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Los primeros meses de 1874, ahora hace 150 años, Bilbao estaba sitiado y la liberación correspondía necesariamente al ejército gubernamental. Las tropas encargadas de acabar con el asedio marcharon hacia Santander, la mayor parte por ferrocarril. Desde allí salían a Castro Urdiales, desde donde se ... proyectaba iniciar el avance hacia Bilbao.
Cuando los carlistas advirtieron la concentración militar en Cantabria, desplazaron sus tropas hacia el oeste. Inicialmente, fortificaron Saltacaballos, pero esta línea defensiva les duró poco; se vieron obligados a abandonarla el 16 de febrero. Le reprocharon al general Andéchaga no haber hecho mayor esfuerzo en este baluarte estratégico. El enemigo pudo conseguirlo sin disparar un tiro.
Así, los carlistas instalaron sus defensas en la margen derecha del río Barbadun, entonces llamado río Somorrostro. Enfrente, se desplegaron los liberales. En febrero el ejército gubernamental lo componían más de 22.000 hombres y contaba con 50 piezas de artillería. Los carlistas habían llevado aproximadamente la mitad de su ejército a Bizkaia, unos 15.000 soldados, entre las tropas destinadas al sitio de Bilbao y a la defensa de la línea del río Somorrostro. Su artillería la dedicaron a bombardear la villa -arrojaron más de 5.000 bombas en dos meses-, no se la llevaron al frente occidental. Las fortificaciones carlistas cubrían desde el monte Montaño hasta faldas del de Triano, con sus principales reductos en el centro de esta línea, la iglesia de San Pedro de Abanto y la de Santa Juliana.
Se desarrolló allí la batalla de Somorrostro, entre las más duras de las guerras civiles del siglo XIX. Sumando los dos bandos, hubo más de 3.000 muertos y 8.000 bajas.
En realidad, fueron tres batallas consecutivas, producidas en febrero, marzo y abril. En las dos primeras los carlistas consiguieron resistir -pero no derrotar- al ejército gubernamental. Sus posibilidades bélicas dependían de que se rindiese Bilbao, de ahí la intensidad del bombardeo. En marzo aguantaron a duras penas, mientras que en la tercera batalla la victoria liberal logró la retirada carlista y el levantamiento del sitio de la villa.
El general Moriones, al mando de las tropas liberales, dirigió el primer ataque contra las posiciones carlistas, el 24 y 25 de febrero. Optó por atacar la defensa enemiga más importante, para lograr luego, si tenía éxito, el desmoronamiento de resto. Fue la batalla de Montaño, intentando hacerse con esta elevación, al tiempo que su artillería disparaba desde el vecino monte Janeo. Hubo sucesivas ofensivas liberales, pero fueron rechazadas por los carlistas, en una lucha encarnizada en que llegaron a pelear a la bayoneta.
Lo relató Unamuno en 'Paz en la guerra', la novela donde reconstruyó estos acontecimientos: «El gallo republicano, pasada la ría de Somorrostro los atacó de frente, por lo más difícil, según su modo; sus soldados envolvieron al Montaño, estando a punto de coronar su puntiaguda cima, trepando su pendiente cascajosa apaleados y casi borrachos, recibiendo fuego y piedras de la cresta». Resistieron los carlistas «y el gallo republicano tuvo que retirarse».
Es célebre el final de la acción de Montaño. El general Moriones envió al gobierno un telegrama en los sientes términos: «Es urgentísimo que vengan refuerzos y otro general a encargarse del mando». No había podido forzar los reductos y trincheras de San Pedro de Abanto y su línea. No era sólo que reconociese su incapacidad personal y la de las tropas que tenía a su mando, pese a que formaban un ejército moderno. De pronto, se descubría que el bando rebelde era competente, contra lo que se había pensado. Mal armado, con pocas municiones y múltiples tipos de fusiles -lo que complicaba su abastecimiento y mantenimiento-, dio muestras de valor, disciplina y capacidad de maniobra. Oficialmente los carlistas tuvieron 87 muertos y 331 heridos, frente a las mil bajas del enemigo.
Para los bilbaínos, el sitio se alargaba mucho más de lo que se había previsto –«el tiempo vuela y nuestra situación va empeorando», se escribía el 21 de marzo-, al tiempo que los periódicos nacionales e internacionales comenzaron a prestar mayor atención a los acontecimientos bélicos.
Hubo nuevo general: tomó el mando el general Serrano, el propio presidente del poder ejecutivo, y el ejército aumentó en más de 10.000 hombres y 60 cañones. En total, Serrano disponía de 48 batallones, unos 35.000 soldados, frente a los 28 batallones carlistas, unos 15.000. Estos emplearon una nueva técnica, que sería después estudiada e imitada. Al comprobar los desastres que les provocaba la artillería, excavaron trincheras, bien trazadas: ocultaban hasta la cabeza a los soldados y estaban dispuestas de forma que cruzaban los fuegos, una táctica bien diseñada.
A finales de marzo tuvo lugar la segunda batalla de Somorrostro. Previamente, el 20 de marzo hubo un intento de desembarcar a 9.500 hombres en Algorta, que, de lograr su propósito, avanzarían por la margen derecha de la ría, en un movimiento parecido al de Espartero cuatro décadas antes. No se produjo el desembarco, lo impidió el mal tiempo.
Así que el siguiente enfrentamiento fue la batalla de San Pedro de Abanto, la más dura de la guerra. Los liberales querían tomar el centro de las defensas carlistas (San Pedro de Abanto), para dividirlas en dos. El ataque arrancó al amanecer del 24 de marzo, cuando disparó la artillería liberal, desde el mar y desde de tierra. Avanzaron los tres cuerpos del ejército liberal. Siguieron tres días de lucha encarnizada, con combates muy sangrientos y sucesivas oleadas liberales, contenidas por los carlistas, ambos con muy altos costes, más los primeros. Se habló de 8000 bajas y los muertos se contaban por miles, que se enterraron en una tregua en fosas abiertas en el mismo campo de batalla. Los combates de los días 25, 26 y 27 del marzo fueron una sangría, que terminó porque el día 28 la niebla impidió continuar. «Fue un día de horror y luto», escribió un diario carlista refiriéndose al 27. Se disparaba a poca distancia y la mortalidad era enorme. Se habló de valor, y sin duda lo hubo, pero «los soldados no querían seguir y fue preciso que los oficiales sacaran sus espadas y obligarles, pues sabían que iban en busca de la muerte». Tras tantos esfuerzos y sacrificios de hombres y material, los liberales conquistaron poco terreno, con muy poco valor estratégico.
Continuaba el sitio de Bilbao y los liberales hubieron de pensar una nueva estrategia. Los carlistas, por su parte, habían resistido, pero distaban de estar eufóricos. El 28 de marzo se reunió en San Salvador del Valle su estado mayor y constató el desgaste del ejército, que no podía reclutar nuevas tropas ni reponer el material. Incluso Don Carlos era partidario de retirar las tropas de Somorrostro, pero se impuso la minoría de los generales que querían mantener el sitio (los más veteranos: Elío, Andéchaga y Berriz). Entendían que la victoria carlista requería la toma de Bilbao, obsesión que a la postre fue «el sepulcro del carlismo», que había rechazado los tanteos gubernamentales para llegar a un acuerdo.
Durante casi un mes no hubo nuevas ofensivas liberales, sólo tiroteos ocasionales desde los dos lados del frente. Bilbao vivía sus peores momentos. La prensa liberal llamaba a la calma y recomendaba «cautela, confianza y esfuerzo». Aseguraba que procediendo paulatinamente el ejército gubernamental «mantiene la constante superioridad de lo que (...) es un verdadero ejército, que cada día gana en solidez, en número, en recursos y en espíritu; sobre lo que es en realidad una aglomeración de fuerzas muy desiguales y heterogéneas», que resistía porque combatía en las montañas y no en terreno llano, donde no aguantarían una hora.
El desenlace de estos acontecimientos se produjo un mes después.
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