Borrar
Tomás Ondarra
Un maestro asesinado a las puertas del instituto
Tiempo de historias

Un maestro asesinado a las puertas del instituto

A Pedro lo mató de dos tiros el cuñado de su exnovia:se habló de un crimen de honor, pero parece que la causa fueron doscientas pesetas

Domingo, 18 de agosto 2024, 01:16

Los testigos del asesinato de Pedro Escala no daban crédito a lo ocurrido: ¿qué había podido llevar a un joven tan serio y tan devoto a acabar de aquella mala manera? Eran las once de la mañana del 7 de octubre de 1916 y el profesor, de 24 años y natural de la localidad navarra de Arellano, acompañaba a sus clases de bachillerato a un grupo de alumnos del Colegio de San Luis, donde trabajaba desde hacía algo más de un año. Ya habían llegado a la Plazuela del Instituto, una especie de versión reducida de la actual Plaza de Unamuno en la que se alzaba el centro de enseñanza media, y Pedro conversaba con una institutriz francesa. Los hechos se desarrollaron en un momento, quizá un par de minutos: un individuo se acercó y, tras cruzar con el maestro un par de frases, le descerrajó un tiro a bocajarro en el pecho y otro en la espalda. Lo evacuaron en un coche de punto, pero lo único que pudieron hacer por él fue detenerse en San Antón para que un cura le administrase la extremaunción.

El autor de los disparos resultó ser Francisco Pangusión, un obrero de Cellorigo (La Rioja), de 33 años, que estaba empleado en Altos Hornos y residía en Barakaldo con su mujer, Felisa. Según publicaron los diarios locales, Francisco no opuso resistencia cuando lo apresó un policía municipal, pero tampoco manifestó ningún arrepentimiento por su crimen: más bien «dio pruebas de gran cinismo» y «habló con desparpajo, sin que le preocupara poco ni mucho su acción», en palabras de 'El Liberal'. Cuando entregó al agente su revólver Velo-Dog, «se lamentó Francisco de tener que hacerlo sin haber disparado los cinco tiros, por no tener la certeza de haber matado a Pedro Escala», según recogió 'El Pueblo Vasco'.

Francisco había pedido el día libre en la fábrica y, aquella mañana, había tomado el tren a Bilbao en compañía de su mujer. Primero fueron a buscar a Pedro en la casa que compartía con su madre viuda, en el barrio de La Cruz. Después preguntaron por él al portero del instituto. ¿Qué vínculo misterioso unía a este matrimonio con el profesor? Pronto se supo: en su época de estudiante en Pamplona, Pedro se había echado una novia llamada Leontina, que era hermana de Felisa y cuñada, por tanto, de Francisco. La familia del maestro desaprobaba estas relaciones, que quedaron más o menos en suspenso cuando el joven encontró trabajo en Bilbao.

Todo apuntaba a uno de esos crímenes de honor que, en aquellos años, se seguían cometiendo con relativa frecuencia: seguramente Francisco había querido vengar a su cuñada, por considerarla deshonrada. Pero ambas partes parecieron ponerse de acuerdo en desmentir tajantemente esa primera hipótesis. «Las relaciones de Leontina y Pedro eran perfectamente lícitas», aseguró Francisco. «No puedo tolerar que se ponga en duda la honorabilidad de mi hermana», rechazó Felisa. «¡Mi hijo era incapaz de cometer tal villanía!», se indignó Leocadia, la madre del muerto. Al parecer, la causa real tuvo que ver con el dinero: Pedro, su madre y su padre enfermo atravesaron dificultades económicas después de mudarse a Bilbao, que se agravaron aún más cuando falleció el señor Escala, y el maestro acudió a los parientes de la que todavía era su novia en busca de ayuda. Le prestaron doscientas pesetas, en una época en la que los obreros de Altos Hornos ganaban un jornal diario de entre cuatro y nueve pesetas, según las secciones.

Una súplica

El juicio de Francisco Pangusión se celebró con bastante retraso, más de tres años después de cometido el crimen. La madre de la víctima, Leocadia, llegó a escribir una «súplica» a los periódicos para que los abogados y los miembros del jurado acudiesen a la vista y no hubiese que aplazarla aún más.

El detonante del asesinato había sido una carta llegada desde Navarra. En ella, Leontina comunicaba a su hermana que el noviazgo con Pedro se había acabado. La joven, lejos de mostrarse apesadumbrada, celebraba la ruptura con cierto alivio («vaya con Dios y que la Magdalena le guíe», escribió), pero había adjuntado la misiva en la que el profesor se despedía de ella: en esas líneas, Pedro explicaba que la deuda pendiente de su familia era mayor de lo esperado, que se vería en grandes dificultades para asumirla y que, por tanto, «no se hallaría, en mucho tiempo, en condiciones de poder casarse, pues de contraer matrimonio la haría desgraciada», según recogió 'El Liberal'. Además, le anunciaba su propósito de trasladarse a Galicia.

Alocado y tornadizo

El pensamiento del matrimonio al leer esas palabras se fue de inmediato hacia sus doscientas pesetas: «¡Con los sudores que a mi marido le costaba ganarlas!», declaró Felisa a un reportero. El diario izquierdista 'El Liberal', de hecho, acabó poniéndose de su parte y presentó a Pedro como «un chicuelo alocado, veleidoso y tornadizo» que ya «flirteaba con otra mujer». En un artículo titulado 'El fanatismo de una madre', sostenían que el crimen se había «incubado» a partir de la condición «profundamente religiosa» de la familia Escala, en la que abundaban los «santos varones y beatíficas damas que visten ropas talares», frente al descreído entorno obrero de Leontina. Hay que decir, además, que la víctima era tradicionalista y miembro de la Juventud Jaimista, el nombre que recibían los carlistas en aquella época del pretendiente Jaime.

Después de tanto juicio apresurado en los diarios, la Justicia de verdad se demoró hasta noviembre de 1919. El tribunal apreció las atenuantes de arrebato y obcecación y condenó a Francisco Pangusión a doce años de cárcel y a indemnizar con 5.000 pesetas a Leocadia, la madre del profesor asesinado.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo Un maestro asesinado a las puertas del instituto