Julio de 1873: Desembarco de armas en Ispaster
Segunda Guerra Carlista ·
La descarga en la playa de Ogeia de 2.600 fusiles y munición para los carlistas vizcaínos fue celebrada con bailes en Lekeitio y un Te Deum en GernikaSecciones
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Segunda Guerra Carlista ·
La descarga en la playa de Ogeia de 2.600 fusiles y munición para los carlistas vizcaínos fue celebrada con bailes en Lekeitio y un Te Deum en Gernika«El Gobierno no enviará por ahora tropas al Norte en la eventualidad de que tenga que acudir a otros puntos donde se presentan insurrecciones tan temibles como la carlista». En julio de 1873 la imagen del Gobierno de la República en su lucha contra ... esta insurrección era caótica. Había estallado definitivamente en diciembre y desde mayo, tras la acción de Eraul -un enfrentamiento abierto con triunfo carlista-, sin duda el País Vasco vivía en estado de guerra.
El Gobierno, al que también le estallaba la sublevación cantonal, se encontraba sin medios. Mientras, en las provincias vascas se iban levantando partidas carlistas. Bilbao, «huérfano de guarnición», movilizó voluntarios para defender la villa. Los liberales bilbaínos se quejaban. «Lo que está sucediendo en Vizcaya -publicaba 'Irurak Bat'- no tiene nombre. Nuestros temores de que la facción creciera de una manera muy seria, al considerar la ineficacia […] del ejército para batir a las pequeñas partidas o impedir cuando menos que crecieran, con una activa persecución, se han realizado». Tenían razón sobre la inoperatividad gubernamental.
A comienzos de verano se producían golpes carlistas, reacciones liberales puntuales, enfrentamientos dispersos y ninguno decisivo. Los carlistas se hacían con las pequeñas poblaciones y las áreas rurales, quedando reducido el liberalismo a las principales ciudades. Interrumpieron el tráfico ferroviario y el telégrafo. El Gobierno apenas tenía buques para controlar la costa.
Parte de la población aún minusvaloraba la guerra. Aseguraban que en Santander cabía disfrutar del verano, una actividad aún muy minoritaria. O en Castro Urdiales: «Se disfruta allí de gran paz y una buena temperatura, lo cual hará qué concurran a aquella hermosa playa una porción de personas acostumbradas a veranear».
¿El estallido bélico era una cuestión menor y cabía alguna normalidad? Lo mismo se sentía en la villa: «Algunas familias acomodadas de Bilbao han renunciado a salir en coche por los alrededores de la capital por miedo a las facciones carlistas». En el fondo, eran trastornos menores; nadie diría que un año después Bilbao viviría un sitio durísimo.
La insurrección se consolidaba. Varias partidas carlistas recorrían los pueblos, lograban recursos económicos y reclutaban tropas. En esto, esta guerra tuvo una dinámica diferente a la primera. La tensión ciudad-campo describe el antagonismo general, pero las realidades sociales eran más complejas. En el bando carlista hubo, además de campesinos, grupos urbanos, 'voluntarios' de don Carlos que salieron de Vitoria o Bilbao. Esta voluntariedad no siempre se dio en el campo, donde hubo leva forzosa y algunos campesinos escaparon, para huir del carlismo y de la guerra.
Aun así, a comienzos del verano de 1873 impactó en Bilbao la noticia de que Cástor Andéchaga, destacado brigadier carlista de la primera guerra, que vivía retirado en San Salvador del Valle, ya de 70 años, se volvía a movilizar por el carlismo. Su alocución a «los valientes encartados» era rotunda: «La tea incendiaria que el horrible liberalismo, empieza a pasearse […] sembrando de ruinas y de sangre… Pero no es suficiente que esas humeantes ruinas, esa Religión, esos fueros y esas costumbres os arranquen lágrimas». Había que reaccionar para que se restaurase «la justicia» y «la civilización». Movilizó en las minas y las Encartazciones unos 800 hombres.
Tras Andéchaga, «unos doscientos hombres se calcula que pasaron el sábado las lanchas de Portugalete, abandonando los trabajos mineros para ir a la facción». La conclusión bilbaína era deprimente: «es pasmosa la puntualidad con que acuden los mozos a llamamiento desde los puntos más distantes». Andéchaga organizó una leva general en las Encartaciones -hombres entre 18 y 40 años, incluyendo casados-, y promovió la ruptura de los puentes de Burceña, Zaramillo y Luchana, entre otros. Llegó a entrar en Portugalete, sorprendiendo a 150 bañistas que allí veraneaban, como si no hubiera guerra o fuera muy lejana.
En julio la insurrección se asentaba. Además, saltaban problemas en el bando gubernamental, donde algunos temían una «insurrección» de los «republicanos federales», cuyas tropas acusaban de «traidores» a los demás liberales. «La disciplina militar se hallaba completamente relajada», resumía Guiard para Bilbao. Había también disensiones carlistas, pero abundaban las partidas, aunque dispersas y mal armadas.
A mediados de julio se produjeron casi a la vez dos acontecimientos importantísimos: los carlistas consiguieron armas y Carlos VII entró en España.
Los carlistas tenían poco armamento, lo que limitaba su movilización; en principio, establecieron que solo saldrían al campo fuerzas con armas. Estaban las que eran de su propiedad, las que pudieran meter de contrabando o conseguir tras algún enfrentamiento afortunado. No era suficiente -más adelante fabricarían armas-. Para apuntalar militarmente la insurrección necesitaban fusiles y munición.
El exdiputado irunés Tirso Olazábal se encargó de conseguirlos. En abril logró comprar en Versalles una buena cantidad, restos de la guerra franco-prusiana de dos años antes. Compró 11.000 fusiles y 2 millones de cartuchos. Había armamento para organizar batallones. También el problema de traerlo al País Vasco, pues lo impediría Francia de advertir que se destinaba a la rebelión que había estallado en España. Olazábal aseguró que iban a Inglaterra, a donde se enviaron por mar. Los carlistas contaban con dos embarcaciones: el velero 'Queen of the Seas' y el yate de vapor 'Deerhound'.
Oficialmente, las armas salieron de Inglaterra en el velero consignadas hacia Alejandría. En altamar 3.000 fusiles y 200.000 cartuchos fueron transferidos al 'Deerhound', que trajo a la costas vasca los primeros alijos de armas carlistas. El desembarco se produjo entre el 14 y 15 de julio en Ogeia, Ispaster, en una operación bien coordinada -aunque se ahogó «un mozo» y se perdió una caja de armas- y protegidas desde la costa por unos 1.200 guerrilleros carlistas, de la partida de Sebastián Gorordo, más adelante conocida como Batallón de Munguía. El primer alijo se dirigió a Bizkaia porque lo compraban las autoridades carlistas del Señorío. Unos días después, habría otro desembarco junto al cabo Higuer, por cuenta de los navarros.
La prensa liberal explicaba que en Lekeitio «hubo celebración de este feliz desembarcó baile, iluminación y fuegos artificiales». El día 15 un Te Deum carlista celebró en Gernika la llegada de las armas. No resultó cierto el rumor de que habían llegado 8.000 fusiles. Fue más atinado el primer cálculo liberal de que habían sido 2.600.
Había indignación liberal en Bilbao por la facilidad con la que habían llegado las armas. Aumentó cuando se supo que por Zornoza pasó un convoy de unas sesenta carretas «cargadas de fusiles y municiones». En Vizcaya pudieron organizarse 14 batallones de 500 hombres cada uno. Eran fusiles Remington, modernos, aunque con la dificultad de dar respuesta, por tropas poco entrenadas, al rápido consumo de cartuchos derivado de la retrocarga.
Casi simultáneamente, el 16 de julio Carlos VII entró en España. Lo hizo por Zugarramurdi y se dirigió hacia Vera, dónde fue acogido con entusiasmo por las fuerzas carlistas, que le aclamaron como rey. Algunos liberales quisieron quitar importancia a la llegada de Carlos VII, como 39 años antes hicieron con la de su abuelo -era sólo «un faccioso más»-, pero, como entonces, levantó la moral carlista «con resultados inmediatos».
El dominio territorial comenzaba a ser de los «facciosos». El bando carlista comenzó a realizarse al modo de un Estado. Con todo, sorprende que al organizar la insurrección, mantuvieron la dispersión en vez de la unidad de decisiones. Hubo más desembarcos de armas, pero llegaban según las peticiones de las distintas autoridades territoriales del carlismo, en vez de canalizarlas según una evaluación colectiva.
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