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Pórtico de la iglesia; a la derecha, las controvertidas tallas. e. c.
El enigma del pórtico de Laguardia
Tiempo de historias

El enigma del pórtico de Laguardia

Las figuras de Santa María de los Reyes, una joya del gótico, guardan aún secretos como la identidad de los reyes a los que representaban

Lunes, 15 de abril 2019

Las manos del hombre han plasmado a lo largo de la historia su huella en piedras de ermitas, monasterios, abadías, iglesias, catedrales, palacios.... un sinfín de estilos artísticos que hoy son patrimonio de la Humanidad. Uno de ellos fue el arte gótico que afloró cuando moría el románico. En la iglesia de Santa María de los Reyes de Laguardia se halla un atrio que es un auténtico tesoro, una joya. Un pórtico gótico, labrado por aquellos artesanos anónimos, que con su martillo, rastrillo, puntero y cincel, dieron vida a aquellos pasajes evangélicos más importantes de la Biblia con un fin primordial, glorificar la figura de la Virgen. Ayer y hoy, estas alhajas, legados de nuestros antepasados, son admiradas por profanos y eruditos del mundo entero.

El propulsor y benefactor de la obra fue el Rey Carlos III de Navarra (apodado el Noble) que nació en Mante-la Jolie (Francia 22 de julio de 1361) y murió en Olite (8 de septiembre de 1425). Se desposó con Leonor de Trastámara y su reinado estuvo caracterizado por su bondad y su gran empeño de dotar a sus dominios de obras relevantes con un sello gótico. La villa riojano alavesa, una de las fortalezas más importantes del viejo reino navarro, era visitada con frecuencia por su séquito real. En uno de sus viajes a la villa, Carlos III mandó a sus expertos a la búsqueda de un grupo de artesanos para dotar a la iglesia de Santa María de los Reyes, donde acudía con cierta regularidad a orar, de un pórtico majestuoso que debiera ser la envidia de propios y extraños. Los archivos municipales no contemplan el desembolso que se llevó a cabo, no hay documentos al respecto. Este monarca acuñó durante su reinado varios tipos de monedas, siendo el primero que plasmó las cadenas de Navarra en una de ellas.

La entrada se restauró y policromó en 1698 con «mucho coste y estimación»

Una larga obra

La iniciación de la obra arranca cuando agonizaba el siglo XIV. En la entrada del templo reina una gran actividad. El ruido que emiten los artesanos se extiende de norte a sur del pueblo. En esa época, se lleva a cabo un policromado medieval, rudo y sin excesivos alardes. Las figuras de Carlos III y su esposa se colocan en un sitial medio oculto, en el vértice de la derecha, a media altura de la gran capilla, sin ningún tipo de nomenclatura. Veinticinco años después se da por acabada la obra.

Los vientos que arrollan el devenir del tiempo siempre arrastran consigo a las gentes al mayor de los olvidos . Y cuando en el verano de 1698 se reúnen varios beneficiarios de la parroquia y un grupo de feligreses de Santa María con el objetivo de volver a policromar el pórtico, ennegrecido y erosionado por el transcurrir de las centurias, se marcan un propósito: restaurar también dos pequeños altares de los laterales dedicados a Santa Lucía y San Roque. El proyecto «es de mucho coste y estimación» y el precio total se calcula en dos mil ducados.

El 5 de septiembre de ese mismo año se firma el contrato de ejecución con el maestro Juan Francisco de Ribero y Arredondo y le instan como fecha para finalizar la obra para el 8 de Septiembre de 1702. Se le conmina al «cerramiento de las grietas en la piedra, emplastecer bien las uniones, que la calidad de los colores se debe realizar con aceite de linaza o de nueces, según los puntos de policromía, con carmines de Indias, con la finura de los de Florencia, prevaleciendo los azules, cenizas y finos esmaltes». Se sabe que tuvieron que apelar a préstamos en dos ocasiones por unos importes de 900 y 400 ducados. Cuando los orfebres de la piedra visualizan el atrio se sorprenden al ver a dos figuras -presuntamente, Carlos III y Doña Leonor- en sus peanas y sin identificación alguna. Eran unos desconocidos para todos, incluidos los presbíteros y el propio concejo y vecindario. Unos y otros desconocían los pasajes históricos de antaño.

Las tallas estaban emplazadas en un ángulo a la derecha del pórtico, aislados del conjunto monumental. Aquellos artesanos del siglo XIV cincelaron a la pareja real de forma más tosca y con menor detalle artístico que el resto de las figuras del elenco escultórico. A los restauradores de finales del XVII se les presentó un dilema: ¿Con qué nombre bautizamos a estas estatuas? Tuvieron una de esas muchas sutilezas de antaño. Al Rey le pusieron en la peana «Don Sancho» -en referencia a Sancho Abarca, uno de los posibles fundadores de la villa- y dibujaron en la base unas albarcas y su consorte pasó a engrosar parte de ese incógnito cosmos del olvido. Con la palabra 'Reyna', cincelada en la parte superior, se zanjaron sus incertidumbres.

Protección

El transcurrir del tiempo les hizo plantearse cubrir el atrio y preservarlo de la adversa climatología. En el siglo XVI, después de un arduo trabajo, se procede a dotarlo de una techumbre sin romper la armonía del gótico, y en la parte derecha se dejaron abiertas dos puertas, que más tarde fueron tapiadas, para acceder a los enterramientos de los difuntos donde estaba ubicado el campo santo, hoy llamada la Plazuela del Gaitero.

A principios del siglo XIX, con la guerra de la Independencia, las tropas napoleónicas asentaron su dominio en las villas y pueblos más pequeños de Rioja Alavesa y nadie se libró de sus pillajes. En Laguardia, usaron como cuartel el Pórtico de Santa María de los Reyes, donde hacían el rancho y sus consabidas juergas, con el correspondiente deterioro para el santuario. Con las guerras carlistas aconteció más de lo mismo. Muerte, destrucción y desolación. Además de derruir casas y buena parte de los castillos y muralla sembrando el pánico entre las buenas gentes.

Cuando el siglo XX caminaba hacia su ocaso (1983) se limpia el pórtico y surge con fulgor todo el arco iris de la policromía que había quedado oscurecida. Resultó una tarea ardua y costosa, sin embargo, todo volvió a resplandecer. Excepto las presumibles tallas del Rey Noble y Leonor de Trastámara, mecenas de una capilla alabada por los cofrades del arte medieval. Siempre gravitará alrededor del atrio un misterio insoslayable: ¿quiénes son en realidad esos personajes colgados en un rincón del pórtico? ¿Por qué distan tanto en su terminación y detalle del resto de las figuras?

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