Entre las imágenes propagandísticas que se usaron durante el Segundo Imperio francés para ensalzar a la dinastía Bonaparte llama la atención una ilustración editada con el título 'Les quatre Napoléons'. En ella aparecen al fondo Napoleón I y su hijo, el malogrado Rey de Roma, ... Napoleón II; y en primer plano Napoleón III, emperador reinante entonces y sobrino del primero, con su hijo, el pequeño príncipe Napoleón Eugenio Luis Juan José Bonaparte. Napoleón IV para sus partidarios, pudo lucir una distinción que no tuvieron los otros tres. Era «bizcaíno originario de noble y antigua estirpe», reconocido como tal por las Juntas Generales en Gernika.
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Este honor le llegó al príncipe a través de su madre, la emperatriz, «la hermosa rica-hembra doña María Eugenia de Guzmán y Portocarrero, hija de los condes de Montijo, condesa de Teba, de Ablitas, de Baños, de Mora, de Santa Cruz de Sierra, Marquesa de Ardales, de Osera y de Moya, con Grandeza de España», como la presenta Juan Eustaquio Delmas en 'El castillo de Arteaga y la emperatriz de los franceses' (1890).
Cuenta Delmas cómo el nacimiento del príncipe, en París el 16 de marzo de 1856, fue muy celebrado porque «los bizcaínos» se dieron cuenta de que el niño descendía por vía materna «de aquella cepa plantada por el primer Arteaga en la angosta planicie de Gauteguiz». El castillo de Arteaga era la casa «en que nacieron sus más remotos ascendientes». En la sesión de Juntas celebrada en Gernika el día 17 de julio de 1856 los apoderados pidieron que el príncipe Napoleón fuera «declarado bizcaíno originario de preclara raza y que como señor de las Torres de Arteaga, de Montalbán y de una gran parte de nuestra infanzona tierra, goce y disfrute de todos los derechos y prerrogativas inherentes a los bizcaínos». La proposición fue aprobada.
Se decidió enviar a dos representantes a París para que presentándose a los emperadores», previos los más rigurosos requisitos de la diplomacia y de la etiqueta, pusieran en sus manos un pergamino con el acuerdo escrito». Los dos comisionados, el síndico Antonio López de la calle y el exprior y cónsul delConsulado de Bilbao José Salvador de Lequerica, salieron de Bilbao el 5 de agosto. Pero cuando llegaron a París, los emperadores se habían ausentado.Además, un malentendido hizo que se corriera «la estupenda noticia de que la misión que llevaban cerca de aquellos augustos personajes y de su gobierno era la de solicitar el protectorado de Francia para el Señorío de Bizcaya». Deshacer aquella «invención tan insensata» les costó no pocos dolores de cabeza a los comisionados, que fueron recibidos por los emperadores en Biarritz el 13 de agosto. Entregaron a Napoleón III el pergamino con el acta del acuerdo de Gernika.
El emperador aseguró que «recibía con el mayor agrado el recuerdo del congeso bizcaíno, y que viviría siempre muy agradecido a la delicada y honrosa declaración que había hecho en favor de su querido hijo» único. Después, los emperadores se interasaron «por las leyes y gobierno de Bizcaya, por el libro de sus Fueros, del que la emperatriz manifestó deseo de poseer un ejemplar, que le fue prometido, y por sus costumbres e idioma». Napoleón III encargó a la Fábrica nacional de Sèvres la elaboración de tres «grandes y artísticos jarrones de porcelana y azur con los retratos del Emperador, de su hijo y de ella, para ser regalados a la Diputación de Bizcaya». En cuanto a «la vieja torre de Arteaga, quedaba desde aquellos momentos bajo el amparo de las primeras dignidades de Europa». Se encargó su reconstrucción.
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Pero los emperadores no llegaron a estrenarla. El Segundo Imperio cayó y Napoleón III fue destituido. La familia imperial se trasladó a Camden Place, en Chislehurst, Inglaterra, donde el emperador moriría en 1871. El príncipe tenía 15 años. Proclamado como Napoleón IV por los bonapartistas, fue aceptado en la Real Academia Militar de Woolwich, mientras la reina Victoria consideraba la posibilidad de que se casara con su hija Beatriz.
En 1879 empezó la Guerra Zulú, en la actual Sudáfrica. El príncipe, que ya tenía el grado de teniente, se empeñó en participar, en contra de la opinión de los bonapartistas y de su madre. Al fin obtuvo la autorización la emperatriz Eugenia y de la propia reina Victoria. Para mantenerlo a salvo, los mandos decidieron destinarlo a un puesto activo pero seguro, en misiones de transporte y reconocimiento con los Ingenieros Reales al mando del coronel Richard Harrison. Se determinó también que fuera escoltado en todo momento.
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Estas prevenciones resultaron inútiles. El 1 de junio de 1879 el grupo de exploración del que formaba parte fue sorprendido por una partida de unos 40 zulúes cerca de Ulundi, en el Reino Zulú. El príncipe fue abatido a lanzazos por tres guerreros llamados Zabanga, Gwabakana y Klabawathunga. Napoleón IV, el vizcaíno originario, murió a los 23 años sin haber pisado Bizkaia. De él quedan en el territorio dos recuerdos, uno en el Palacio Foral, en Bilbao, es el conjunto de jarrones conmemorativos encargados por su padre como obsequio al Señorío; el otro, es el castillo de Arteaga en su hechura actual, obra de los arquitectos imperiales.
La muerte del príncipe dio lugar a todo tipo especulaciones y hasta se llegó a acusar a la reina Victoria de orquestar el asunto. Por su lado, los zulúes aseguraron que no lo habrían matado de haber sabido quién era. Eugenia de Montijo peregrinó hasta el lugar donde cayó su único hijo, en el que se levantó un memorial.
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