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Liboria, la joven que mató a palos a su padre

Liboria, la joven que mató a palos a su padre

Tiempo de historias ·

Emeterio, violento y «muy avaro», murió tras ser atacado por su hija con un tizón. «Yo sola lo hice», aseguró ella, aunque esa era su cuarta versión

Domingo, 21 de agosto 2022, 01:09

No cabe mucha duda de que, hoy, a Emeterio Larrinaga lo llamaríamos maltratador, pero ese concepto era radicalmente ajeno a la sociedad de 1890. Los periódicos de la época describieron al vecino de Orozko, víctima de uno de los crímenes que más impresionaron a los vizcaínos de finales del siglo XIX, a través de rodeos que trataban de combinar el lado bueno y el lado malo de su perfil: era «de genio vivo y carácter dominante, pero muy laborioso y trabajador», según 'La Correspondencia de España'. Sin embargo, las dos palabras más reveladoras sobre el asunto las pronunció su viuda desde el banquillo de los acusados, como respuesta a otras tantas preguntas del fiscal. María Antonia Iturriaga lo dijo en euskera, porque no sabía castellano, y un sacerdote ejerció de intérprete.

– ¿Tenía mal genio el marido?

– Sí.

– ¿Le rompió alguna costilla una vez?

– Sí.

Hubo otro diálogo similar, que desde nuestra perspectiva resulta todavía más estremecedor. Lo mantuvo María Antonia con un reportero del periódico 'El Porvenir Vascongado'.

– ¿A usted le pegaba el marido?

– Algunas veces, pero yo tenía la culpa.

El 28 de septiembre de 1890, a eso de las seis de la mañana, María Antonia salió dando grandes voces a la puerta de la casa del barrio de Aranguren que compartía con su esposo, Emeterio, y la hija menor de ambos, Liboria, una chica de 25 años que trabajaba en una fábrica de tejidos del valle y solía ayudar en las labores del campo. Según relató la mujer, había dejado a su marido en la cocina, después de servirle una copa de aguardiente, y se había marchado a recoger unas calabazas y unas vainas en una huerta cercana. Al volver, se lo había encontrado ensangrentado, con varios golpes en la cabeza, más muerto que vivo. Emeterio acabaría falleciendo treinta horas después.

En realidad, todo lo que sabemos sobre la muerte de Emeterio salió de la boca de Liboria Larrinaga, que fue cambiando su versión de los hechos a medida que pasaban los días. Primero relató que, alrededor de las cinco de la mañana, un desconocido había entrado en su casa y, hablando en euskera, le había pedido fuego. Ella lo había dejado pasar a la cocina, donde estaba el padre, y ya no tenía más conocimiento de lo que había ocurrido entre ellos. Según la descripción que publicó 'El Nervión', el misterioso personaje «llevaba traje negro, colgada del hombro una escopeta, barba crecida como uno o dos dedos de larga, boina y debía calzar alpargatas». María Antonia, la madre, se refirió a él como «un demonio con barba».

El arca y el puchero

Al día siguiente, el relato de la joven de Orozko era otro. Su padre había estado revisando los ahorros que guardaba en un arca y había echado en falta cien reales, es decir, veinticinco pesetas. Las dos mujeres le explicaron que necesitaban dinero para la compra y él, entonces, las acometió con su habitual agresividad, pero madre e hija se defendieron, la primera con un palo y la segunda a puñetazos. Todavía hubo un tercer planteamiento, en el que el culpable del crimen era un vecino de la familia y supuesto novio de Liboria, el joven carbonero Juan Zaballa, que pasó un tiempo en la cárcel a causa de esta acusación. Pero Juan, que siempre negó el vínculo amoroso con Liboria, llevaba tres semanas trabajando en el monte cuando ocurrieron los hechos.

– La habrá usted desairado en alguna ocasión –le comentó al muchacho el periodista de 'El Porvenir'.

– No, señor.

– ¿En algún baile o en alguna romería?

– ¡Si no sé bailar!

En la versión que prevaleció, la única responsable era Liboria, que habría utilizado como arma un tizón. «Yo sola fui. Era muy avaro, nunca quería darnos dinero, nos regañaba mucho a mi madre y a mí y a veces nos pegaba. En la mañana del día 28, que era domingo, me dijo el padre que le faltaban cinco duros del arca; preguntó que dónde estaban y yo le dije que no los tenía, que estaría equivocado, que no faltarían. Se enfadó: estaba sentado al lado de la chimenea, cogió un leño y me amenazó; entonces, yo cogí otro y le pegué un palo en la cabeza. Después me acaloré y le di cuatro o seis más», detalló en su conversación con el reportero. Luego, en el juicio –que se celebró en abril de 1892, ante «gran número de distinguidas señoras y señoritas»–, alteró ese testimonio y aseguró que el enfado de su padre se había debido a que el puchero no estaba puesto a la lumbre.

En principio, el fiscal sentó en el banquillo a la madre y la hija. «Ambas son pequeñas de estatura, de fisonomía simpática, y visten de luto, con sayas y chaquetas de percal y pañuelos de ídem a la cabeza», las retrató el cronista de tribunales de 'El Noticiero Bilbaíno'. En sus conclusiones definitivas, el ministerio público retiró la acusación contra María Antonia y culpó del parricidio a la hija: «La consideramos perversa, con falta de sentido moral, y eso no se cura en un manicomio, como no se cura con la terapéutica, sino con el castigo que le impondréis», se dirigió al jurado. El veredicto fue de culpabilidad y Liboria acabó condenada a reclusión perpetua y destinada al penal de Alcalá.

Orozko, 1890

En la sentencia de Liboria y «en atención a su sexo», se sustituyó la cadena perpetua por reclusión perpetua. ¿La diferencia? La primera se cumplía en Canarias, África o ultramar, haciendo «trabajos duros y penosos» y, según el Código de 1870, con «una cadena al pie, pendiente de la cintura».

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