Borrar
Josemi Benítez
El bilbaíno que batió el récord mundial de escribir pequeño

El bilbaíno que batió el récord mundial de escribir pequeño

Tiempo de Historias ·

Hace noventa años se desencadenó una fiebre por la «caligrafía microscópica» que tuvo especial repercusión en Bilbao, con su propio 'recordman'

Carlos Benito

Martes, 1 de marzo 2022, 01:09

A veces la hemeroteca nos permite reconstruir facetas de nuestro pasado que han quedado sepultadas por el tiempo y el olvido. A ver quién recuerda, por ejemplo, que en torno a 1930 se registró en España un inesperado fervor por lo que llamaban «caligrafía microscópica», es decir, el difícil arte de escribir más pequeño que nadie. Desde luego, no es un dato que suela aparecer en los libros de historia, centrados en aspectos menos caprichosos de la realidad. Y, por mucho que consultemos viejas ediciones del Guinness, tampoco sabremos que durante muchos años el récord de esa competida disciplina estuvo en Bilbao, o al menos eso defendieron contra viento y marea los vizcaínos de la época.

¿Qué ocurrió en 1930? La culpa fue de un alemán residente en España que anunció que, en una tarjeta de 14 por 9 centímetros, había conseguido embutir nada menos que 2.587 palabras manuscritas. Por algún motivo, el logro se entendió como un reto lanzado al mundo, porque ya se sabe que pocas cosas gustan más al ser humano que un desafío sin ninguna utilidad práctica, y no digamos ya si hablamos de un ser humano vasco. Ahí arrancó una especie de viaje alucinante hacia la letra en miniatura. El primer empujón lo dio Bartolomé Perales desde Alcalá, con 4.760 palabras en idéntico espacio. Y a partir de ahí ya entraron en escena los pundonorosos escribas vascos. El joven bilbaíno Erasto García metió en el tarjetón 5.725 palabras. Otro vecino de la capital vizcaína, José Aguirre, elevó el envite hasta las 6.200. Erasto, un poco picado por la irrupción de ese competidor cercano, alcanzó las 9.065 palabras. Y entonces intervinieron, ay, los guipuzcoanos, con un donostiarra, Víctor José Mendiola, que había copiado en la cartulina correspondiente cinco capítulos del 'Quijote', con un total de 9.406 palabras.

Ese fue el momento en que la competición se 'quijotizó', al adoptar la novela de Cervantes como idónea materia prima, y también se bilbainizó por completo. Juan García de Gurtubay, guerniqués afincado en la capital vizcaína, era un joven apoderado de una casa de comercio que tenía entre sus clientes a Erasto, uno de los protagonistas de esta contienda. «Mi patrón me animó a que le imitara, creyó que mi letra era como para poder hacerlo», relataba Juan años después a este periódico. Y, en otra entrevista, lo explicaba así: «Hago mi primera tarjeta a raíz de una embarcada de mi jefe, que apostó por mí sin yo saberlo».

Una estrella roja

El cumplidor Juan, de quien era bien conocida su vista portentosa, caligrafió cinco capítulos del 'Quijote' que sumaban 9.587 palabras. Erasto contraatacó con otros cinco capítulos más largos, hasta contabilizar 11.785. Y en ese momento Juan García de Gurtubay se dijo que ya valía, que la porfía estaba durando demasiado y había llegado la hora de ponerle un final grandioso: con una pluma especial que le preparó un óptico y sin necesidad de gafas, logró encajar en los 126 centímetros cuadrados de la tarjeta diecisiete capítulos del libro. ¡41.667 palabras! No contento con eso, decidió adornarse y escribió parte del texto con tinta roja, de manera que los trazos de este color dibujaban una estrella de ocho puntas en mitad del apretadísimo texto.

Así lo contaba El Noticiero Bilbaíno en febrero de 1931.

Con su proeza, Juan García de Gurtubay (rebautizado por la prensa como «el 'recordman' de la escritura microscópica») se condenó a salir a la palestra cada vez que alguien proclamaba una nueva marca con pretensiones de globalidad. Este periódico lo entrevistó en 1964, en 1972 y en 1982, siempre con ocasión de algún éxito microcaligráfico ajeno: que si un alemán había escrito 580 palabras en el reverso de un sello de correos, que si una alemana había copiado veinte estrofas de Schiller en paginitas de siete por siete milímetros, que si un donostiarra (¡otro!) había encajonado un padrenuestro en unos cuantos milímetros cuadrados...

Juan y sus interlocutores siempre llegaron a la conclusión de que ninguno de esos esfuerzos lograba superar al ya mítico tarjetón, que el periodista Carlos Barrena describía así en su texto de mediados de los 60, junto a una foto que permitía distinguir más bien poco: «Yo he tenido en mis manos esa tarjeta. La verán ustedes en el periódico, debidamente enmarcada, pero solo podrán apreciar una superficie uniformemente oscura. Claudio-hijo [fotógrafo de este diario], sin ayuda de nada, logró leer alguna palabra. Pero con lupa y paciencia se puede leer muy bien. La escritura es perfectamente limpia».

El Guinness nos explica hoy que, en marzo de 2009, dos investigadores de la Universidad de Stanford fueron capaces de escribir con pixeles subatómicos de 0,3 nanómetros, disponiendo moleculas de monóxido de carbono sobre una superficie de cobre y aplicando un flujo constante de electrones, o algo así. Aseguran que, con ese procedimiento, los 32 volúmenes de la Enciclopedia Británica se podrían imprimir dos mil veces en la cabeza de una chincheta. Y todo eso es asombroso, qué duda cabe, pero algunos a lo mejor seguimos prefiriendo el bilbainismo quijotesco y artesanal de Juan García de Gurtubay y su tarjetón.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo El bilbaíno que batió el récord mundial de escribir pequeño