El gordo de Navidad no caía en Gernika desde el año del bombardeo
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En diciembre de 1937, ocho meses después del ataque que arrasó la localidad, el sorteo de lotería dejó allí unos tres millones de pesetasCARLOS BENITO
Domingo, 16 de diciembre 2018, 00:30
Decir que a Gernika le tocó el gordo en 1937 suena a sarcasmo descarnado y brutal. El 26 de abril de aquel año, los aviones de la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana sometieron la villa vizcaína a un bombardeo de más de tres horas y dejaron un rastro de muerte, destrucción y sufrimiento. El casco urbano ha seguido mostrando durante muchos años las tremendas cicatrices de aquel horror, que jamás llegaron a borrarse del ánimo de las víctimas que sobrevivieron. Pero es cierto que, ocho meses después, Gernika se convirtió en el inesperado destino del primer premio de la lotería navideña, que dejó en la localidad unos tres millones de pesetas. También puede achacarse a la gravedad al posar propia de la época, pero el caso es que las fotografías de los 'afortunados' no muestran una alegría desbordada, sino más bien semblantes serios y sonrisas de circunstancias. 81 años después, el azar vuelve a sonreír a la villa foral y las caras de los agraciados ahora sí que son la viva imagen de la felicidad.
En realidad, habría que hablar de 'una de las loterías navideñas', porque la Guerra Civil también partió en dos las apuestas y los juegos de azar. El sorteo de Navidad propiamente dicho, correspondiente a la parte del país que seguía en manos del legítimo gobierno republicano, se celebró en Barcelona, en uno de los salones del café Lyon d'Or y con los niños de la Casa d'Assistència President Francesc Macià supliendo a los tradicionales huérfanos de San Ildefonso. El bando franquista tardó en poner en marcha su sistema de loterías, pese a su evidente atractivo como fuente de ingresos, y no celebró su primer sorteo hasta abril de 1938. Sin embargo, sí que organizaron en 1937 dos remedos de lotería navideña, «pro-familiares de los combatientes», que se sortearon en Sevilla y Zaragoza.
En Sevilla, el premio gordo correspondió al número 6.246, vendido íntegramente en Euskadi: una de las series había ido a parar a Irún y la otra, a Bilbao. La despachó la administración que Saturnino Gómez Murga regentaba desde 1907 en la calle La Cruz, hoy en día la más antigua de la capital vizcaína. El reportero de 'El Correo Español' se desvivió aquel 22 de diciembre por encontrar a alguno de los afortunados, sin éxito. Sí logró dar con todo lo contrario: Marcos Lasuen, camarero del café Celes, le explicó que había estado abonado al 6.246 durante dos décadas, pero que le había perdido la pista al número «por culpa de...». No acababa la frase, pero se refería a la guerra: «Yo he venido jugando al 6.246 y al 9.485 durante diecinueve años. Los sacaba en la administración del Conde de Mirasol. Pero el año pasado fui a recoger los dos décimos y no los había enviado Madrid. Y este, con eso de que el sorteo era en Sevilla, ¡cualquiera averiguaba adónde había ido a parar mi número!», se lamentaba.
Al día siguiente se aclaró dónde estaban los ganadores. Se había llevado la serie entera José Ruiz Bustillos, que se dedicaba a vender lotería y periódicos en Gernika. Solo le habían comprado entero uno de los décimos (había sido «un tratante», explicaba vagamente) y había distribuido los otros nueve en participaciones, la mayoría de una o dos pesetas, con un recargo de una perra chica (cinco céntimos) que constituía su beneficio. En aquel sorteo, el premio gordo era de seis mil pesetas a la peseta: por lo tanto, a un décimo que había costado cincuenta pesetas le correspondían trescientas mil. El propio Ruiz Bustillos se declaraba poco aficionado al juego («acaso por aquello de que el hombre menos goloso es el confitero», apuntaba), pero se había reservado tres pesetas del 6.246, con lo que obtenía dieciocho mil: «Eso me permite realizar un sueño de toda la vida, que era construirme un quiosco para vender en él cómodamente y dejar de tener que andar por esas carreteras, con calor o con frío, bajo la lluvia, de pueblo en pueblo, para ganarme la vida. Ahora me construiré un quiosco en Guernica y allí seguiré trabajando», explicaba a 'El Pueblo Vasco' (coincidían entonces en el mercado las dos cabeceras de las que procede EL CORREO, algo que solo sucedió durante unos meses).
Da la impresión de que, en aquel tiempo, todavía no existía la superstición de que los premios de lotería tienden a caer en los lugares donde han ocurrido desgracias recientes. Desde luego, los periodistas no mencionaban esa idea, que en pocos casos habría estado más justificada. Hay que destacar también que, en plena guerra y con Bilbao ya en manos de los golpistas, la prensa local se atenía escrupulosamente a la versión franquista de lo ocurrido en Gernika, que negaba el bombardeo alemán y achacaba el desastre a incendiarios republicanos: la propaganda solía esgrimir el precedente de Irún (curiosamente, la otra localidad premiada en el sorteo), donde grupos de milicianos habían aplicado en septiembre de 1936 la política de tierra quemada y habían prendido fuego a decenas de edificios. Los diarios hablaban de la «tragedia de Guernica», incluso del «dolor de sus casas rotas», pero achacaban la destrucción a «la barbarie rojoseparatista».
El 23 de diciembre, 'El Correo' envió a Gernika y al barrio de Rentería (que entonces aún pertenecía a Ajangiz) al redactor Wenceslao Piqueras y el fotógrafo Claudio, que pasaron un par de horas con los agraciados. Eran personas como Magdalena Aguirre, dueña de una cacharrería, que había regalado la mitad de su participación de una peseta y ganaba, por tanto, tres mil, o Margarita Gabicagogeascoa, que jugaba dos pesetas y se llevaba doce mil. El reportero entrevistaba al requeté Hermenegildo Urigüen, que regentaba «un modesto establecimiento estanco, taberna y despacho de un poco de cada cosa», y la conversación tenía como trasfondo la desgracia de una villa reducida a cascotes. Su ganancia, treinta mil pesetas, venía a ser la quinta parte de su pérdida de meses antes.
-¿También usted ha sentido los efectos de la guerra?
-Sí, señor. La destrucción de Gernika se llevó el taller de orfebrería que teníamos. Entre casa y todo, unos treinta mil duros ya valdría.
Entre los premiados estaban los guardias civiles del puesto, el capellán del Asilo Calzada y los dueños del bar Norte y de la casa de comidas Faustina. También Isidoro León, expresidente de la Diputación y propietario de un hotel, que tenía toda la pinta de haber sido el misterioso comprador del décimo que se había vendido entero: «Me ha correspondido un piquillo, unos 35.000 duros -respondía al periodista-, pero estoy más contento porque a toda la servidumbre alcanza la suerte. Todos cobrarán entre 40 y 50.000 pesetas». Los heridos del hospital de guerra de Pedernales se llevaban una porción de esta suerte tardía y burlona, igual que muchas vendedoras del mercado. ¿Se construyó José su anhelado quiosco? «Claro que sí, tuvo el quiosco durante muchos años», explica su nieta, Inma Ruiz Terán. «Al aitite le llamaban Pepe 'el Periodista', porque vendía periódicos. Venían de fuera a comprarle lotería: una vez le preguntaron a la abuela por José Ruiz Bustillos y ella no caía, hasta que se dio cuenta. '¡Ah, Pepe, mi marido!'».
En 2002, Vicente del Palacio, miembro de Gernikazarra Historia Taldea, publicó en la revista 'Aldaba' un completo reportaje sobre el gordo de 1937 que sirve para dar contexto a aquella noticia. En su pieza recoge cómo Gernika había adquirido cierta condición de pueblo fantasma, ya que faltaba buena parte de sus vecinos: muchas mujeres habían escapado con los niños a Bilbao, Cantabria o Francia y los jóvenes estaban en el frente o en prisión. La biografía del propio José Ruiz Bustillos sirve como buen ejemplo de las penalidades de aquellos días: las bombas incendiarias alemanas habían destruido su casa y su tienda y por eso tenía que dedicarse a la venta callejera. Los hermanos Gandarias, unos adolescentes que protagonizaban una de las fotos del periódico, también lo habían perdido todo en el bombardeo: «Con las 18.000 pesetas compramos ropa y muebles y aún nos sobraron 4.000», explicaba uno de ellos a la revista. Y Serafín, hijo de José Ruiz Bustillos y padre de Inma, aportaba otra ramificación del asunto: «Hubo poca juerga, pero quienes más se sorprendieron fueron los hijos que estaban en el frente, al recibir un paquete de sus padres fruto del dinero obtenido con el premio. ¡Esos paquetes eran un milagro!».
Según el boletín de estadística del Ayuntamiento de Bilbao, a finales de aquel año el kilo de pan costaba en la capital 75 céntimos de peseta; el litro de leche, entre 50 y 60 céntimos; el litro de aceite, 2,35 pesetas; el litro de vino tinto corriente, 1,40, y el kilo de jabón Chimbo o Lagarto, una peseta. El Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones, organismo franquista encargado de las reconstrucciones, calculó el coste de la de Gernika en 15 millones de pesetas.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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