Algunos bilbaínos criticaron que en los meses que duró el sitio carlista no hubiera ningún intento de romperlo desde dentro. También hubo carlistas que se quejaron de que en ningún momento habían intentado entrar en la villa, limitándose a bloquearla, bombardearla y buscar la rendición ... de Bilbao por hambre o agotamiento. Ninguno de los críticos tenía razón, ni liberales con los suyos ni los carlistas, que imaginaban entrar en la plaza por las armas. En 1874, los armamentos modernos -fusiles Remington con rápido disparo y artillería- hacían imposible entrar o salir de Bilbao en una operación militar directa, salvo si hubiese una gran superioridad sobre el otro bando, que no existía.
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En realidad, el destino de Bilbao, y de la guerra, dependía de qué sucediese en el enfrentamiento entre el ejército carlista y el liberal en el occidente de Bizkaia. Los carlistas habían conseguido resistir las dos primeras batallas de Somorrostro, en febrero y marzo, si bien la segunda ocasión lo hicieron a duras penas, y hubo dirigentes que propusieron abandonar las trincheras y levantar el sitio de Bilbao. A finales de abril se produjo el tercer enfrentamiento. Esta vez fue muy distinto a los anteriores. Los liberales lo planificaron cuidadosamente, con más tropas, que dedicaron semanas a la instrucción y preparación. A la cabeza estaba el general Serrano, presidente del poder ejecutivo de la República, si bien no llevó el peso de la operación, papel que correspondió al general Concha. Aumentaron el número de tropas, con dos alas que sumaban cada una unos 20.000 hombres, en tres cuerpos de ejército, y dispusieron de más artillería, además de la que contaban los buques de la armada, que también dispararon a las trincheras carlistas.
La táctica fue radicalmente diferente a las ocasiones anteriores, cuando el combate consistió en sucesivos asaltos al centro de las defensas carlistas, básicamente San Pedro de Abanto, en enfrentamientos en que se llegaba al cuerpo a cuerpo, confiando los liberales en desbordar las líneas enemigas por el lado más fuerte.
La táctica de abril, muy distinta, era posible por la superioridad numérica. Los liberales advirtieron que los carlistas no tenían capacidad de cubrir el frente desde Balmaseda a Somorrostro, por lo que cabía atacarles por los flancos menos preparados. El peso del combate lo llevó, por la parte liberal, la parte del ejército que mandaba el general Concha, que desplegó sus tropas hacia el sur, formando un frente amplio, con el que amagó distintos ataques. Mientras, Serrano dirigía las tropas por el flanco izquierdo, desde Castro Urdiales a Somorrostro y después hacia Portugalete. Como maniobra de distracción, dirigieron disparos de cañón hacia Montaño, Abanto y Santa Juliana. Sin embargo, lo importante era lo que sucedía en el ala derecha.
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El momento decisivo fue cuando hacia el mediodía del 27 de abril comenzaron a atacar el alto de las Muñecas las tropas de Concha desde Otañes, recién ocupado. Lo consiguieron tomar tras una batalla cruenta, que costó a los liberales unas 500 bajas, un gran número, bien que mucho menor que en la acción fracasada del mes anterior. Hubo sucesivas oleadas, un contraataque carlista tras caer sucesivamente las trincheras que defendían el alto, la llegada de tropas liberales de refuerzo y la amenaza de que la posición quedase flanqueada. Los mandos carlistas pidieron cuatro batallones para reforzar la defensa, pero sólo llegaron dos. «Era un día de bochorno terrible. Los soldados fatigados, sin comer ni beber. Algunos les daba esa sonrisa de desfallecimiento. Algunos carabineros, hombres de edad, fallecieron asfixiados». Así relataron la toma del alto de las Muñecas. A la tarde del día 28 las tropas carlistas tuvieron que replegarse.
Algunos carlistas reprocharon al general Andechaga haber dispuesto las tropas sin tener en cuenta las exigencias del nuevo armamento, formando aquí trincheras mal diseñadas. Probablemente tenían razón los críticos que aseguraron que el ejército carlista, de menos efectivos que el enemigo, cometió el error de defenderse de forma dispersa: «Por querer oponerse a todos, no tuvieron resistencia en ningún lado».
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El día 29 de abril las tropas gubernamentales llegaban a Sopuerta y Galdames. En la acción de las Muñecas había resultado muerto Andechaga, el general carlista que habría podido montar otra línea de trincheras en Castrejana. Para los carlistas era imposible resistir tras perder las Muñecas, por carecer de más trincheras, escasear la munición y no poder reponer las pérdidas humanas con tropas de refuerzo. La retirada era su única alternativa y está implicaba levantar el sitio.
El 1 de mayo por la tarde las primeras tropas gubernamentales llegaban hasta Santa Águeda, arriba de Castrejana, ya cerca de Bilbao. Casi a la vez, el ala izquierda, la que mandaba Serrano, ocupaba Portugalete.
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A todo esto, en Bilbao no tenían una idea cabal de qué estaba sucediendo. El día 1 de mayo atisbaron que tropas carlistas parecían desplazarse por el monte hacia la zona de Durango, por lo que empezaron a pensar que se acercaba la liberación, si bien no sabían interpretar bien los disparos que se notaban desde el Abra. Además, el bombardeo de Bilbao continuó hasta la medianoche del 1 de mayo. Serrano había tomado Portugalete y ordenó 21 disparos de cañón, por si en la villa los oían y sabían entender el mensaje. Al menos, los bilbaínos intuyeron que estaban cambiando las cosas. Cuando vieron luces en Santa Águeda, interpretaron correctamente que eran del ejército liberal. Tres bilbaínos, cautelosamente, marcharon hasta allí, comunicando al general Concha que, según habían comprobado, los carlistas habían abandonado Castrejana y quedaba expedito el camino hacia Bilbao. Concha comunicó la nueva a Serrano, quien le autorizó a entrar en la villa.
Al amanecer del 2 de mayo los bilbaínos se lanzaron a la calle. Rápidamente se corrió la voz. Los carlistas habían desaparecido de los montes cercanos, el sitio había terminado.
A las cinco de la tarde del 2 de mayo entraron en Bilbao los 20.000 hombres de Concha. Lo hicieron por el puente viejo, el único que había quedado más o menos utilizable (aunque muy dañado: tuvieron que derruido pocos años después). Voltearon las campanas y los bilbaínos los recibieron con entusiasmo, aclamándolos como ejército liberador. Sin embargo, según algún testigo faltó la euforia de la liberación de Espartero. Podía la sensación de cansancio, tras tantos meses de encierro y escasez. Alguno expresó el temor a que se alojasen en Bilbao 20.000 soldados, que habría que mantener. De momento, no les vino mal tener que acoger soldados, pues estos traían rancho – «pan, bacalao y otros comestibles»- que compartieron con las familias.
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A las siete de la tarde llegó a Bilbao, en un vapor, el general Serrano. Formaban en el Arenal las tropas que habían defendido Bilbao, incluyendo los Auxiliares -los milicianos bilbaínos que se habían movilizado-; entre ellos estaban los veteranos de la primera guerra carlista, enarbolando la bandera que les regaló en 1836 Isabel II. Celebraban lo que bien se podía entender como una victoria espléndida: la resistencia de la villa en 1874 fue el mayor fracaso de los carlistas en esta guerra. Siguieron combatiendo dos años más, amenazaron con volver, pero no lo consiguieron y continuaron sin un objetivo militar bien definido.
Los bilbaínos pudieron por fin regresar a sus casas, en muchos casos con la necesidad de limpiar los escombros y de reconstruir la vivienda. Al día siguiente llegaron de Santander los primeros vapores con vituallas. El entusiasmo por su resistencia de 1874 se incorporó a la memoria de la villa. La sociedad El Sitio mantendría la llama de la defensa de la libertad.
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