Cuando la mafia hacía saltar la banca en Las Vegas
Historias de película ·
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Historias de película ·
Scorsese se basó en gángsters reales para recrear los años en los que la capital del juego lavaba sus finanzas«Al final, lo jodimos todo», reflexiona Nicky Santoro (Joe Pesci) en los primeros compases de 'Casino', una película que se permite tener la voz en off de dos de sus protagonistas. «Pudo haber sido perfecto, pero fue la última vez que a la gente de la calle como nosotros se le dio el puto control de algo tan valioso». Martin Scorsese dirigió en 1995 la adaptación de un libro de Nicholas Pileggi basado en hechos reales y escrito al mismo tiempo que el guion. Una elegía por un tiempo que ya no volverá, el del control de Las Vegas a manos de la mafia en los años 70, justo antes de que se convirtiera en un centro de ocio con estética Disney que despluma a familias y jubilados.
Nuestro guía a través de los neones y las tumbas en el desierto es Sam 'Ace' Rothstein, un tahúr y apostador al que la mafia coloca al frente del Tangiers después de comprarlo por 62 millones de dólares. Un tipo tan bueno en su trabajo que hasta le regaña al cocinero porque los bollitos no tienen exactamente el mismo número de arándanos. Su única debilidad es el amor de su vida, la buscona Ginger (Sharon Stone), que sabe que le traicionará. Del trabajo sucio se ocupa Nicky, siempre dispuesto a enterrar a alguien en la arena, donde no llegan las luces de Las Vegas.
El personaje de Robert de Niro es un trasunto de Frank 'Lefty' Rosenthal' (Chicago, 1929. Miami Beach, 2008), apostador que también acabó como ejecutivo de un casino en la ciudad del pecado. Tal como ocurre al inicio del filme, Rosenthal sufrió un atentado en 1982 al volar su coche por los aires en la puerta de un restaurante Tony Roma's en la Avenida Sahara. Un aviso de que tenía que abandonar la ciudad. Dirigió cuatro casinos desde 1971 durante 14 años en un puesto que era una simple tapadera desde la que no entorpecer los negocios del juego y la prostitucion. De carácter obsesivo y perfeccionista, introdujo una rentable novedad: cómodas salas con cientos de televisores en el Stardust para que los clientes apostaran a las carreras de caballos. Según recuerda Pileggi, su egolatría le trajo bastantes problemas con los gángsters de Chicago. «Si interfieres con alguna de las operaciones o complicas lo que yo hago, te aseguro que nunca abandonarás esta empresa vivo». le advirtió Allen Glick, el propietario del casino.
El personaje de Joe Pesci se basaba en Tony Spilotro, el matón encargado de velar por la seguridad de Rosenthal y el negocio. Ginger no era otra que Geri McGee, exbailarina en un local de topless cuya desordenada existencia contribuyó a arruinar el tinglado de su marido. Los dos se fueron infieles y disfrutaron del lujo y el exceso. Rosenthal se codeaba con Frank Sinatra y O. J. Simpson y se decía que tenía más de 200 pares de pantalones. Ella guardaba en una caja de seguridad del banco joyas por valor de más de un millón de dólares. Se separaron en 1980. McGee murió pocas semanas después del intento de asesinato de su exmarido. La encontraron agonizante tras una sobredosis de drogas en el Beverly Hotel de Sunset Boulevard. Spilotro fue golpeado y enterrado vivo junto a su hermano en un maizal de Indiana.
«Creo que aprendo más de una película o de una historia cuando veo lo que hace mal una persona y qué le pasa por ello. Los antagonistas son más interesantes», argumenta Martin Scorsese, cuyo estilo nunca se ha mostrado tan audaz y depurado como en 'Casino': congelación de imagen, voz en off desdoblada, montaje en paralelo... Una obra maestra abrumadora, que describe un modo de vida criminal con la perfección de un mecanismo de relojería y que algunos críticos ciegos minusvaloraron en su día al considerar que se parecía demasiado a 'Uno de los nuestros', otro 'reportaje de ficción' en torno a la mafia.
'Casino' concluye con las imágenes reales de la demolición de establecimientos míticos en Las Vegas. «Las grandes empresas se hicieron con todo. Hoy parece Disneylandia», lamenta Sam Rothstein. «Mientras los niños juegan a los piratas, papá y mamá pierden al póquer los ahorros y el dinero de la universidad del hijo mayor».
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