Entre los religiosos trabucaires del siglo XIX destaca el franciscano vitoriano Casimiro Díaz de Acevedo. No solo lanzaba temibles sermones contra el liberalismo desde el púlpito. Cuando pudo tomó las armas
Posiblemente, para entender ese arraigado anticlericalismo que persiste en algunos sectores de la sociedad actual haya que retrotraerse a principios del siglo XIX, cuando la dialéctica liberalismo-integrismo se vivió entre los religiosos de la época como una cuestión de vida o muerte. Hubo muchos que no dudaron en olvidar sus sotanas para hacer la guerra a los franceses, primero, y luego se enfrentaron a los liberales con un trabuco en la mano y con mayor virulencia. Muchos no dejaron el monte durante todo el siglo XIX.
Trabucaire es una palabra de origen catalán con la que se denominaba a los facciosos armados del popular trabuco, un arma de fuego de cañón corto y ancho cargada de metralla que destrozaba en las distancias cortas al que sufría el disparo. Era popular entre bandoleros y guerrilleros. Se utilizó para asesinar al general Prim, presidente del Gobierno, en 1870.
A los religiosos que cogían las armas y se lanzaban al monte a luchar contra los liberales se les distinguía como curas trabucaires. En el País Vasco hubo muchos a lo largo del siglo XIX en las distintas rebeliones y guerras civiles. La primera gran partida realista integrista en 1820 la formó en Labastida el párroco del lugar, Antonio Amurrio. Por ello pasó 178 días en la cárcel.
Uno de estos religiosos trabucaires era Casimiro Díaz de Acevedo, un franciscano del convento de Vitoria, destacado conspirador contra el régimen liberal proclamado por el golpe de Riego en 1820. Una exposición abierta en la Fundación Sancho el Sabio hasta el 8 de febrero sobre la historia del Convento de San Francisco de Vitoria, en el antiguo monasterio de las Carmelitas de Betoño, organizada por el grupo Álava Medieval, destaca a este fraile entre su extensa nómina.
En 1813 sobresale por exaltar desde el púlpito a los muertos durante la Guerra de la Independencia. Ya con las armas en la mano, también participa en una revuelta integrista o realista que tuvo lugar en Salvatierra en 1821. Lo ocurrido aquellos días, con participación de más de 15 sacerdotes y religiosos, fue descrito en forma de crónica novelada por el periodista y escritor vitoriano Pedro Morales Moya en un libro titulado 'La oprobiosa muerte del licenciado Ruiz de Luzuriaga'.
En esa publicación el autor ya adelanta que aquellos hechos eran un signo evidente de la intolerancia política y religiosa y su secuela la violencia, algo que nos ha acompañado como una maldición bíblica hasta nuestros días. Entonces fueron ejecutados por los liberales el propio Ruiz de Luzuriaga, abogado y católico ferviente, como cabecilla de la revuelta, y el sacerdote de Zalduondo, Pedro Ruiz de Alegría. Ambos murieron a garrote vil en la entonces plaza Nueva de Vitoria.
Casimiro, como otros sublevados, pudo escaparse hacia Santa Cruz de Campezo y se libró del consejo de guerra sumarísimo. Otros religiosos sí sufrieron diversos castigo por aquellos hechos. En 1823, Fray Demonio intervino en la aprobación por parte del Ayuntamiento de Vitoria de una moción en favor de la reimplantación de la Inquisición, a la que calificaba como «baluarte de la fe, centinela de la religión, furor de los herejes». A él se le atribuyen también unas coplillas que definen su pensamiento: «Pelead, pues valientes, gritad con ardor, Viva Carlos Quinto y la Inquisición». En ese momento ya se habían abierto las hostilidades entre carlistas y liberales.
Pero sin duda es con motivo del sermón que lanza contra la Constitución liberal que estaba en vigor todavía el 4 de mayo de 1823, al tomar Vitoria una parte del Ejército de los llamados Cien Mil hijos de San Luis, tropas francesas enviadas por la Santa Alianza, por lo que es más conocido. Ese discurso integrista fue analizado por el historiador Javier Sánchez Erauskin en la revista 'Estudios Alaveses', de la Fundación Sancho el Sabio, en un artículo titulado 'Un sermón anticonstitucional de Fray Demonio en la Vitoria de los Cien Mil Hijos de San Luis'.
Los sermones eclesiásticos en aquella época tenían un gran poder de persuasión sobre la población. Hay que tener en cuenta que muy poca gente leía, el 75% era analfabeta, y cualquier discurso de aquellos tenía un efecto multiplicador y llegaba de un modo u otro a la mayoría de los ciudadanos.
También fue publicado por el Ayuntamiento en la imprenta Mantelli bajo el título 'Sermón en acción de gracias por la destrucción del sistema constitucional con motivo de la feliz llegada de sus altezas serenísimas la Junta Provisional de Gobierno de España e Indias con las tropas fidelísimas de nuestro católico soberano don Fernando VII, protegidas por su alteza mayor Monseñor Duque de Angulema, generalísimo de los Ejércitos'.
La beligerante pieza oratoria nos ayuda a comprender el violento clima social de Vitoria y Álava en las primeras décadas del siglo XIX, que va a terminar en el estallido de la primera guerra carlista. Así se dirigía Fray Demonio a su feligresía. «Provincia mía, madre afligida, triste y desconsolada Sión, alégrate y enjuga tus lágrimas que ya ha llegado el día de tus grandes deseos. Ya no tendrás el amargo desconsuelo de ver dispersas por las calles y plazas las piedras del Santuario, destruidas todas las puertas, tus sacerdotes, a unos confinados en los presidios, a otros gimiendo y agonizando en los cadalsos, tus vírgenes macilentas, cautivos tus párvulos, y a tí misma hecha tributaria y sumergida en un abismo de amargura. La pesada mano de Dios ha caído sobre nuestros opresores y los ha precipitado en el hoyo que nos tenían preparado. ¡Oh que dicha tan grande mis amados alaveses!».
En otro párrafo destaca que «vuelven las leyes, fueros y costumbres antiguas que con tanto descaro dejó abolidas la violencia y perfidia de los novadores de nuestro siglo». Y también: «Yo me alegro de que se repique y se aclame al Rey de la Religión (por Fernando VII) y a nuestros protectores los franceses. La religiosidad y el patrimonio del corazón han vivido mucho tiempo oprimidos».
Odio a la Constitución 'infernal'
Señala el investigador Sánchez Erauskin que lo que más llama la atención en el discurso es la apasionada inquina, casi enfermiza, con la que el fraile se enfrenta a la Constitución, «un código abominable proyectado mucho tiempo ha por el infierno». Señaló también Acevedo desde el púlpito de la iglesia del convento franciscano que se trata de la «persecución más terrible contra la Iglesia y el trono de España de toda la historia, más que bajo los emperadores romanos y los mahometanos».
Fray Demonio pinta un cuadro terrorífico de la gestión y la política liberales, «que suprimiría la confesión, establecería la libertad de conciencia y el culto público a judíos y protestantes e implantaría sobre las ruinas del trono y el altar el republicanismo». Como vemos, no se transmite el espíritu evangélico, aunque se citen los versículos de la Biblia, es un discurso ideológico, sin fisuras ni heterodoxias, basado en el maniqueísmo de los buenos y los malos.
En otro momento se alude a los enemigos de la religión, a los que se culpa de este ambiente de persecución: «ateístas, deistas, panteístas, materialistas, jansenistas, francmasones, traidores y viles agentes de Napoleon, libertinos, impíos». El sermón entra también en otro de los pilares de la ideología integrista, el mito de la conspiración y el complot y las malas intenciones de los constitucionalistas. Y por supuesto defiende la sagrada alianza entre el trono y el altar, elogiando e idealizando la figura de Fernando VII.
Las palabras del franciscano trabucaire están anunciando la llegada de un período negro de la historia. El cronista Ladislao Velasco habla de «las exageraciones y desorden de unos que trajeron la feroz reacción de los otros, paralizándose todo movimiento de mejora y adelanto».
Eulogio Serdán, por su parte, señala que las gentes entonces «andaban desconfiadas y temerosas de los soplones a sueldo como el librero Pedro Barrios y el carpintero 'Chorizo', mientras que los sacerdotes cultos y transigentes se habían eclipsado para dar paso a los fanáticos y entremetidos como el tristemente célebre Fray Demonio».
El autor del estudio, Sánchez Erauskin, termina señalando que «están muy cerca los estampidos, los fuegos y los ajustes de cuentas de la inminente guerra carlista». La verborrea ultra de Acevedo calentó el ambiente de enfrentamiento. Primero se disparó la palabra y luego hablaron las armas.
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