Por la propagación de bulos y la falta de prensa, que no se publicó durante tres días, los bilbaínos vivieron los acontecimientos de octubre de 1934 como «una confusión caótica», según resumió 'El Noticiero Bilbaíno' cuando volvió a salir el 9 de octubre. La huelga ... había sido convocada para el viernes 5 de octubre y tuvo un seguimiento amplísimo. Era más que una huelga: buscaba un cambio revolucionario. La víspera circulaban por la villa y la margen izquierda patrullas de la Guardia Civil y camiones de los guardias de asalto. Se preveía un enfrentamiento violento entre el Estado y grupos obreros.
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Fue un momento crítico en la historia de la Segunda República. En las elecciones de noviembre/diciembre de 1933 había ganado la derecha, en una república que se veía como de izquierdas y laica. El más votado fue la CEDA, un partido católico reticente a la República. Quería revisar la legislación progresista del periodo anterior y rectificar la marcha del régimen. De momento, no entró en el gobierno, presidido por Samper, del Partido Republicano Radical.
Las izquierdas vieron en el avance de la CEDA la versión española del ascenso del fascismo. Hubo socialistas que creyeron que llegaba el momento de la revolución social, dejando de colaborar con «la democracia burguesa». Algunos dirigentes socialistas se plantearon tomar el poder por la fuerza. Tampoco los nacionalistas estaban satisfechos, por el parón autonomista.
El 1 de octubre de 1934 Lerroux formó Gobierno, con tres ministros de la CEDA. Al coincidir la ofensiva antirrepublicana de la derecha y la radicalización socialista. estalló la revolución de octubre del 34, desencadenada por el PSOE. Tuvo el apoyo del PCE y de Esquerra Republicana, pero no de la CNT, salvo en Asturias. El movimiento revolucionario se produjo del 5 al 12 de octubre. En la mayor parte de España no tuvo el impacto buscado, pero en Asturias se convirtió en un movimiento insurreccional, lo mismo que en algunas poblaciones vascas: Eibar, Mondragón y la margen izquierda, aunque no Bilbao, donde sin embargo hubo huelga y tensiones. En Cataluña el movimiento fue una especie de pronunciamiento civil, de apenas diez horas, cuando Companys proclamó la República catalana dentro de la República federal española.
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En algunas localidades del País Vasco se produjeron ataques a puestos de la Guardia Civil, cortes de comunicaciones y ocupación de edificios oficiales. El movimiento adquirió caracteres revolucionarios en poblaciones netamente obreras.
En Bilbao los enfrentamientos fueron menos enconados pero la huelga fue completa. «A media mañana, el cierre era casi general». Las fábricas, talleres y tranvías pararon, el comercio cerró, en parte por presión de los huelguistas. Sólo transitaban algunos tranvías, servidos por guardias de asalto. «El tren de Munguía paró en Luchana y las lecheras y aldeanas que en él venían con géneros a nuestra villa hubieron de quedarse allí con ellos, por impedirles continuar el viaje algunos huelguistas». Abundaron los actos de sabotaje, el teléfono quedó cortado. El gobernador civil cerró centros obreros: el Círculo Socialista de la calle San Francisco y las sedes sindicales de socialistas, anarquistas, comunistas y nacionalistas. Aumentaron las tensiones cuando se produjo un enorme estallido en Iturribide: fue en la ebanistería de Ernesto Pérez Pera, donde tenía 400 pistolas y «gran cantidad de explosivos». A consecuencias de la explosión perdió ambas manos. Fue un socialista políticamente activo durante la guerra civil, se exilió después en Francia, de donde pasó a Casablanca y en 1942 a México, de donde no volvió hasta 1957.
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La declaración que hizo el gobernador civil de lo que ocurría en Bilbao tiene interés. Aseguraba que triunfaba la huelga por «el lamentable egoísmo de la masa ciudadana, del comercio especialmente, (...) colaborando así, por acción o por omisión, por miedo o por interés, con una acción francamente revolucionaria». En realidad, la mayoría de la población seguía la huelga o se inhibía, pero disentía de las acciones armadas, a cargo de los grupos obreros más radicalizados.
Aún así, las fuerzas de Asalto y la Guardia Civil se veían desbordadas. Se movilizó al Ejército para apoyarlas y garantizar el suministro de artículos de primera necesidad, una de las principales preocupaciones gubernamentales.
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Las jornadas conflictivas se convirtieron en Bilbao en una lucha por el control de la vida cotidiana entre grupos obreros y las autoridades. Hubo abundantes enfrentamientos: el de la calle de la Estación del sábado se saldó con algún herido. Algunos grupos fueron retenidos; en uno de veinte localizaron siete pistolas. También encontraron cajas con 83 bombas en la residencia de los Luises, donde había un guarda socialista.
A medianoche del sábado se declaró el estado de guerra. Por la noche se oyeron tiros aislados, desde las azoteas, al presentarse la fuerza pública, que respondió con mosquetes y fusiles.
Esta fue la tónica bilbaína mientras duró la huelga, incluso cuando fueron desplazadas a la villa tropas desde Burgos, Logroño y Vitoria. Las autoridades habilitaron puntos para el reparto de pan, en los mercados y en la plaza de toros. Se formaron grandes colas desde las cuatro de la mañana y la concentración multitudinaria fue ocasión para enfrentamientos entre los guardias y los revolucionarios, con cargas policiales y estampidas de gente. Hubo explosiones aisladas, tiroteos en Atxuri, Conde de Mirasol y la Ribera, con algunos muertos.
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El lunes se relajó algo la tensión en Bilbao. Se dijo que la situación se normalizaba, pero el gobernador militar llegó a pedir que se despidiera a quienes no acudieran al trabajo. No circulaban los trenes de las márgenes de la ría y sólo lo hacían nueve tranvías. Aun así, los comercios comenzaron a abrirse y llegó un tren de Santander con leche, para asegurar el abastecimiento. No obstante, hubo tiroteos en San Francisco (Tres Pilares), calle Concepción, Urazurrutia o Atxuri. Sin embargo, los revolucionarios no llegaron a contar con un apoyo masivo para la acción insurreccional.
Otra cuestión es lo que sucedía en la margen izquierda y las minas. Por los montes mineros circulaban grupos armados, aunque no llegaron a estallar grandes enfrentamientos. Las mayores tensiones vizcaínas se produjeron en Portugalete: el sábado estuvo dominado por los socialistas armados, que se hicieron con el Ayuntamiento y edificios públicos, dominando la población durante más de 24 horas. También hubo incidentes en Barakaldo, donde intentaron tomar el cuartel de la guardia civil, así como en Sestao, con alguna bomba aislada, intentos de levantar las vías del tranvía y barricadas en la carretera para dificultar el paso de las fuerzas armadas hacia Portugalete.
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Los incidentes más graves ocurridos en el País Vasco tuvieron lugar en Gipuzkoa, particularmente en Eibar -con asaltos a armerías y colocación de metralletas en la Escuela de Armería y la Casa del Pueblo- y, sobre todo, Mondragón, ocupado por los obreros, que proclamaron una «república socialista vasca» y el «comunismo libertario», con incautación de fábricas y la orden de suspender la circulación del dinero. Allí resultó asesinado el diputado tradicionalista por Vizcaya Marcelino Oreja Elósegui, que había sido retenido como rehén.
A partir del martes las fuerzas armadas fueron recuperando el control de la situación, aunque durante varios días hubo tiroteos, asaltos y explosiones. La revolución se prolongó en Asturias hasta el 12 de octubre, tras la intervención militar. El movimiento había costado unos 1.500 muertos y fracasó. Mal preparado, no estaban claros sus objetivos reales y había serias discrepancias sobre qué se buscaba, pues algunos aspiraban a la revolución social y otros a volver a la república de 1931.
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