Borrar
La galerna de 1878 en Bermeo, tal y como apareció en un grabado de 'La Ilustración Española y Americana'. C.C.
La gran galerna del Sábado de Gloria

La gran galerna del Sábado de Gloria

Tiempo de historias ·

El 20 de abril de 1878 uno de los temporales más violentos registrados en el Cantábrico causó la muerte de 322 marineros, 132 cántabros y 190 vascos

Sábado, 20 de abril 2019

Al igual que este año, el Sábado Santo de 1878 cayó el 20 de abril. Aunque a diferencia de hoy, aquella jornada nada tuvo de vacacional para la mayor parte de la población, que se dispuso a trabajar como todos los días. La mañana era apacible, no solo en las costas vizcaínas, sino en las de todo el Cantábrico, por lo que los pescadores de todas ellas se hicieron a la mar en sus embarcaciones, lanchas o traineras, todas descubiertas, de madera e impulsadas a remo, con la ayuda en las más grandes de una vela. Nada indicaba que se iba a desencadenar la galerna más furiosa de la que se tiene memoria, un temporal que es recordado como el del Sábado de Gloria y que mató a 322 marineros, 132 cántabros y 190 vascos.

El «cataclismo», así lo denominó la prensa de la época, sorprendió a un país en reconstrucción, que se recuperaba de la última guerra carlista y que atravesaba una fuerte crisis económica. Como decía 'El Noticiero Bilbaíno', «¡ay! ¡En qué momentos tan críticos y anormales ha sorprendido a nuestro país esta nueva catástrofe, como si no fueran bastantes las que sobre él gravitaban...! Cuando nuestros pueblos están más esquilmados que nunca, no solo por la última guerra civil sino por otros sucesos posteriores; cuando una crisis comercial prolongada y general ha agotado muchos de los ahorros adquiridos por las virtudes de economía y de frugalidad de nuestros paisanos, en estos días sobreviene la manga de viento que acaba de sepultar en los abismos del mar a la mayor parte de nuestros honrados y laboriosos pescadores».

El mismo diario publicó el día después de la tragedia una detallada crónica anónima de lo sucedido, todo un alarde periodístico si se tiene en cuenta que sus redactores se las tuvieron que apañar para informarse mediante el telégrafo y de los «informes de viajeros» que llegaron de la costa el mismo día de la galerna. Según el periódico, el Sábado Santo había amanecido «con una bellísima y dulce temperatura, verdaderamente primaveral, reinando un a ligera brisa del Nordeste que convidaba a los pescadores a salir a dedicarse a sus faenas de pesca, y a bogar por el líquido y dormido elemento hasta alta mar». Así lo hicieron «casi todas las lanchas pescadoras de nuestros puertos». El tiempo comenzó a empeorar «sobre las once y media de la mañana». Cambió el viento, que empezó «a soplar del Sur, aunque suavemente». Así continuó hasta la una menos cuarto, «hora en que de una manera inesperada, sin señalarlo el barómetro, una manga de viento huracanado del Noroeste se dejó sentir con extraordinario ímpetu».

Como suele ser característico de las galernas, la temperatura bajó con brusquedad, «descendiendo de tal modo y tan repentinamente que no hubo intervalos graduales entre el calor y el frió». El viento arreció de forma inaudita, tanto que algunos medios del momento no dudaron en describirlo como «huracán». Según 'El Noticiero', «tan violento temporal» duró aproximadamente tres cuartos de hora. Suficiente para causar un «cataclismo»inaudito. «¡cuántas lágrimas, cuánto luto ha sembrado en nuestra s costas! ¡Pobres pescadores!», se lamentaba el periódico, que se hacía eco de un primer balance recopilado por la Comandancia de marina.

«De Bermeo faltan 14 lanchas con 106 pescadores, de los cuales son conocidos 88 ahogados (de ellos, 30 son de una misma calle) de Elanchove 5 lanchas, con 35 individuos ahogados, y de Lequeitio 8», decía el primer informe oficial. Los reporteros del diario bilbaíno se las habían arreglado además para averiguar que en Santander habían muerto 56 pescadores y que en San Sebastián se daba por desaparecidos a 5. Pero el mismo periódico advertía que las cifras iban a aumentar, dados los testimonios que había recogido. «Las noticias que ayer se recibieron dan detalles espantosos de ese triste acontecimiento», escribía el redactor, «pues varios viajeros que han venido de los pueblos de la costa nos aseguran que en algunas playas van apareciendo, barridos por las olas, los cadáveres de algunos náufragos, y hasta restos humanos separados». Dos días después, el 23 de abril, el mismo medio recogía que las bajas vizcaínas eran las siguientes: «95 víctimas de Bermeo, 49 de Elanchove, 6 de Lequeitio, 13 de Ondárroa y 2 de Algorta. Total, 165».

El 'Noticiero Bilbaíno' también consiguió hablar el mismo día de la galerna con el capitán de un vapor, el 'Itálica', que había conseguido atravesar el temporal pero que no pudo rescatar a tres pescadores desdichados de Castro Urdiales. El capitán Ansótegui «nos contó ayer con los ojos llenos de lágrimas» el episodio «tristísimo y desgarrador». El 'Itálica' fue sorprendido por la galerna «en frente de Castro. En un instantáneo y fugaz momento en que la densidad de la nube que lo envolvía aclaró un poco permitiendo distinguir los objetos del mar, vio no lejos del vapor una lancha volcada, y sobre ella tres hombres que con las manos levantadas al cielo pedían socorro. El Sr. Ansótegui dio inmediatamente una voz de consuelo a aquellos infelices náufragos, diciéndoles que ya les había visto» y que se dirigía a salvarlos. Aquél grito debió ser para ellos «la voz del ángel... pero ¡oh, suerte fatal! ¡oh, sino desgraciado!». El viento era tan fuerte que el barco de Ansótegui había perdido toda capacidad de maniobra. No pudo virar para poder acercarse a los náufragos y salvarlos. «Aquellos tres infelices» se hundieron, ante la mirada impotente de la tripulación del 'Itálica'. «Eran padre y dos hijos», detallaba 'El Noticiero'.

El héroe de Izaro

Lo que no llegó a contar en el día el diario bilbaíno fue la hazaña que aquel Sábado de Gloria protagonizó un mundakarra, José Ramón de Luzárraga, «el héroe de Izaro», arrantzale que ya había rescatado en 1853 a 13 pescadores de la embarcación que patroneaba en otra galerna, lo que le valió una condecoración –«una cruz sencilla de María Luisa»– otorgada por la reina Isabel II. El semanario madrileño 'La Ilustración Española y Americana' narró la segunda heroicidad en su número del 15 de mayo de 1878 y aprovechó para pedir a las autoridades que fueran más generosas con su protagonista, dado que «es un pobre pescador sin más esperanzas que la miseria en su vejez y muchos trabajos en su edad viril, ya gastada por las penalidades de su profesión rudísima». Luzárraga tenía un hijo y seis hijas, «tres dedicadas al servicio doméstico y una enferma».

Según la revista, «cuando el huracán zumbaba con violencia espantosa y las hirvientes olas se desplomaban sobre las pequeñas lanchas pescadoras», intentaban mantenerse a flote sobre su embarcación volcada «cuatro desventurados marineros, a unas tres millas de la isla de Izaro». Los «cuatro eran jóvenes, y tres recién casados», detallaba 'La Ilustración'. Uno de ellos, agotado, se dejó llevar por el mar. Dijo «'¡no puedo más! ¡Adiós, amigos!', extendió los brazos y desapareció para siempre», según el adornado relato del semanario.

En ese momento, «a sotavento», apareció «a lo lejos una lancha desconocida, la cual, para acercarse al punto donde ellos estaban, tenía que poner proa al huracán, entonces furiosamente desencadenado». Era la del «generoso marinero D. José Ramón de Luzárraga», que se había lanzado al rescate. Al divisar a los náufragos, «que pedían su amparo levantando tablas y remos, dijo á sus compañeros de tripulación: 'Muchachos, ahora o nunca: a ver lo que se puede hacer por esos pobrecillos, aunque nos ahoguemos todos'», en un diálogo que no está de más imaginar en euskera.

Luzárraga, en el número del 15 de mayo de 1878 de 'La Ilustración Española y Americana'.

Entonces comenzó «una lucha titánica, en que mil veces estuvo a punto de zozobrar el frágil barquichuelo» de Mundaka. Sin verse «los unos a los otros, envueltos en la bruma, empapados por las olas que azotaban sus rostros, sin fuerzas ya ni casi aliento, aquellos hombres llegaron adonde les esperaban, casi moribundos, los que eran objeto de sus esfuerzos». Luzárraga, «sereno en medio del peligro y de las emociones más violentas», lanzó un cabo a los náufragos, que se mantenían sobre lo que quedaba de su embarcación a durísimas penas, y les gritó que lo amarraran al casco de forma que pudieran pasar de una lancha a otra agarrados a él. Pero dos de ellos, aterrorizados, lo asieron y se lanzaron al agua intentando llegar hasta su salvador. El tercero trató de hacer lo mismo, pero el mundakarra le gritó «¡quieto! ¡No te arrojes! Ya volveremos por ti, y te salvaremos o moriremos juntos».

Entonces «una ola espantosa, arrebatando con violencia horrible la lancha de Luzárraga, la arrojó sobre la que servía de apoyo al náufrago sin ventura», que desapareció bajo la quilla. La tripulación rescatadora lo dio por perdido y quiso volver a tierra, pero el héroe de Izaro no se lo permitió. «¿Desaparecido? –exclamó José Ramón–; entonces no hemos hecho nada ¡Es preciso salvar a los tres!».

El florido texto de la revista no permite entender muy bien cómo pudo Luzárraga ver dónde estaba el arrantzale sumergido, pero el caso es que gracias a «su penetrante y serena mirada» lo encontró, pudo lanzarle un cabo y subirlo a bordo. Todos regresaron a Mundaka, puerto que perdió 15 arrantzales aquel día trágico. La hazaña de Luzárraga tuvo tanto eco que se recogió en la prensa internacional. «Llamamos ahora la atención del Gobierno para que sea premiado con más provechosa recompensa el héroe de Izaro», concluía 'La Ilustración Española y Americana'.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo La gran galerna del Sábado de Gloria