
El crimen de los portadores del féretro en Erandio
«¡No nos matéis!» ·
Una cuadrilla de jornaleros aceptó retirar el cadáver de una mujer víctima de la viruela, pero al día siguiente regresaron a la casa para robarSecciones
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«¡No nos matéis!» ·
Una cuadrilla de jornaleros aceptó retirar el cadáver de una mujer víctima de la viruela, pero al día siguiente regresaron a la casa para robarEl 13 de agosto de 1892, a eso de las diez de la mañana, cuatro jóvenes sacaron un ataúd de la casa de Astrabudua donde ... residían Francisco Azcorra y su cuñada María Manuela Larrondo. Los portadores del féretro no tenían ninguna relación de parentesco con la fallecida, ni siquiera habían llegado a conocerla en vida: se trataba de una criada que había sucumbido a la viruela, de manera que nadie en su entorno se había atrevido a retirar el cuerpo por miedo al contagio. El alguacil del barrio de Desierto buscó a cuatro humildes jornaleros –tres gallegos, todos ellos de la provincia de Lugo, y un leonés– que, a cambio de una paga de veinte reales por persona, se prestaron a ocuparse de la temida tarea. «Después de ser obsequiados con una botella de jerez, trasladaron el cadáver al cementerio de Erandio», recogió el vespertino 'El Nervión'. Nadie en la casa esperaba tener más contacto con la cuadrilla, pero tres de ellos regresaron a la casa al día siguiente con ánimo de robar y, en su violento asalto, mataron de una cuchillada a Francisco.
¿Qué ocurrió? Las crónicas sobre el caso hacen constar que los cuatro hombres –Benigno Méndez, Antonio López, José Vázquez y Juan Francisco Martínez– intentaron varias veces cobrar el dinero prometido, sin éxito. En tres ocasiones acudieron al domicilio del alcalde de Erandio, según les habían indicado, y siempre se marcharon de vacío. Los veinte reales equivalían, por ejemplo, a casi dos jornadas de trabajo de Benigno, de 32 años y el mayor de los cuatro, que ganaba 29 céntimos por hora en la cantera de Axpe, con turnos de diez horas. No obstante, nunca quedó claro si fue ese el detonante de su acto delictivo o si, simplemente, en su fugaz paso por la casa habían percibido algún signo de riqueza que despertó su codicia.
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El 14 de agosto, entre siete y ocho de la tarde, Francisco estaba en la cocina con María Manuela Madariaga, madre de la difunta, cuando irrumpió un intruso y se abalanzó sobre el dueño de la casa. «Le sujetó fuertemente del cuello, derribándole al suelo, y le infirió, con una faca o navaja (...), una herida que, llegando a penetrar en el ventrículo derecho del corazón y a interesar el pulmón izquierdo, ocasionó la casi instantánea muerte del desgraciado Francisco», detalló 'El Nervión'. Otro individuo se ocupó de la mujer, la arrastró por el suelo y le quitó diez pesetas y 75 céntimos que llevaba en los bolsillos. La cuñada de Francisco, María Manuela Larrondo, estaba acostada en el piso de arriba. Alarmada por los ruidos, se levantó gritando «¡no nos matéis!» y se topó con un individuo que la agarró de la garganta y la derribó: al caer, se dio un fuerte golpe en la cabeza. De su habitación se llevaron quince pesetas. Faltaba un habitante de la vivienda, el joven criado Isidoro Alcíbar, que había salido a buscar agua en la fuente y, a su vuelta, se encontró con la casa tomada por los bandidos. Intentaron atarle y le hirieron en la frente y una mano, pero logró escapar y pidió socorro a grandes voces. El propietario de una casa cercana lo oyó y disparó con su escopeta desde el balcón, lo que ahuyentó a los criminales, que abandonaron el lugar con su botín de cinco duros.
En el juicio, que empezó en febrero de 1894 con una inusitada afluencia de público, incluido un grupo de estudiantes de Deusto acompañados por un jesuita, el fiscal pidió la pena de muerte por garrote para los cuatro acusados. Todos negaron su participación en los hechos. Benigno, de quien la prensa especificó que era analfabeto, aseguró que había pasado la noche de los hechos en el café de Roque, viendo «una función de muñecos» y bebiendo cerveza y limonada con su hermano y unos amigos, entre los que figuraban algunos de sus presuntos cómplices. José Vázquez, de 25 años y empleado también en la cantera, acudió a duras penas a la Audiencia, por encontrarse enfermo de tisis: «Su fisonomía pálida y demacrada causa triste impresión», describió un cronista. Juan Francisco Martínez tenía 26 años y Antonio López, el leonés del grupo, 24. Por el estrado pasaron treinta testigos, con la intención de reconstruir los movimientos de los cuatro jornaleros: compañeros de trabajo, taberneros, comerciantes, una vendedora ambulante, un gabarrero y un capataz de las canteras identificado como Mr. Judas, que habló bien de su peón Benigno y de Antonio, al que también conocía.
Fue necesario, además, acudir a Gatika a tomar declaración a María Manuela Madariaga, la madre de la criada fallecida, ya que su estado físico no le permitía trasladarse a Bilbao, aunque 'El Noticiero Bilbaíno' la describió como «una anciana de 76 años bien conservada». Los procesados fueron trasladados en tren, junto con otros tres presos que completarían la rueda de reconocimiento, mientras que el juez, el fiscal, los abogados defensores, el escribano, un intérprete de euskera y un procurador viajaron en coches particulares (de caballos, claro). «Reconoció sin dudar a Benigno Méndez por el que mató a Azcorra, y a Antonio López y Juan Francisco Martínez por los que la maltrataron a ella y a la Larrondo», publicó 'El Noticiero'. El ministerio público retiró la acusación contra José Vázquez, que quedó libre, mientras que los otros tres fueron condenados a cadena perpetua. La sentencia se leyó a las tres y media de la madrugada y, pese a lo avanzado de la hora, según puntualizó 'El Noticiero', aguantaba en la sala «numeroso público, entre el que figuraban varias mujeres».
El defensor de Martínez y López pidió clemencia en sus conclusiones, «a fin de que en esta honrada provincia no se presencie un espectáculo tan triste como sería el de quitar la vida a tres hombres».
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