS BENITO
Miércoles, 18 de diciembre 2019, 01:13
El 28 de agosto de 1913 fue una jornada de ambiente festivo en Bilbao y en las demás localidades de la ría. Para unos más que para otros, claro, ya que la visita de los Reyes movilizó especialmente a las élites vizcaínas, aunque también las clases populares pudieron disfrutar del espectáculo gratuito de los barcos en El Abra. Los más privilegiados pudieron compartir con los monarcas la comida en el Sporting Club, que constó de entremeses variados, sopa San Germán, lenguados a la Margarita, pechugas de ave a la parisién, solomillo a la duquesa y ponche oriental. Fue justo después, a primera hora de la tarde, cuando la celebración se democratizó y una muchedumbre acudió a presenciar la marcha simultánea del yate real 'Giralda' y del crucero alemán 'Hansa', un coloso de 110 metros de eslora. Una vistosa flotilla de balandros y vaporcitos escoltó a Alfonso XIII y Victoria Eugenia, que iban diciendo adiós desde cubierta. La batería de Algorta disparó 21 cañonazos, los dos barcos se desearon feliz viaje mediante el telégrafo de banderas y el buque alemán enarboló el pabellón español y tributó también la correspondiente salva. Antes de marcharse, el Rey había dejado un donativo de 2.500 pesetas para los pobres de la zona.
Pero ese ambiente alegre y bullicioso iba a dar paso a un atardecer lúgubre, al extenderse la noticia de lo ocurrido a las seis menos cuarto en la playa de La Arena. Un grupo de ocho personas, algunas de ellas muy conocidas en la sociedad bilbaína, habían decidido prolongar la fiesta con una excursión en gasolino hasta Zierbena, donde el acaudalado empresario minero Agustín de Iza estaba celebrando su santo. Hicieron el viaje desde Santurtzi a bordo del 'María Victoria', un bote motorizado propiedad del popular Gregorio Asúa, 'Zollo', dueño de un concurrido negocio de Indautxu que combinaba las funciones de txakoli y panadería. Cuando ya estaban a punto de arribar a la playa de La Arena, desde allí y desde la propia casa de Agustín de Iza empezaron a hacerles señales de aviso con pañuelos, en un intento de disuadirles de su propósito. «La navegación por allí constituía bastante peligro y sería fácil que pudiera volcar el gasolino. Pero los que ocupaban el bote entendieron sin duda que lo que se hacía desde la finca del señor Iza era saludarles y, creyendo firmemente que correspondían a tal fineza, también agitaron pañuelos y gorras mientras seguían avanzando hacia la playa», relató dramáticamente 'El Pueblo Vasco'.
Una víctima, sobre la arena de la playa.
Klaus/La Unión Ilustrada
Los temores de los testigos estaban plenamente justificados. El bote volcó a escasa distancia del litoral y el mar, bastante agitado, se tragó a los náufragos. Solo sabía nadar uno de ellos, el maquinista naval Asensio Madariaga, pero ni siquiera él logró salir del agua: «Los esfuerzos que realizó resultaron inútiles, pues, además de no lograr socorrer a los restantes, tampoco pudo salvarse él, debido a que las mujeres que lo acompañaban se asieron a dicho expedicionario», informaba la crónica. Varias personas presentes en la playa se zambulleron con arrojo, pero tampoco lograron rescatar a ninguno de los desventurados navegantes, cuyos gritos de auxilio no tardaron en apagarse. En la operación se destacaron Remigio Iza y el médico de San Julián de Muskiz, Valentín Milicua, que recuperaron los cuerpos de varios ahogados. También estaban presentes en el arenal el propio Agustín de Iza, amigo personal de los accidentados, y el obispo de Ciudad Real, el vizcaíno Remigio Gandásegui, que pasaba unos días de vacaciones en el chalé de los Iza. Además, acudieron con prontitud los facultativos titulares de Las Carreras y Somorrostro, así como guardias civiles y carabineros.
A Santander con veinte personas
En un principio se estableció en siete la cifra de fallecidos, porque se creía que ese era el número de ocupantes de la embarcación, pero después se averiguó que en realidad se trataba de ocho personas. Los reporteros de 'El Noticiero Bilbaíno' se presentaron en casa de 'Zollo', el propietario del gasolino, que había perdido en el suceso un hijo, una hija y un yerno. «Es un bote con motor que ha hecho el viaje sin novedad, en algunas ocasiones con veinte personas, hasta Santander, sin haber ocurrido el menor accidente», les explicó el hombre, atribuyendo el siniestro al choque del 'María Victoria' con alguna roca traicionera. Un hijo del txakolinero, José, comentó que él se había librado por puro azar: «Me he salvado de milagro, porque precisamente iba yo a acompañar a todos los que se han ahogado, porque para ello estaba comprometido y les había dado palabra. Pero dio la coincidencia de que unos amigos me entretuvieron en el café y, para cuando quise recordar y vine a buscar a los excursionistas, ya habían salido».
El casco del bote 'María Victoria' resultó dañado.
Klaus/La Unión Ilustrada
La lista de los muertos incluía a Asensio Madariaga, de 31 años, yerno de 'Zollo' y encargado de su panadería; su esposa, Matilde Asúa, de 28 años; el hermano de esta, Emeterio Asúa, de 20 años, alumno de la Escuela Militar, y una hermana de Asensio, Alejandra Madariaga, de 34 años. Las otras cuatro víctimas, todas ellas mujeres, tenían relaciones de parentesco o de amistad con los citados. Se trataba de Sebastiana Agorría, de 25 años y natural de Iurreta; Felipa Alberdi, de 21 años, de la misma localidad; Cristina Martínez, de 34 años y casada con el reputado pintor bilbaíno Sotero Barrena, y Milagros Barrena, hija de este matrimonio, de 17 años. De esta víctima, la más joven, contaban los periódicos que estaba delicada de salud y, con el fin de restablecerse, residía habitualmente en Santoña, pero había acudido a la capital vizcaína para pasar con sus padres las fiestas de agosto. Al curso siguiente, tenía previsto matricularse en los exámenes de piano del Conservatorio de Madrid.
El 30 de agosto, los bilbaínos acudieron en masa a las exequias por las víctimas. Se enterró solo a seis, porque los cuerpos de Matilde Asúa y Milagros Barrena no se habían recuperado: los restos de esta última joven aparecerían entre unas rocas de La Arena el 5 de septiembre. El día del funeral, una primera comitiva fúnebre de cuatro coches y ocho landós trasladó los féretros -el de Felipa Alberdi, de color blanco- desde el cementerio de Gallarta, donde habían quedado depositados en un primer momento los cadáveres, hasta la plaza de Zabalburu. Allí se organizó el cortejo propiamente dicho, encabezado por el alcalde Federico Moyúa y con nutridas representaciones de la Escuela Militar y de las cigarreras de Bilbao, ya que la madre de Cristina Martínez era portera de la Fábrica de Tabacos. Como era costumbre en la época, los féretros viajaron hasta el cementerio de Vista Alegre a bordo del tren mortuorio.
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