Tomás Ondarra

Cuando la flota vasca se enfrentó con la inglesa

Eduardo III decidió resolver los problemas de los mercaderes ingleses con los puertos cántabros y vascos atacando a los barcos laneros en 1350

Domingo, 14 de julio 2024, 00:17

En su 'Resumen descriptivo e histórico del muy noble y muy leal Señorío de Vizcaya' (1872), Antonio de Trueba cuenta que en tiempos del malogrado señor de Bizkaia Nuño Díaz de Haro (1348-1352) «los puertos de Vizcaya y Guipúzcoa declararon la guerra a Inglaterra a pesar de que ésta estaba en paz con Castilla, porque la gente de sus puertos recibía continuo y gran daño de los ingleses que a la sazón eran dueños de Bayona, y se dio una batalla naval entre vascongados e ingleses».

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El enfrentamiento al que alude Trueba fue la batalla de Winchelsea, también conocida como la de Les Espagnols sur Mer, y tuvo lugar el 29 de agosto de 1350, aunque los acontecimientos no se desarrollaron precisamente como los contó el escritor encartado, un gran cuentista, al fin y al cabo.

«Las crónicas omiten este episodio de la historia naval de Castilla que marca el inicio de una larga época de hostilidades en el mar entre Castilla e Inglaterra», dice de esta batalla el historiador Francisco Javier García de Castro en su tesis doctoral, 'La marina de guerra de la corona de Castilla en la Baja Edad Media: Desde sus orígenes hasta el reinado de Enrique IV' (2011). «Sin duda debido a la resonancia de un combate que tenía más de victoria política que estrictamente militar, ya que la flota vizcaína no era una armada de guerra sino comercial», son las fuentes inglesas las que la recogen.

El ataque inglés frente a Winchelsea (Sussex oriental, Inglaterra) fue el resultado final de los frecuentes encontronazos entre los barcos cántabros, vizcaínos y guipuzcoanos, por un lado, y los ingleses por otro. Ambos bandos se acusaban mutuamente de cometer actos de piratería. En 1349 «se producen, según Robert de Avesbury y Thomas de Walsingham, las muertes de mercaderes de Baiona en la Bretaña francesa por parte de marinos españoles que serán el detonante de la emboscada del rey inglés Eduardo III a la flota mercante vasca y cántabra de Flandes, o lo que es lo mismo, la Batalla de Winchelsea del año 1350», explica el escritor Aritz F. Urchaga, que repasa y cita las fuentes sobre este acontecimiento en el epílogo de 'El mar de los renegados' (Ed. Abanta, 2023), la novela en la que lo cuenta.

Diplomacia bermeana

En 1317 el concejo de Bermeo escribió una carta al rey de Inglaterra para asegurarle que «les gentz de Vermeio» no habían atacado sus barcos y para confirmarle su amistad. El documento fue recogido por Thomas Rymer en sus 'Foedera', obra que recopila los tratados entre la Corona de Inglaterra y las potencias extranjeras de 1101 a 1625. En su misiva decían los bermeanos que ellos, como el resto de los vizcaínos, están bajo «el poder y la jurisdicción de Madam Marie de Viscay (María Díaz de Haro) y se juzgan por diferente ley que las gentes de España ('gens de Espaynhe')», no estando obligados a responder por las acciones de estas de ningún modo.

En una carta al arzobispo de Canterbury, Eduardo III justificó las razones que le obligaban a iniciar acciones de guerra contra otros cristianos: «No creemos que ignoráis cómo los españoles, con quienes determinamos renovar por medio de la unión conyugal de nuestra hija el tratado celebrado poco tiempo ha entre sus reyes y nuestros antecesores, convertidos ahora en enemigos con sus cómplices, invadieron hostilmente a muchos mercaderes de nuestra nación, y a otros que navegaban por la mar con vinos, lanas y otras mercancías, les robaron sus bienes, matándolos inhumanamente, destruyendo además no poca parte de nuestros navíos, y causando otros muchos males, sin desistir de perpetrar otros en adelante».

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Ayuda divina

Como en Flandes se había formado «una inmensa escuadra tripulada de gente armada», se propuso hacerle frente «bajo la confianza de la divina misericordia». Por ello, pedía el apoyo espiritual del arzobispo, al que solicitaba que organizase «las acostumbradas procesiones, ofrecer oraciones devotas, celebrar misas, hacer limosnas, y otros oficios de alabanza divina, que creáis sean agradables a Dios».

El rey inglés armó una flota compuesta por 54 naves de guerra. Al mando iba el propio monarca, acompañado por sus hijos Eduardo de Woodstock, conocido como el Príncipe Negro, y el conde de Richmond, de solo diez años.

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La flota castellana –es decir, cántabra y vasca– era más numerosa. Era la flota lanera. Estaba formada por barcos mercantes, de mayor borda, al mando de Carlos de la Cerda. «En previsión de un ataque, había hecho reforzar las naves embarcando algunas compañías de ballesteros», según precisa García de Castro. Ambas formaciones se avistaron entre Dover y Calais. La batalla, trabando las embarcaciones, al abordaje y combatiendo cuerpo a cuerpo, fue muy sangrienta. El cronista Thomas Walsingham asegura que todos los tripulantes de 24 grandes naves que se negaron a rendirse fueron pasados a cuchillo por los ingleses.

El rey y el príncipe de Gales estuvieron a punto de ser apresados. «Sin embargo, sendas acciones heroicas de los marinos ingleses lograron liberarlos y dar un giro al transcurso de la batalla, que al anochecer era claramente favorable al rey inglés. Los castellanos perdieron catorce naves, pero los ingleses tuvieron que hacer frente a la muerte de importantes caballeros y al hundimiento de varios barcos, entre ellos los del rey y del príncipe. Eduardo tomó tierra victoriosamente en Winchelsea, donde fue recibido con júbilo por la reina», detalla García de Castro.

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El 11 de noviembre el monarca inglés ordenó entrar en negociaciones con los puertos cantábricos. El 1 de agosto de 1351, Eduardo III firmó en Londres un tratado de paz con las villas de la Hermandad de las Marismas representadas por Diego Sánchez de Lupard, de Bermeo; Juan López de Salcedo, de Castro Urdiales; y Martín Pérez de Golindano, de Getaria. las villas vizcaínas de Plentzia, Bilbao, Lekeitio y Ondarroa se sumarían a un acuerdo posterior, en 1353.

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