Isidoro, el andarín que caminó de Bilbao a Rusia
En 1905. ·
Su propósito era dar la vuelta al mundo, algo que ya había hecho en barco, pero la revolución contra los zares le obligó a interrumpir su viajeEn 1905. ·
Su propósito era dar la vuelta al mundo, algo que ya había hecho en barco, pero la revolución contra los zares le obligó a interrumpir su viajeLos trotamundos despertaban fascinación a principios del siglo XX. Cada vez que uno llegaba a Bilbao, los periódicos daban cuenta de los pormenores de su aventura: se trataba de personajes sugerentes como el conde serbio Raitchevitch, que aprovechó su estancia en la villa en 1917 ... para pronunciar «algunas conferencias de vulgarización científica», o el italiano Viglietti, que apareció por aquí con sus «luengas barbas blancas» en 1915, cuando ya llevaba catorce años de caminata, o los misteriosos madrileños Otto y Karelli, que ocultaban su auténtica identidad y nos visitaron en 1907. Antes que ellos, en 1905, se presentó en la capital vizcaína el francés Charles Millot acompañado de su perro Marquis: el periodista parisino llevaba recorridos más de 50.000 kilómetros y aspiraba a dar la vuelta al mundo para ganar una apuesta de 25.000 francos, aunque su itinerario era lo más alejado de una línea recta que uno podría imaginar.
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Seguramente el paso de Millot tuvo algo que ver con la súbita vocación andariega de Isidoro Loza, que había nacido en la localidad riojana de San Vicente de la Sonsierra pero residía desde los 4 añitos en Bilbao. El francés cruzó Bizkaia a principios de julio de 1905 y, tan solo unos pocos días después, Loza anunció sus planes de emprender también la vuelta al mundo a pie. El «nuevo tourista», como lo presentó 'El Nervión', tenía 33 años, se había quedado viudo recientemente y presentaba un rasgo muy singular: en realidad ya había viajado alrededor del planeta en una ocasión a bordo del Nautilus, el buque-escuela de la Armada, bajo el mando del legendario marino asturiano Fernando Villaamil. Uno podría recelar de ese dato, pero no, ahí está su nombre, Isidoro Loza Aguirre, en el rol que incluyó el capitán Villaamil en su libro 'Viaje de circunnavegación de la corbeta Nautilus'. Según especificó la prensa, su cargo a bordo era el de repostero de oficiales.
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El impetuoso 'globetrotter' le expuso sus intenciones al periodista Eladio Albéniz, que llevaba en el diario logroñés 'La Rioja' una sección titulada 'Vasco-riojanas'. «El dar la vuelta al mundo a pie y sin dinero va ya constituyendo un mal bastante contagioso, que sabe Dios las víctimas que puede llegar a causar», planteaba el irónico Albéniz. «Soy viudo, no tengo hijos y he resuelto marcharme por esos mundos de Dios», resumía el propio Loza, que también presentaba a su compañero de viaje, un perro llamado Cadenas: «No lo llevo para que me guarde el dinero, pues me propongo hacer el viaje sin una peseta. A fin de sacar para comer, me dedicaré a la venta de tarjetas postales con mi retrato», puntualizaba, y como muestra entregó al periodista una fotografía en la que aparecía «en camiseta de listas de colores, de medio cuerpo, con una cruz del mérito militar pendiente del pecho, bigote, mirada inteligente y franca y rostro de riojano neto». Albéniz siempre tenía alguna salida ocurrente: «De manera que ha dado usted la vuelta al mundo por agua y ahora se propone usted darla por tierra. Allá usted, pero a mí se me antoja que, siendo de San Vicente, lo natural hubiera sido que pretendiera usted darla por vino».
Loza partió el 20 de julio desde El Arenal, «ante numeroso gentío». Eran tiempos de comunicaciones lentas, así que el avance de su viaje se seguía en diferido, a medida que Albéniz iba recibiendo noticias suyas por correo. Por desgracia, esas misivas se fueron espaciando a medida que Loza se alejaba. Desde San Sebastián contó que en Amorebieta lo habían acogido muy bien y que el alcalde había corrido con los gastos de su estancia; desde Baiona envió un recorte de prensa en francés que presentaba su peripecia; en Tours se quejaba de que el último tramo del viaje le estaba resultando «pesado y molestísimo», porque no paraba de llover.
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Tuvo algún encontronazo con salteadores («¡anda tanto bruto y tanto malvado por el mundo!», lamentaba), pero el momento más delicado lo vivió en las montañas alemanas, cuando Cadenas se enfrentó a un jabalí. «Me hubiera quedado sin perro si no ando listo, pues podía más que el Cadenas, y visto esto saqué mi revólver de la cartera y, a boca de jarro, le di un tiro que bastó para que yo le cortara las orejas y con ellas me dirigí al pueblo», relató días después desde Berlín. Las autoridades municipales le premiaron con quince marcos y los lugareños le agasajaron «con cigarros y cerveza». El pobre perro se llevó un buen mordisco, pero como compensación «le llenaron la tripa para diez días». En aquella carta, que se publicó en noviembre, Loza agradecía que solían acogerlo muy bien, que rara vez tenía que dormir al raso o en los pajares y que había vendido ya más de siete mil tarjetas postales. Y se despedía con unas coplillas que incluían la siguiente estrofa:
«También dicen que los rusos
no me dejarán pasar;
siendo la frontera grande,
por algún sitio he de entrar».
Pero no fue así. Parece que, en un imperio ruso sacudido por la Revolución de 1905, las fronteras estaban muy vigiladas. Loza decidió cambiar de ruta y dirigirse a Inglaterra, con el propósito de embarcar allí hacia América, pero pronto se rindió. «El intenso frío de las costas del Báltico y la falta de alimentación le hicieron enfermar y tuvo que embarcarse de vuelta a España», recogió 'El Cantábrico'. «El tiempo es duro y la vida muy digna de ser conservada», filosofaba 'La Rioja' en febrero de 1906. Eso sí, en mayo de aquel año visitó un lugar muy especial: pasó por San Vicente de la Sonsierra, el pueblo que no pisaba desde los 4 años, y la localidad brindó un recibimiento entusiasta a «su intrépido y simpático hijo».
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