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Pocas cuestiones hay de mayor actualidad que el cambio climático, tema de estudio para los científicos y de enfrentamiento para los políticos. Mientras en Bakú, Azerbaiyán, se discute de ello en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2024, aquí, en ... España, los expertos apuntan a la relación del calentamiento con la dana catastrófica que ha costado más de 200 vidas en Valencia. Pero el que el mundo vive ahora no es el primer cambio climático de la historia, ni mucho menos. De hecho, es el último de una larga sucesión de ellos.
«La paleoclimatología se dedica a reconstruir el clima del pasado y su evolución», explica Francisco J. Jiménez Espejo, científico titular en el Instituto Andaluz de Ciencias de la Tierra (CSIC), uno de los investigadores que participa en el número que la revista 'Arqueología & Historia' (ed. Desperta Ferro) ha dedicado a los cambios climáticos en la historia.
Bucear en el clima del pasado es complicado. «No disponemos de la clase de datos que se usan actualmente, datos precisos temperatura, de precipitación y otros obtenidos con instrumentos precisos o satélites». Hay que recurrir «a las aportaciones de diferentes disciplinas, de los geólogos, climatólogos, arqueólogos e historiadores». Por un lado, «se pueden observar los registros fósiles, las acumulaciones de sedimentos en los lechos marinos, el crecimiento de los espeleotemas en las cuevas o las marcas de crecimiento de los árboles». Por otro, se pueden estudiar las fuentes escritas, si las hay, o los indicios en los restos arqueológicos.
Cuando se habla de este fenómeno en tiempos remotos es casi inevitable pensar en las glaciaciones, grandes fases frías producidas, al parecer, por variaciones de la órbita terrestre que afectan a la irradiación solar. Al pensar en las glaciaciones imaginamos mamuts, renos y rinocerontes lanudos corriendo en una versión gélida lo que ahora es nuestro entorno. «Cuando pensamos en cambios glaciares e interglaciares, estamos moviéndonos en miles de años», comenta Jiménez Espejo. En el caso del norte de la península ibérica «esa zona es de especial interés durante las glaciaciones, porque aunque nunca llegó a estar cubierta de hielo, la fauna ártica dominaba en la región. Encontramos restos de antílopes saigas, que ahora viven en las estepas del Asia Central, cerca de Pamplona. Pero al mismo tiempo que toda la fachada cantábrica estaba dominada por esa fauna ártica, si te ibas un poco más al sur, había fauna como la que hay ahora, fauna mediterránea, con ciervos y cabras montesas». En ese momento de la glaciación «la península ibérica era un auténtico refugio climático, había especies que ahora están separadas por miles de kilómetros, entonces estaban conviviendo prácticamente una al lado de la otra».
Desde que se inventó la escritura y hay registros históricos, nos encontramos con otra fuente de información de la evolución del clima del pasado: los testimonios de quienes lo vivieron. Un ejemplo es la famosa Estela del Hambre, en la isla de Sehel, en Egipto, en la que se recuerda la sequía y el hambre que asoló la región durante siete años en tiempos de faraón Zoser, que reinó de 2682 a. C. a 2663 a. C. ¿Pero antes, cuando no había relato escrito?
«Cuando no hay escritura, la arqueología te permite conocer otros indicios. Una forma, es ver la ocupación de los yacimientos». Cuando una población decide migrar o abandonar una zona y asentarse otra, «suele haber muchas causas y el clima puede ser una importante. Pero –advierte el experto– tampoco podemos decir que todo lo que ocurre en los movimientos poblacionales o en la historia dependa del clima». No hay que convertirlo en un comodín para simplificar procesos históricos complejos. «Si hay un cambio en la dinámica de una civilización o sociedad, y vemos que los registros climáticos no señalan nada realmente significativo, no se puede atribuir ese cambio al clima».
A nuestra época le ha tocado vivir un calentamiento global, que es antropogénico. ¿Pudo influir el ser humano también en alguno de los cambios del pasado? «Hay que tener en cuenta la escala a la que se habla», matiza Jiménez Espejo. Este tipo de cambios generados por la acción humana «siempre han tenido un impacto a escala local y regional. Lo que vivimos ahora es un cambio planetario, el más homogéneo que se ha visto nunca».
Jiménez Espejo pone un ejemplo de cambio local producido por la acción humana. «A escala local la presencia de árboles tiene mucha importancia, porque los árboles provocan la condensación y que haya más lluvia. Si se deforesta una zona y no se deja ni un árbol, lo que se observa es que afecta a la precipitaciones. Esto lo comentaba Colón en sus viajes, cuando cuenta que la isla de Madeira, en la que hubo muchos árboles pero apenas llovía después de que los cortaran».
Uno de los estudios que publica Jiménez Espejo en este número de 'Arqueología e Historia', escrito en colaboración con el prehistoriador Rafael Garrido Pena, se centra en el evento climático del año 4200 antes del presente, que suele mencionarse por sus siglas en inglés, '4.2 ka BP event'. No es muy conocido –a nivel popular– pero «es el gran cambio más importante hasta la actualidad». Afectó al hemisferio norte y no sabemos cuál fue su factor desencadenante. ¿Y qué es lo que provocó? Lo que vemos en los registros es que sobre todo cayó la precipitación de invierno. O sea, dejó de llover el invierno». El Sáhara, que todavía era un ecosistema de sabana, de pastos, con vegetación, empezó a colapsar. Se dieron grandes desplazamientos de poblaciones. La mencionada Estela del Hambre se refiere a este periodo.
Mientras el evento causaba hambrunas en Egipto y la escasez de lluvias llevó al colapso urbano de la civilización del Indo, en la Península Ibérica también se dejó notar. Por ejemplo, se abandonaron los grandes poblados y centros rituales del valle del Guadalquivir, y en Portugal desaparecieron amplios asentamientos fortificados y los recintos con fosos monumentales. «Otro fenómeno interesante fue el cambio de las técnicas de extracción de sal. Se abandonaron las salinas costeras por las de interior. Se desarrolló el briquetaje, un procedimiento muy laborioso que consiste en recoger en recipientes de cerámica el agua salada obtenida de manantiales salinos. Después se calentaba, sin llegar a hervir, y se obtenía la sal rompiendo los recipientes. «Era muy complicado». «Nosotros interpretamos que la agricultura todavía incipiente, se vino abajo por la sequía y aumentó la ganadería, disparando la necesidad de sal, que se requiere para alimentar el ganado, preservar los productos cárnicos o fabricar queso». Jiménez Espejo y Rafael Garrido señalan en su estudio que no debió de «ser un buen momento para los individuos que no podían procesar la lactosa. De hecho, su señal genética desaparece a partir del evento 4.2 ka junto con el gran cambio del componente poblacional masculino y la llegada de la ancestría genética de las estepas euroasiáticas».
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