En el otoño de 1874 el sitio de Bilbao, levantado el Dos de Mayo, comenzaba a convertirse en un recuerdo mítico, una de las señas de identidad de «la villa invicta», pero la guerra proseguía. En un primer momento, se había desplazado hacia Navarra, donde ... resultó muerto el general Concha, marqués del Duero, que había encabezado la liberación de Bilbao. Tras su fallecimiento, se retiraron las tropas liberales del cerco de Estella. En noviembre los principales acontecimientos bélicos se producían en Gipuzkoa, pero también el estado de guerra afectaba a Bilbao.
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Así, por ejemplo, hacia el 10 de noviembre hubo un tiroteo entre el destacamento liberal del monte Avril «y varios grupos facciosos que se hallaban en un caserío inmediato». Resultado: algunos muertos, varios heridos, de los que dos acabaron en el hospital bilbaíno. Por aquellos días, partidas carlistas «estorbaban» el paso a Bilbao por Alonsótegui -el entorno bilbaíno distaba de estar pacificado- y se decía que se había internado por las Encartaciones la columna de general Villegas. Según los rumores, el batallón de Sarasola, que estaba en Galdakao, proyectaba marchar hacia Irun, a apoyar a los suyos, que estaban necesitados aunque atacaban aquella población.
No eran los apuros del sitio y de los meses de la batalla de Somorrostro, pero no había regresado totalmente la tranquilidad. Los carlistas dominaban casi todo el territorio vizcaíno y lo hacían con agresividad: imponían multas y exacciones a los liberales, y, en general, subían los impuestos, cada vez más gravosos según aumentaba la duración de la guerra. «En Guernica, Durango y Marquina continúan los carlistas llevando con todo rigor los embargos ordenados y las multas impuestas a los liberales». Quienes no pagaban quedaban inmediata y totalmente desahuciados. Publicó la prensa, también -aunque parece exageración-que «el ayuntamiento de Baracaldo había sido llevado a Valmaseda por haber proporcionado carne de oveja en vez de carne de vaca, como le habían requerido».
Sí parece cierta, en cambio, la noticia de que en Bilbao seguían refugiándose muchas familias del campo «cansadas de sufrir las exacciones de los facciosos». Incluso la emperatriz Eugenia, la viuda de Napoleón III, había sido objeto de requerimientos impositivos, puesto que el administrador de su posesión de Arteaga recibió el aviso de que, de no hacerse efectiva la cantidad que se le requería, se talarían los árboles de la finca.
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Pese al dominio territorial del carlismo y a la simpatía ideológica de amplios sectores, perdía apoyos, por el cansancio la guerra y porque ésta parecía haber llegado a un punto muerto, en el que el carlismo seguía resistiendo y dominando a gran parte del País Vasco, pero no parecía capaz de ganar la guerra. En la peculiar manera de buscar información que había en aquella época, el periódico bilbaíno Irurac Bat publicó a mediados de noviembre que habían preguntado a una campesina de los alrededores -como si pudiese saber los planes de la dirección del carlismo- acerca de «los rumores sobre los próximos proyectos que circulaban entre los carlistas»; contestó, como si lo supiese, «que por ahora no tenían ninguno, que cuando saliesen los alfonsinos entonces ganarían». Parece reflexión demasiado sofisticada para una aldeana que sólo podría oír vagos rumores, pero la contestación (la que hizo o le atribuyeron) se refería al problema político del momento, cuando se hablaba de la posible vuelta de los Borbones en la persona de quien sería Alfonso XII, y a la confianza carlista de que esa sería su gran ocasión política.
De momento, en Bizkaia al carlismo le quedan varias partidas y el dominio político de todo el Señorío salvo Bilbao y Portugalete, pero también llegaban las defecciones y la necesidad de aumentar coactivamente la presión fiscal. Bilbao, por su parte, estaba construyendo nuevas defensas, para evitar un nuevo ataque, que, desde luego, parecía cada vez más difícil, lo que no impidió que los carlistas quemaran un caserío junto al fuerte del monte Banderas.
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Desde los primeros días de noviembre la principal iniciativa militar de los carlistas tuvo lugar en Gipuzkoa, cuando sitiaron Irun, cerco que comenzó el día 4. Fue un ataque con gran despliegue artillero: el primer día cayeron más de mil granadas y 59 bombas. El enfrentamiento, enconado, tuvo una vertiente peculiar: desde el otro lado del Bidasoa lo contemplaban miles de personas, según la prensa, como si fuese un escenario, con espectadores que no estaban exactamente pasivos. «Cada vez que caía una bomba en el pueblo aplaudían en Francia algunos». Serían los simpatizantes del carlismo; los liberales refugiados al otro lado de la frontera se entusiasmaban cuando avanzaban las tropas gubernamentales: «los espectadores de la orilla del Bidasoa no pudieron menos que saludar con una nutrido aplauso a los batallones de cazadores, que a pesar del fuego del enemigo ascendieron a San Marcial sin disparar un tiro y arma al hombro como una formación». El espectáculo de la guerra contemplado sin riesgo ni imparcialidad.
No duró mucho el enfrentamiento de Irun, pues el día 11 entró en la población el general Loma, a la cabeza de 1.200 soldados. Siguieron días de enfrentamientos en San Marcial y el entorno de Irún, en los que los carlistas se batieron en retirada. Según los rumores, marchaban hacia Estella, pero algunos abandonaron la facción y las tropas guipuzcoanas ponía reparos en abandonar la provincia. Las familias bilbaínas refugiadas en Hendaya y Baiona donaron al hospital de Irún material sanitario.
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El carlismo subsistía, pero se agudizaron las tensiones internas. «Gran marejada reina entre los jefes directores del carlismo. Todos desconfían de todos». Por otra parte, el gobierno dificultaba el aprovisionamiento de armas carlistas, mientras lograba enviar proyectiles y municiones para los fuertes que se alzaban en la zona de Irún, además de que por aquellos días llegaron a España 20.000 fusiles Remington, procedentes de Estados Unidos.
Los acontecimientos de Gipuzkoa se dejaron sentir en Bilbao. Según la prensa madrileña, que en esto reproducía la bilbaína, «entre los carlistas de Vizcaya había gran desaliento, por efecto de las grandes pérdidas sufridas por sus correligionarios de Guipúzcoa, que ellos mismos confiesan».
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Poco a poco, volvían las preocupaciones locales por sus actividades económicas: si el Banco de Bilbao podría subsistir con los cambios financieros de aquel año, y el relanzamiento del tráfico minero, con los por entonces habituales accidentes frente a Portugalete. Se perdió un vapor inglés el 16 de noviembre, cargado de mineral, que no logró cruzar la barra. No había mala mar, pero varó al salir. Afortunadamente, se salvó toda la tripulación, pero quedaron a la espera de que las olas acabaran con el barco.
En aquellos días en que se vivía entre la guerra y la paz se entremezclaban noticias de este tenor, que hablaban de la difícil recuperación de la actividad económica, con las que daban cuenta de las actividades carlistas. Definitivamente, la partida de Sarasola, que estaba en Galdakao no fue a Irun, sino que marchó hacia las Encartaciones. Se supo también que el jefe de la partida de Alcate maltrató en Orduña a una joven que iba a Bilbao. No había vuelto la normalidad.
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