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Los cuatro hermanos Urquiola: Manuela, Esteban, Juliana e Isabel, rodeando a su madre Sebastiana de Estala.
Isabel y Manuela Urquiola, exploradoras de África

Isabel y Manuela Urquiola, exploradoras de África

Tiempo de historias ·

Esposa y cuñada respectivamente de Manuel Iradier, las dos jóvenes acompañaron al africanista vitoriano en su viaje a través de 2.000 kilómetros de ríos y montañas en Guinea. Su gloria no fue compartida: ellas, pese a vivir las mismas desventuras, apenas aparece en sus escritos

Miguel gutiérrez garitano

Jueves, 20 de octubre 2022, 19:01

Miguel Gutiérrez-Garitano es presidente de la Sociedad Geográfica La Exploradora

Solamente existen dos fotografías de Isabel Urquiola y Estala, esposa del explorador vitoriano Manuel Iradier, de las cuales solo una corresponde a su edad adulta. Gracias a eso sabemos que era delgada, morena y —tal vez por las penas que padeció— que el suyo era un rostro sombrío y severo. Fue una de las primeras mujeres españolas en convertirse en exploradora de África acompañando a su marido en su primer gran viaje a Guinea Ecuatorial.

Su decisión data de cuando, en 1874, en plena Guerra Carlista, Iradier informó a su familia y amigos de que en un par de meses partía para África. Recibida la noticia, no hubo forma de que la joven Isabel, su novia todavía, cambiara la decisión que tomó de forma inquebrantable: acompañaría a su amado a Guinea. Ni Iradier, ni la familia de la chica pudieron hacerle cambiar de opinión; todo lo contrario, para estupefacción de los Urquiola y del propio explorador, una de las hermanas de Isabel, Manuela, decidió unirse a la aventura; tenía 18 años.

Los dos jóvenes se casaron apresuradamente en la parroquia de San Pedro de Vitoria en noviembre de 1874. Aunque desaprobaba su presencia, el explorador tuvo que partir a Guinea acompañado de las hermanas Urquiola: «Pero ligadas a mi destino —dejaba anotado— venían dos compañeras infatigables a quienes ni las razones más poderosas, ni los consejos más prudentes pudieron hacer desistir de su empeño en acompañarme. Sobre mí caería la responsabilidad de todo aquello que les sucediese y, no teniendo más remedio que aceptarla, no podía menos que estar inquieto y pensativo».

Mediciones climáticas y térmicas

Isabel y Manuela Urquiola trabajaban en la panadería de su padre cuando Manuel las conoció. Eran las hermanas pequeñas de uno de sus amigos de la sociedad geográfica La Exploradora -asociación fundada por el propio Iradier-, el futuro médico Esteban Urquiola. Es más que probable que los jóvenes se conocieran en el seno de alguna excursión o reunión en el Instituto de Segunda Enseñanza de Vitoria. Isabel, que tenía la misma edad que Manuel -había nacido un día antes-, quedó prendada de aquel chico soñador que era tan hábil contagiando proyectos e ilusiones a todos sus compañeros. Y así, ambas biografías quedaron ligadas.

Respecto a la actividad de las dos mujeres durante el primer viaje de Iradier, la escritora Cristina Morató informaba en su libro Las reinas de África: «Isabel y Manuela no se limitaron a acompañar al explorador vitoriano y cuidarle durante sus largas convalecencias, le ayudaron también en sus investigaciones realizando a diario mediciones meteorológicas en el islote de Elobey Chico. En este pedazo de tierra de apenas novecientos metros de largo y doscientos de ancho anclado frente a la desembocadura del río Muni, alejadas de la civilización, sin agua potable y con un clima tropical malsano, pasaron buena parte del tiempo solas, viviendo con desesperación las largas ausencias del inquieto explorador, totalmente entregado a sus estudios».

El explorador y africanista Manuel Iradier (1854-1911).

Manuel Iradier Urquiola, el hijo que tuvieron Isabel y Manuel años después, describía en su diario los afanes de su madre por asistir a su cónyuge: «Con paciencia religiosa –escribió-, registra cada tres horas los aparatos del observatorio, renueva los secantes a las plantas, guarda los insectos, pasa a limpio las notas de viaje y con fe inmensa domina el dolor de ver partir a su esposo a lo desconocido muchas veces». Mientras las chicas realizaban este ímprobo trabajo, Manuel Iradier exploró los afluentes del río Muni, mapeando por primera vez esta región y escribiendo un libro -África Tropical- que es hoy una joya histórica y antropológica. Pero la vida en la pequeña isla de Elobey, donde en realidad las chicas tenían la compañía de algunos comerciantes europeos y sus familias, aunque dura, no dejó de ser una emocionante aventura comparado con la tragedia que les esperaba en Fernando Poo y que ya no les abandonaría nunca.

Pérdidas, desamor e infidelidad

Al final del primer viaje de Iradier a África Isabel vio extinguirse la vida de su hijita, la pequeña Isabela. Que nació mientras el trío de vitorianos se recuperaban en Santa Isabel de Fernando Poo de la malaria contraída en el continente. Isabel regresó a Vitoria con la salud mermada de por vida y a los pocos años perdía por enfermedad a sus hermanos Esteban y Manuela. En 1899 moría su segunda hija, Amalia que, igual que uno de sus tíos paternos, se suicidó tirándose por un balcón. Al parecer, Isabel culpaba a Manuel de muchas de sus desgracias, y ya en la cuarentena, vivían y dormían separados, lo que provocó un paulatino acercamiento entre el único hijo que le quedaba a la pareja, Manuel Iradier Urquiola (nacido en 1888) y su padre.

El hijo siempre estuvo a favor de su padre, e incluso justifica en sus escritos que este le fuera infiel a su mujer con su ayudante Petra. De su madre dijo que «nunca supo apreciar ni comprender al hombre genial sino a través de los resultados prácticos, egoístamente, y como éstos no aparecían en forma de bienestar económico, lo demás, talento y bondad, le tenían sin cuidado, y así fue para él, arisca, pesimista y acusadora».

El único retrato que se conserva de Isabel Urquiola y Estala en solitario.

Gloria no compartida

Pero los hechos sugieren que la acusación del hijo no es del todo justa. En el seno de su primer viaje a Guinea, Manuel Iradier fue envenenado por los nativos y estuvo por ello perdido en la espesura durante varios meses; según los escritos de Manuel Iradier hijo, ante la ausencia de su marido, Isabel Urquiola «lo considera muerto. Recoge instintivamente como reliquias aquellas colecciones y trabajos y decide partir en su busca con la única esperanza de morir más cerca de él… Por fin Dios interviene y regresa Iradier como un espectro viviente. La prueba ha sido tal que Isabel encanece súbitamente a los 21 años». La anécdota consignada por el hijo da cuenta del coraje de esta desdichada joven.

Dotado de una mente quimérica, Manuel Iradier era para la sociedad alavesa de su época, inmóvil y un tanto pacata, algo así como un extraterrestre. Era tan insólito como inadaptado, lo que mermó mucho su capacidad para sacar adelante a su familia, tanto en el plano económico como en el anímico. Además, la gloria que buscaba Iradier era una gloria no compartida. Isabel Urquiola, a pesar de haber sufrido, junto con su hermana, las mismas desventuras que su marido, apenas aparece en sus escritos (aunque en ellos Iradier reconoce el papel de sus compañeras en labores accesorias, como la toma de mediciones y observaciones). De cualquier manera, ambos, marido y mujer, habían sufrido de forma casi inhumana. Muerto Iradier y enterrado en Valsaín, Isabel –que había nacido un día antes que su marido- también le acompañó en esta ocasión, falleciendo a los 27 días. Ni siquiera descansan en la misma tumba.

Los desconocidos Urquiola

Las biografías que tratan la figura de Iradier son parcas, por lo general, en datos que informen sobre la familia de su esposa Isabel Urquiola. De Domingo Urquiola y Sebastiana Estala, naturales de Elosu y Segura respectivamente y que poseían en Vitoria una panadería, nacieron cuatro hijos: Esteban, Isabel, Manuela y Juliana. El primero fue un gran amigo de Iradier, imprescindible en sus excursiones por Álava en los tiempos que ambos estudiaban en el Instituto de Segunda Enseñanza. Sabemos que estudió Medicina y que murió por enfermedad –probablemente cáncer- antes de los treinta en 1879.

Manolita Urquiola, que está enterrada en el cementerio de Santa Isabel de Vitoria, falleció a su vez -en 1880- a los 24 años debido a las fiebres contraídas en África. De la tercera hermana, Juliana, apenas sabemos nada. Muchos autores la han confundido con Manuela y han bautizado a Esteban como Enrique. El origen del error es una anotación en el diario de Iradier facturado tras su regreso del primer periplo guineano, en el que afirma haber invitado a comer a «Enrique, Juliana e Isabel».

Se trataba, en realidad de Enrique Irabien Larrañaga -soldado e inseparable de Iradier- que había sido amigo también del pobre Esteban Urquiola y de sus hermanas. Y Juliana –que nunca pisó Guinea- era la última de las hermanas, aparte de Isabel, que sobreviviría al infortunio de los Urquiola. Esteban y Manuela para entonces ya habían pasado a mejor vida. Respecto a Isabel, pereció el 16 de septiembre de 1911 en Madrid, donde hoy descansan sus restos.

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