Tomás Ondarra
Tiempo de historias

La 'excursión' para robar que acabó en homicidio

Eugenio convenció a otros siete mineros para tomar el tren en Bilbao y asaltar una casa de un pueblo de Soria donde había servido como criado

Domingo, 30 de julio 2023, 00:03

Eran mineros «llegados desde Bilbao», aunque solo uno de ellos había nacido en esta tierra: en Talla, puntualiza la documentación de la época, refiriéndose seguramente a Zalla. Los ocho hombres de entre 20 y 30 años que cometieron el célebre crimen de Santa María de ... las Hoyas formaban parte del enorme contingente de inmigrantes que, a finales del siglo XIX, se habían afincado en Bizkaia en un intento de mejorar su futuro. Eugenio Olalla, el cabecilla de la improvisada banda, había nacido en Muñecas, una aldea soriana perteneciente al propio municipio de Santa María. Los demás eran tres burgaleses (uno de Rebolledo de la Torre y dos de Los Valcárceres), un riojano (de Laguna de Cameros), un cántabro, un lucense y el citado vizcaíno. La mayoría residían en el barrio baracaldés del Desierto, aunque también había uno afincado en Urbinaga y otro en Abanto.

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Corría 1882 cuando Eugenio propuso al resto un plan delictivo que equivalía a muchos jornales en la mina: les contó que, antes de venirse a Bizkaia, había estado sirviendo como criado en una casa rica de su pueblo, incluso se refirió en alguna ocasión a un misterioso tesoro carlista que ocultaban sus antiguos empleadores. Les prometió un botín de 10.000 duros por barba, 50.000 pesetas, una cantidad casi inconcebible para un trabajador de aquella época.

El 8 de noviembre, Eugenio, Miguel, Raimundo, Ramón, Pedro Pascual, Ildefonso, Pedro y Domingo tomaron en Bilbao el tren a Burgos, sentados en departamentos diferentes. Una vez en la capital castellana, emprendieron a pie el camino hacia Santa María de las Hoyas, primero por carretera y después por senderos cada vez más escondidos. Llegaron el día 11 y se alojaron en el pajar de un tío de Eugenio. Su objetivo era la casa del alcalde interino del pueblo: «Don Pedro Muñoz había adquirido fama de ser un rico hacendado, de esos que existen en muchas aldeas, cuyo placer mayor es almacenar el oro que adquieren a fuerza de trabajo y de suerte en los diferentes negocios que emprenden», lo describió Agustín Sáez Domingo, de la 'Revista General de Legislación y Jurisprudencia', en el librito que dedicó al crimen. Además, caracterizó a Muñoz como un «hombre recto y severo hasta la exageración, amigo de la autoridad y de hacerse respetar». Esa actitud, a veces un tanto seca e intransigente, le había llevado a enemistarse con vecinos como el médico del pueblo, a quien la familia llegó a acusar de haber instigado el asalto.

El verdugo

La llegada del verdugo a una localidad como El Burgo de Osma siempre despertaba un interés morboso. 'La Correspondencia' contó que era un hombre bajito y que había participado ya en 50 ejecuciones, incluida la del 'Sacamantecas'.

A las seis de la tarde del 13 de noviembre, según el relato de los hechos recogido en la sentencia, Eugenio repartió las armas y la cuadrilla de ladrones novatos pasó a la acción. A Ramón y Pedro Pascual les correspondió acudir a la iglesia para que nadie diese la alarma tocando las campanas a rebato: bloquearon la cerradura con trozos de piedra y doblaron la llave a golpes. Otros tres irrumpieron en la casa y hallaron a Pedro, de 74 años, en compañía de su esposa, Brígida, de 75, y de una anciana sirvienta, María, de 91. Ataron a las dos mujeres y, a fuerza de golpes y amenazas, obligaron a Pedro a desvelarles varios escondites donde guardaba sus ahorros.

Cuando Eugenio asestó un violentísimo culatazo a su víctima, uno de sus compinches, Domingo, protestó e intentó interponerse, y entonces el cabecilla no dudó en abrir fuego contra su propio compañero, sin acertar. En el momento de marcharse, también disparó dos tiros de revólver sobre don Pedro, que acabarían causándole la muerte. Cuentan las crónicas que, cuando el médico del pueblo acudió a examinar a la víctima, doña Brígida le espetó: «¡Ya estaréis contentos, asesinadores!».

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Hombres con boina

Al día siguiente, un guarda de la localidad soriana de Duruelo dio aviso de que, por un pinar, vagaban «seis u ocho hombres con boinas y bombachos, cuya presencia y traje demostraban ser gente de mal vivir», según recogió 'El Avisador Numantino'. La Guardia Civil los apresó en dos casas de la sierra de Santa Inés donde les habían brindado cobijo y les requisó 38.729 reales (al final el botín se había quedado en eso, menos de 10.000 pesetas en total) y varios revólveres, pistolas y navajas.

Los ocho acusados fueron condenados a muerte, pero en marzo de 1885 el Consejo de Ministros concedió el indulto a todos ellos excepto a Eugenio Olalla. El semanario 'La Propaganda' dio detalle de sus últimas horas antes de ser ejecutado en el garrote. Esposado y con una cuerda de codo a codo, lo condujeron en carro desde Soria hasta El Burgo de Osma, donde iba a ser ajusticiado: inició el trayecto «contento y decidor», pero se enteró de adónde lo trasladaban y «desde aquel momento, impulsado sin duda por una terrible excitación nerviosa, cantaba, bebía vino con ansia y hacía otras mil locuras». Pasó la noche en el calabozo, desayunó aguardiente con bizcochos, hizo testamento y se confesó. Mantuvo una entrevista con el verdugo («no se apresure, hágalo despacio y hágalo bien», le pidió cuando le tomaba las medidas) y otra con el hijo de su víctima. Tomó varias copas de vino generoso y una taza de chocolate, además de fumarse un par de cigarros.

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A las siete de la tarde, el minero se bebió una copa de anisete y entregó a su confesor un cortaplumas que escondía en la alpargata: «No he querido suicidarme», se jactó. Ya en el patíbulo, pronunció sus últimas palabras: «Muero inocente».

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