Sardineras en el Mercado de la Ribera a finales del siglo XIX.Eulalia Abaitua
Los duros trabajos de las bilbaínas que sorprendieron a los cronistas extranjeros
Tiempo de historias | 8-M ·
La presencia de la mujer en el mundo laboral resultaba excepcional en los siglos XVIII y XIX, de ahí que lo destacasen quienes visitaban la villa. Su resistencia les dejó maravillados: «Aquí trabajan tanto como los hombres más fuertes, descargan barcos, llevan cargas y hacen todos los negocios de los porteadores»
A los viajeros que visitaron Bilbao en la segunda mitad del siglo XVIII les sorprendió la gran actividad laboral que desarrollaban las mujeres. El irlandés John Talbot Dillon lo publicó en 1882. En otros sitios, decía, las mujeres se fatigan enseguida, pero «aquí trabajan tanto como los hombres más fuertes, descargan barcos, llevan cargas y hacen todos los negocios de los porteadores». «La esposa no cede en fuerza al marido, ni la hermana al hermano». También cuenta que volvían por la noche a casa con alegría, a veces bailando y cantando al son del tamboril. No sólo las cargueras, en general las bilbaínas tenían «una mirada arrogante» y «buena tez, con ojos vivos y pelo negro fino», del que se enorgullecían y peinaban de una forma peculiar, con trenzas.
Efectivamente, en el Bilbao tradicional las mujeres se encargaban de transportar «los bultos» -dentro de la villa estaba prohibida la circulación de carros-, así como de la carga y descarga de los barcos. No eran profesiones livianas. Desde el punto de vista del irlandés esta circunstancia singularizaba a la villa de Bilbao.
No fue el primero en observarlo. Su compatriota William Bowles, que había estado en Bilbao hacia 1770, aseguraba que vivir en la villa era excelente para la salud y que el mejor exponente de esta circunstancia eran las mujeres, acostumbradas al trabajo duro. «Ellas son ganapanes y mozos de cordel, que cargan y descargan los navíos». Si en otros lugares no soportaban fatigas, «en Bilbao las [mujeres] de la ínfima plebe trabajan más que si fueran hombres». Llevaban grandes pesos, eran fuertes e iban descalzas y con los brazos al descubierto, sin dar muestras de fatiga.
Las circunstancias mencionadas, y en particular la presencia de la mujer en el mundo laboral, resultaban excepcionales en la época, de ahí que lo destacasen quienes visitaron la villa.
Bilbao era también una población burguesa, de comerciantes, y a veces había mujeres a cargo de los negocios. Peter the Fable, un asturiano no identificado del que sólo sabemos el seudónimo, hacía ver por entonces que el comerciante José de Burgoa, hombre mayor, no podía encargarse ya de los negocios, por lo que «ayudaba en la marcha de la casa una hija suya muy hábil para el cálculo, la contabilidad y la correspondencia mercantil». Las mujeres no quedaban necesariamente excluidas del negocio comercial. De otro lado, el asturiano cita varios oficios femeninos, que llamaban la atención del forastero por su dureza. Comprueban que el trabajo de la mujer estaba plenamente integrado en las actividades bilbaínas y no era invisible: vendedoras en los puestos del mercado; servicio doméstico, cargueras –que, por cierto, se ubicaban en Barrencalle - y aguadoras, pues por entonces en Bilbao sólo había una fuente y las familias con posibles echaban mano de este oficio.
A lo largo del siglo XIX se mantuvo la presencia femenina en el mundo del trabajo bilbaíno. Bilbao presentaba otra característica excepcional. Vista globalmente, la demografía bilbaína se singularizaba por el predominio acusadísimo de las mujeres, 10.334 por 8.084 hombres se contabilizaban en 1869. En el peculiar lenguaje de la época, «1,279 milésimas de hembra por cada varón». En otras palabras: el 56% de la población bilbaína eran mujeres. Era consecuencia del alto número de empleadas en el servicio doméstico. Bilbao vivía su primera modernización, pero sobrevivía esta costumbre tradicional de sus clases altas de contar con servicio doméstico. La distinción social quedaba asociada a la contratación de criadas.
Más mujeres que hombres
Aunque de forma algo imprecisa tenemos la distribución de los bilbaínos por profesiones. Las estadísticas son algo vagas, pero puede asegurarse que entre las 10.200 personas que trabajaban en Bilbao por entonces, la mayor parte, unas 5.500, eran mujeres, fuesen sirvientas (la mayoría), costureras o modistas, «vendedoras de pescado, tocineras, etc.», hospederas, maestras, lavanderas y planchadoras.
Las circunstancias mencionadas se mantenían a finales del XIX, cuando se inició la modernización económica. El censo de 1887 contabilizaba 27.800 mujeres contra 23.072 hombres, repitiéndose la constante observada a mediados de siglo. En la villa las mujeres superaban en un 20 % a los hombres. Era algo excepcional. Sólo La Coruña, Pontevedra y Santander presentaban similar anomalía demográfica, aunque de forma menos intensa. En las 45 capitales restantes el porcentaje femenino era menor que en Bilbao. Además, había una diferencia: donde abundaban las mujeres se debía, por lo común, a la emigración. Marchaban los hombres y quedaba un porcentaje femenino superior. En Bilbao, no. Sucedía lo contrario. Era polo de inmigración. Y la villa recibía más mujeres que hombres, con destino al servicio doméstico, sobre todo.
Según los coetáneos, dos razones explicaban el gran número de mujeres que vivían en Bilbao: «Las numerosas e importantes industrias que ofrecen a la mujer ocupación adecuada» y «el inmenso desarrollo que ha alcanzado en nuestra villa el servicio doméstico». Encontramos mujeres en actividades fabriles o en las minas, así como en la carga y descarga de buques. Y estaba el servicio doméstico, con gran desarrollo en el Bilbao de la industrialización. A fines del XIX se calculaba que habría unas 6.000 criadas, una por cada 11 habitantes.
Mujeres en la mina
Entre los trabajos femeninos se contaban algunos de los que se desarrollaban en las minas. Les correspondía el lavado de mineral, procedimiento productivo que se generalizó en los años noventa del XIX. Y ejerció otras funciones aún más duras relacionadas con la extracción de hierro. «Cientos de mujeres trabajan en las minas, agobiadas por los cestos de mineral, como bestias de carga», se escribía en 1901. Más tradición tenía el empleo de mujeres en tareas portuarias. Estaba la sirga, el arrastre de gabarras, que por lo común tiraban mujeres desde el camino que corría junto a la ría. Era un trabajo brutal, que las Ordenanzas Municipales prohibieron a comienzos del XX, pero todavía se practicaba unos años después.
A fines del XIX el principal trabajo portuario de las mujeres era la carga y descarga de buques. Cobraban poco, la mitad que los hombres. Por 10 horas de trabajo, en 1906 un cargador del muelle cobraba 5 pesetas; una cargadora, 2,50. Diez años antes el semanario socialista La Lucha de Clases describía cómo en las inmediaciones de Bilbao las mujeres cargaban hierro. «En los cargaderos de mineral de Basurto se contempla el extraño espectáculo de las desdichadas mujeres empleadas en la penosa tarea de cargar los buques de mineral en abigarrada y grotesca confusión». Era, decían, una «rudísima tarea», llevada a cabo por «cientos de desventuradas explotadas, vestidas con inmundos harapos, degradadas hasta lo sumo». Las mujeres quedaban destrozadas físicamente, adquirían aspecto hombruno y, afirmaban, se embrutecían, dándose «al alcoholismo y al vicio». «Aquellos pobres seres femeninos, con sus cantares indecorosos y su dicharachería libre, ponen de manifiesto la grande corrupción moral de este monstruoso sistema social». Ese era el retrato de los socialistas.
Así, en el Bilbao de la industrialización la condición femenina era muy diversa, desde la vida burguesa a la de las chicas del servicio, pasando por las que se empleaban en algunos talleres fabriles en los muelles, en las minas, en el mercado o en la fábrica de tabacos, sin olvidar las que acogían pupilos en sus casas. Debe resaltarse, así, que en Bilbao las mujeres tuvieron una notabilísima e inusual presencia, en el trabajo, la demografía y, en general, la vida urbana.
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