Entre los innumerables actos y ceremonias que se sucedieron tras la muerte de la reina Isabel II de Inglaterra, hubo un protocolo tradicional que quedó en un segundo plano pero que no dejó de llamar la atención por lo pintoresco: el apicultor real, John Chapple, ... comunicó de manera oficial el fallecimiento de la monarca a sus 20.000 abejas, repartidas en varias colmenas. El acto puede parecer raro, pero corresponde a una tradición que fue muy extendida en Europa y que, de hecho, se practicó en diversos puntos del País Vasco y Navarra hasta comienzos del siglo XX, como recogieron en sus estudios Julio Caro Baroja, Resurrección María de Azkue y José Miguel de Barandiaran, entre otros.
Ethel Eva Crane, una matemática y doctora en física nuclear que dejó su carrera científica para consagrar su vida al estudio de la apicultura, contaba en su libro 'A book of honey' que el rito de anunciar a las abejas la muerte de su propietario u otro acontecimiento familiar, fue una de las costumbres más extendidas de todas las relacionadas con estos insectos. «A menudo se da por sentado que esta tradición, como tantas otras, es una supervivencia de las prácticas primitivas precristianas», escribía. Así lo consideraba Wilhelm Giese, que veía el origen de estos rituales en la percepción que se tenía de las abejas en el mundo antiguo como psicopompos, o portadoras de almas. Pero, de nuevo según Crane, una exhaustiva investigación «en las principales fuentes de la cultura apícola de la Europa primitiva, medieval y renacentista, no pudo encontrar ninguna prueba de ello». La cita más antigua que se localizó sobre esta costumbre figura en un texto alemán del siglo XVI. Las referencias se multiplican en el XVII, cuando aparece un elemento del ritual que se ha repetido en el caso de las abejas de Isabel II y que también se documenta en el mundo vasco: «Las colmenas se ponían de luto con crespones» o velos negros.
El apogeo de este rito en casi todo Europa se vivió durante la primera mitad del siglo XIX -cuando llegó a pasar a América-. Después fue remitiendo hasta desaparecer (casi) del todo hacia 1950. «El principio básico que subyace a esta práctica parece ser el reconocimiento de que las colonias de abejas de la familia son miembros del hogar». Así parecía ser también en el mundo tradicional vasco. Según se recoge en el monumental 'Atlas etnográfico de Vasconia', elaborado por los Grupos Etniker, «ha sido costumbre comunicar el fallecimiento de los miembros de la familia a los animales domésticos, ya que en cierto modo éstos también forman parte del grupo doméstico. La casa, en definitiva, es una comunidad integrada por los seres vivientes que la habitan, tanto las personas como los animales», se lee en el volumen dedicado a los 'Ritos funerarios en Vasconia'».
Entre los animales que solían ser informados de los óbitos destacaban las abejas. En cuanto al ritual en sí, en el mundo rural vasco se llevaba a cabo con diferentes variantes locales, pero todas con paralelos en otros lugares de Europa. En algunas localidades solo se informaba de la muerte del señor o la señora de la casa. En otras, sobre cualquier defunción en la familia. La noticia se decía en susurros o en alta voz; una o varias veces; y generalmente con una fórmula sencilla: «Nagusia hil da» (el amo ha muerto), «etxeko andrea hil da» (ha muerto la señora de la casa).
Velo y crespones
En algunos casos, se hacía dando tres toques previos sobre la colmena; en otros, tras cubrirla con un velo o con crespones -así se hacía en algunos caseríos de Bermeo o Meñaka, por ejemplo-. En algunos ejemplos más, había que girar la colmena al paso del cortejo fúnebre camino del camposanto. Siempre se trataba con respeto a las abejas, según varios testimonios, dirigiéndose a ellas como «andereak», señoras.
Como en Alemania, Francia o Inglaterra, se consideraba que no realizar esta comunicación podía acarrear que las abejas enfermaran, dejaran de hacer miel o se murieran. Cumplir este acto, sin embargo, garantizaba que los enjambres mantuvieran su tarea e incluso fabricaran más cera, que se utilizaría en las velas para alumbrar las sepulturas familiares. Caro Baroja recogió en Bera (Navarra) una fórmula rimada en la que se les pedía esto último a las abejas: «Erletxuak, erletxuak, egizute argizaria, nagusia hil da, ta behar da elizan argia», esto es «abejitas, abejitas, haced cera, el amo ha muerto y en la iglesia hace falta luz».