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Langarica recibe los ánimos de un aficionado. Cecilio
La heroica Vuelta a España del vizcaíno Dalmacio Langarica

La heroica Vuelta a España del vizcaíno Dalmacio Langarica

Tiempo de historias ·

En el tenebroso ambiente de mayo de 1946 las noticias deportivas eran el remedo de una normalidad cotidiana que no acababa de arraigar. El seguimiento de aquella prueba ciclista fue masivo

Viernes, 2 de septiembre 2022, 00:36

La victoria de Dalmacio Langarica en la Vuelta a España de 1946 fue una sorpresa, salvo para los aficionados bilbaínos que al de pocos días de empezar la carrera aseguraron que iba a ganar. Tal y como fueron las cosas, no era un pronóstico fácil. Fue una victoria muy complicada por la competencia, la dureza del trazado, la meteorología y los problemas de equipo.

Nunca un ciclista vizcaíno había ganado una competición tan importante. Cuando la Vuelta pasó por Bilbao era el momento álgido de la disputa por el liderazgo y los apoyos fueron multitudinarios.

Las crónicas de aquella Vuelta producen una sensación extraña. España vivía los apuros económicos de la posguerra y el final la segunda guerra mundial. Las noticias del ciclismo se entremezclaban con las de los juicios de Nuremberg, la ejecución de algún nazi o las primeras tensiones entre Estados Unidos y la URSS. La ONU discutía sobre la dictadura franquista y el régimen escenificaba apoyos a Franco.

En el tenebroso ambiente de mayo de 1946 las noticias deportivas eran el remedo de una normalidad cotidiana que no acababa de arraigar. El seguimiento de la Vuelta fue masivo. Terminó en el estadio metropolitano de Madrid y acudieron más de 50.000 personas, no cabía un alma más, si bien la palma en las aglomeraciones la tuvo Bizkaia.

De Ochandiano

Dalmacio había nacido en 1919 en Ochandiano. Tras la guerra los Langarica vivieron en Bilbao. En 1944 Dalmacio empezó a competir. Al año siguiente ganó la vuelta a Guipúzcoa y fue campeón de España de Montaña, título que repitió en 1946. Era la sexta vez que se corría la Vuelta a España. Las dos primeras ediciones, 1935 y 1936, durante la República, las ganó del belga Deloor. Tras la guerra, en 1941 y 1942 se corrieron otras dos rondas, ganadas por Berrendero. Por los apuros del momento, volvió a suspenderse los dos años siguientes. Se retomó en 1945, con la victoria de Delio Rodríguez.

El itinerario de la vuelta era durísimo. Se corrían 3.836 kilómetros, 600 más que la actual. Sin embargo, las etapas resaltaban mucho más largas. Con las carreteras y bicicletas de la época, la velocidad era muy inferior a la actual (27, 7 kms/h fue la media del vencedor). Eran habituales las etapas de siete u ocho horas de esfuerzo.

Carreteras penosas

El estado de las carreteras, penoso, se correspondía con las penurias de la posguerra. Sólo algunas estaban bien asfaltadas. Sucedía en Vizcaya, pero los ciclistas se quejaron de que el asfalto les molestaba a los ojos, no explica la prensa por qué. Eran frecuente los comentarios de este tipo: «la carretera está muy estropeada y chaparrea en abundancia»; hoy los ciclistas han vencido «al macadán y el pedrusco» (el macadán era un firme que tendía a deshacerse), «una longaniza más o menos asfaltada». Había tramos de adoquines y muchas carreteras estaban mal bacheados. Eran muy frecuentes los pinchazos y las roturas de bicis, que los ciclistas debían arreglar o esperar al camión-taller.

Dos coches portan pancartas de ánimo a Jesús Loroño y Dalmacio Langarica durante la Vuelta a España de 1946. CECILIO

Salieron 48 ciclistas. Algunos iban encuadrados en equipos y otros eran «corredores individuales». Hubo dos equipos españoles: Galindo (una marca de tubulares), en el que estaba Langarica, y Pirelli. Además, había tres equipos extranjeros: holandés, suizo y portugués. Hubo dos contrarrelojes por equipo.

Langarica destacó enseguida. Lo perdió luego, pero se hizo con el liderato en Cáceres. Por la mañana se había corrido la primera contrarreloj por equipos y por la tarde la etapa Béjar-Cáceres fue épica. «Pocos poblados, carretera descarnada e incesante lluvia contribuyen a la dureza». Hubo tormentas, ráfagas de viento huracanado, «la lluvia se convertía a veces en diluvio». Martín, que había pinchado cinco veces, cayó en la meta sin conocimiento. Hubo de pasar la noche en el hospital, donde logró recuperarse.

En esa etapa el Galindo todavía funcionó como un equipo, impulsado por Langarica, que sufría «el mal de rodilla»; la tuvo muy inflamada hasta que en Sevilla se la recuperó el doctor Castaños.

Por entonces el trazado de la prueba daba literalmente la vuelta a España, sin saltos entre ciudades. De Extremadura seguía por Andalucía, Murcia y Levante hasta Barcelona, para marchar por Zaragoza hasta el País Vasco y Asturias, de donde volvía a Madrid por León y Valladolid. Las etapas acababan en las ciudades, por lo que ninguna lo hacía en montaña, salvo la de Barcelona, donde Montjuich se subía cuatro veces tras correr 200 kilómetros.

Sin apoyo del equipo

Los problemas empezaron en Granada, cuando se hizo con el liderato Manuel Costa, un buen corredor catalán que corría por libre, sin equipo. En las etapas siguientes Costa comenzó a recibir el apoyo de una parte del Galindo –«aquí hay tomate», intuyeron los periódicos-, por amistad con corredores y a instancias del director, Masdeu. Los tres catalanes del Galindo colaboraban con Costa, mientras Berrendero y Delio Rodríguez, ya veteranos, iban por libre. Langarica acabaría quedándose sin apoyo del equipo.

Langarica perdía casi media hora, pero comenzó a ganar etapas (obtuvo ocho) y a recortar el tiempo. Fue decisiva la etapa Tortosa-Barcelona. Después de Tarragona se formó una escapada de cinco, entre ellos Langarica y Costa. Pinchó Langarica y le llevó tres minutos la reparación. En vez de esperar al pelotón -¿desconfiaba de que el Galindo le echase una mano?- decidió la persecución en solitario durante 80 kms. «Ha sido está la hazaña más meritoria que se ha hecho en la Vuelta». Alcanzó a los escapados al llegar a Barcelona y ganó en Montjuich.

Siguieron etapas de transición, a la espera de las montañas del norte. La etapa Zaragoza-San Sebastián la corrieron como un descanso y todos fueron sancionados con la pérdida de la mitad de las primas del día, por no alcanzar una velocidad mínima. Tardaron 11.30 horas y llegaron al Kursaal a las diez de la noche, con luz eléctrica.

Recibimiento a Langarica en Bilbao tras su triunfo en la Vuelta de 1946 Cecilio

La etapa San Sebastián-Bilbao fue espectacular. Subían Urkiola y Sollube. Según declaró después, para Langarica fue la más difícil, pues se le evidenció que corría contra su equipo. Se escapó con otros dos y la persecución corrió a cargo del Galindo y Costa. Este tuvo un accidente en Urkiola, cuando chocó contra un automóvil. Sustituyó una rueda que le cedió Olmos, del Galindo, lo que estaba prohibido: les descubrieron y sancionaron con diez minutos. La etapa terminó frente al museo. Ganó Langarica, que se quedó a menos de dos minutos del líder.

La clave fue, dos días después, la etapa Santander-Reinosa. El «coloso de Ochandiano» lanzó su ataque en el Escudo, al parecer contra las directrices de su equipo. Langarica distanció a Costa en cuatro minutos. Se convirtió en el líder de la Vuelta.

Un último incidente

En la contrarreloj de León, Langarica sacó ocho minutos a Costa, con lo que la distancia en la general era mayor que la sanción que éste había recibido. Se terminaron las habladurías sobre quién era el mejor. Langarica había ganado en todos los terrenos. En la montaña quedó a un punto del vencedor, pero fue porque cedió puertos a Emilio Rodríguez, para conseguir un aliado en la lucha contra sus compañeros de equipo.

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Aun hubo un incidente en la última etapa, cuando escapó Berrendero, con el consenso de que se le permitía ganar en Madrid. Aficionados bilbaínos avisaron a Langarica cuando le llevaba ocho minutos de ventaja, pues de seguir la progresión podría arrebatarle la general. Langarica aceleró y no hubo más problemas. El vizcaíno fue aclamadísimo. En Bilbao le prepararon un recibimiento multitudinario, como los del Athletic.

En Bilbao se entendió que la victoria de Langarica venía a compensar la temporada del Athletic, al que se le habían escapado Copa y Liga. Se hablaba también de la fortaleza de la escuela vizcaína de ciclismo, decían que formada en el ataque, la lucha, el pundonor y la valentía, de los que Langarica había hecho gala.

El ciclismo había arraigado en Bizkaia medio siglo antes y durante la posguerra servía para sostener los orgullos locales.

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