La escapada a Londres es una opción recurrente para puentes como el que se cierra este fin de semana. Y que también se puede hacer a través de los siglos. Con libros, claro, como la recién publicada 'Guía para viajar por el tiempo a la ... Inglaterra medieval' (Ed. Capitán Swing), del historiador Ian Mortimer, un manual ideado para «todo el que visite el siglo XIV» que permite llevar a cabo esta salida a través de la imaginación y una abundante documentación histórica. ¿Embarcamos?
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Porque llegaremos a la isla en barco, claro, probablemente una coca. Las de principios del siglo XIV no son muy grandes –llegarán a alcanzar los 36 metros de eslora en el XV–. «Se caracterizan por tener un solo mástil y una gran vela», precisa Mortimer. Las cocas «no solo son el puntal en el que se apoya la flota mercante, también constituyen la base de la armada en tiempos de guerra». Son barcos multiusos y sin demasiado espacio, así que no esperemos demasiadas comodidades.
Supongamos que llegamos a Hastings, por ejemplo. Para desplazarnos hasta Londres necesitaremos un caballo, si no queremos dedicar toda nuestra estancia en Inglaterra a andar por caminos que rara vez están en buen estado, aunque se suponga que es obligatorio mantenerlos. Hay toda una gama de precios y siempre se puede comprar un caballo ciego, probablemente robado, que son los más baratos. Los carruajes «pueden llegar a costar un millar de libras y solo los emplean las mujeres de la familia real y las condesas». En todo caso, conviene saber que en la Inglaterra del siglo XIV es costumbre regatear para comprar prácticamente cualquier cosa.
La moneda no se rige por el sistema decimal. La unidad es la libra pero no existe ninguna pieza de una libra. Hay monedas pequeñas de plata de las que la más corriente es el penique. «Con doce peniques se obtiene un chelín y veinte chelines hacen una libra». A mediados de siglo, el salario de un carpintero es de 3 peniques al día, el de un labrador 1,75 peniques y el de un albañil 5,5 peniques.
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Somos viajeros extranjeros, así que se da por hecho que llevamos dinero encima. Como resume Mortimer, «vas gritando que te roben». Habrá que contratar una escolta armada, por lo menos hasta llegar a la ciudad. Y no estará de más mantenerla ya en Londres. No tenemos que precocuparnos demasiado por nuestro 'nivel medio de inglés'. La diversidad de acentos y dialectos de la lengua inglesa del siglo XIV es tal que los propios ingleses tienen problemas para entenderse entre ellos cuando provienen de regiones diferentes. Además, la nobleza sigue hablando en francés. Así que ya nos las apañaremos.
Solo se viaja de día, por lo que hay que prever dónde alojarse si se nos echa la noche encima antes de llegar a la gran ciudad. «Es posible que no encuentres habitación, sobre todo si es día de mercado o se celebra una feria en las inmediaciones», avisa el autor. Los noctámbulos no están permitidos y uno corre el riesgo de acabar en un calabozo si los alguaciles de cualquier burgo lo pillan deambulando a oscuras.
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«Aunque las fondas sean probablemente el lugar más evidente en el que buscar acomodo, no caigas en el error de pensar que se trata invariablemente de establecimientos acogedores y hogareños. Hablamos de negocios surgidos de la precariedad y por eso están en las antípodas de un hotel de lujo». Lo mejor es buscar alojamiento en una casa que tenga buen aspecto. Muchas ofrecen habitaciones para pernoctar, «así que, si te ofrecen una cama en una casa privada, harás bien en aceptarla». Este consejo vale también para Londres.
Al llegar, no reconoceremos la ciudad. La Torre de Londres, una construcción normanda, será quizá el único edificio que nos 'sonará' de haberlo visto en el siglo XXI. Seguramente accederemos a la ciudad por el puente de Londres, que no es el antecesor del conocido Tower Bridge, como mucha gente cree por error. Este es el anterior al anterior del actual puente que cruza el río Támesis entre la Square Mile y Southwark.
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El puente de Londres es un pueblo en sí mismo: está cubierto por comercios, casas de varios pisos, una fortificación con su propio puente levadizo que permite cortar el paso a la ciudad en caso necesario y hasta una iglesia gótica. Antes de alcanzarlo, ya habremos tenido ocasión «de ver los restos de los ladrones ajusticiados que todavía penden de la horca como advertencias siniestras en el cruce de caminos». 'Admiraremos' espectáculos similares en las puertas de cualquier ciudad inglesa.
Como en todo el país, en Londres nos llamará la atención que «la mayoría de la gente es relativamente joven. El 35 o 40% de los individuos con los que te cruces tendrán menos de 15 años. En el otro extremo del espectro, solo el 5% de las gentes del siglo XIV supera los 65 años». Londres es la ciudad más grande de Inglaterra: cuenta 23.314 contribuyentes –el dato es de 1377, tras la peste–, lo que significa que suma unos 40.000 habitantes, nada menos, que viven en una ciudad amurallada que se desborda por una conurbación formada por muchas pequeñas localidades satélites.
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No se trata solo «de la mayor ciudad del país, también es la más rica, la más dinámica, la más contaminada, la más hedionda, la más poderosa, la más colorida, la más violenta y la de mayor diversidad». Ah, y también tiene una red de suministro de agua potable. En ocasiones especiales, como grandes celebraciones, se hace correr vino por las cañerías en vez de agua. «Así sucedió en 1357, por ejemplo, al llegar cautivo a la capital el rey de Francia, y en 1399, para celebrar la coronación de Enrique IV».
Además de las murallas que rodean la ciudad, la Torre de Londres –en la que el conjunto palaciego se completa con un parque con leones, leopardos y hasta un elefante–, y el puente, es indispensable pasar por la catedral de San Pablo, recién terminada en 1314, cuya aguja alcanza los 150 metros de altura. «Con sus casi 180 metros de largo, es el tercer templo de toda la cristiandad». Desaparecerá en el 'futuro', en el gran incendio de 1666.
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Las caldas de Southwark, en el lado sur del Támesis, «son una atracción turística de muy distinto tipo». Son baños públicos, de gran calidad, pero también prostíbulos. Hay 18 establecimientos, regidos todos «por matronas flamencas». El propietario de la mayor parte «es el obispo de Winchester», revela Mortimer. En todo caso, se puede tomar un baño con los amigos y hasta comer en la bañera con ellos. Es usual hacer negocios así.
Hay que pasar por Smithfield, sobre todo cuando hay feria. Es el mayor mercado de carne de la ciudad, pero además, como sigue siendo en realidad un campo, en él se celebran justas y violentos torneos, que atraen a multitudes pero a los que en teoría no pueden asistir las mujeres. Nos sorprenderá que nos recomienden visitar el patíbulo de Tyburn. «Aquí se liquidan criminales casi a diario. Los ajusticiamientos que atraen mayor afluencia de público son los de los traidores de alto copete».
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Mejor pasear por el Strand hasta Westminster para visitar el palacio, con «su antiguo y vasto salón celtral, construido en el siglo XI, escenario de muchos festines de gfran reputación», y la iglesia de la abadía, reconstruida en el siglo XIII. «Fíjate en los resplandecientes frescos de las paredes, que no han llegado hasta nosotros. Y asegúrate también de visitar el santuario de San Eduardo el Confesor, chapado en oro y cubierto de piedras preciosas». El paseo discurre por la orilla norte del Támesis, «con las mejores vistas de la vega, la zona en la que se levantan las viviendas de postín». Es la margen bonita de la Edad Media.
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